El silencio
El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, su mensaje permanezca, y nuestro amor por Él penetre la mente, y en el corazón.
La dinámica de la palabra y el silencio, que marca toda la oración de Jesús, y concierne también a nuestra vida de plegaria en el centro de las reflexiones de la catequesis realizada por el Papa Benedicto XVI
SÍNTESIS DE LA CATEQUESIS:
Queridos hermanos y hermanas:
Deseo hablar hoy sobre la dinámica de la palabra y el silencio, que marca toda la oración de Jesús, y concierne también a nuestra vida de plegaria en dos direcciones.
La primera es la disposición para acoger la Palabra de Dios. Es necesario favorecer el silencio interior y exterior para que dicha Palabra pueda ser escuchada. Con frecuencia, los Evangelios nos presentan al Señor que se retira solo a un lugar apartado para orar. El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su mensaje, y nuestro amor por Él penetre la mente, el corazón, y aliente toda la existencia.
En segundo lugar, en nuestra oración nos encontramos ante el silencio de Dios, en el que puede advertirse un sentido de abandono o la sensación de que Él no nos escucha, ni responde. Pero este silencio, como le sucede a Jesús, no es señal de ausencia. El cristiano sabe que el Señor está presente y escucha, aun en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad. Jesús nos asegura que Dios conoce nuestras necesidades; nos conoce en lo más intimo y nos ama. Y esto debe ser suficiente.
Invito a todos a aprender de Cristo el modo que tiene de dirigirse a Dios, para comprender mejor su voluntad y así llevarla a la práctica. Muchas gracias. (Hasta aquí la referencia a la catequesis del Papa Emérito Benedicto XVI)
Nuestro aporte: La reflexión o la meditación de los hechos, de las cosas, es lo que nos llama y nos da la felicidad.El clima de la sociedad actual hace cada vez más difícil la vida interior, es decir, la capacidad de recogimiento, de silencio, y para el creyente, la capacidad de oración. Lo que distingue al hombre de la máquina es que las expresiones de su existencia se manifiestan de dos formas distintas: las expresiones externas, que son los gestos, las palabras, etc. y las expresiones internas, que son las emociones, las sensaciones, las pasiones. Las internas son subjetivas y no verificables. Baste un ejemplo para demostrarlo: cuando una persona siente un dolor, se llama al médico que constata todas las expresiones externas, como la inflamación, el funcionamiento de los órganos, etc., pero la expresión interna del dolor es sólo de uno, sin que nadie lo pueda experimentar en lugar nuestro. La máquina funciona con pleno rendimiento o se descompone sin sentir nada. El activista hace todo exteriormente, sin que sus facultades creadoras acompañen a su dinamismo interno.Otro ejemplo: ¿qué es lo que da valor a un viaje? ¿el paso de un lugar a otro? No; eso lo hace el tren o el avión; lo que da valor a un viaje es el descubrimiento, la admiración, y esto es un acontecimiento interior. La reflexión o la meditación de los hechos, de las cosas, es lo que nos llama y nos da la felicidad.La vida interior tiene sus peligros en la pereza, en el enfermizo replegarse sobre uno mismo, en el intelectualismo descarnado. Esto es tan cierto, que en los monasterios contemplativos, la oración y la meditación van acompañadas de actividades exteriores, como la agricultura, la artesanía y la enseñanza. Quien tiene todas sus razones de vivir sólo en la actividad profesional, o en las distracciones, corre el riesgo de caer por los reveses de la vida, en un estado de inanición espiritual que hace intolerable su existencia. También es un hecho que el hombre devorado por la acción no tiene reservas para gozar del resultado de sus esfuerzos. El exceso del «tener» lleva a la anemia de ser. Los campeones del dinamismo y de la eficacia tienen una ineptitud para la felicidad.He escuchado a muchos familiares decir de sus seres queridos: «¡Está colmado, nada le falta, todo lo ha alcanzado, pero no es feliz!». Nunca hay que llegar a este agotamiento interior en el que, desposeídos de lo que somos, nos convertimos en esclavos de lo que hacemos.