Orar en familia…
Es muy común que el cristiano observe con pesar y asombrosas graves situaciones que ocurren en toda la humanidad y también en el propio país.
Pero más grave aun es la indiferencia con la que se enfrentan. Porque no se reacciona ante la acción del mal y su extensión en el mundo, ni ante la corrupción y el pecado, sino que solo cuando nos damos cuenta que ha ocurrido una tragedia y en parte esta bajo nuestra responsabilidad. Ya venia ocurriendo hace tiempo, pero reaccionamos cuando se hizo evidente. No queriamos salir de nuestra zona de comodidad o aparente bienestar.
Estamos centrados en nosotros mismos. Procuramos algún compromiso con nuestro entorno más cercano, pero eso siempre termina supeditado a la correspondencia, la ganancia o las ventajas que sacamos.
Mientras las heridas en el interior se van infectando, los sentimientos de soledad y angustia nos invaden y aparecen comportamientos activos o pasivos. en nuestro entorno. que nos sorprenden, preocupan y entristecen.
¿Pero si no hemos hecho nada malo, porque nos castigan? ¿pero si me porto bien, que culpa tengo?
Entre las experiencias importantes que me ha tocado conocer o ver, se encuentran 2: una, en momentos de inundación , 20 años atrás en la rivera del río Maipo. Años insistiendo a una familia que saliera de la orilla por los riesgos. Nunca se reaccionó oportunamente. Porque estaban tremendamente cómodos. Vino una crecida. y apenas logramos sacar a la abuela de la familia, pero sus bienes, casa, camiones, trabajo, etc., todo se fue con las aguas del Maipo, río del sur de santiago ,que durante años estaba casi seco, pero repentinamente, por las lluvias en los Andes sorprendió con un caudal descontrolado.
¿Que mal hicieron? El tema es que dejaron de hacer el bien que debían o podían hacer. No solo como precaución humana, de seguridad y prevención , sino de preparación interior, de fortaleza de vínculos humanos, no solo los convenientes, rutinarios y familiares, sino que, también por esos vínculos que ayudan a la comprensión, al ejercicio del perdón, a la practica de la esperanza, al desprendimiento por amor, al sacrificio desinteresado, sin buscar nada a cambio por caridad, y no solo para los aplausos, abrazos o alabanzas. Hacia falta el aprendizaje de la alegría de sacrificarse por los demás, respetarse a pesar de las diferencias, de hermanarse a pesar de las distancias, de prepararse para seguir compartiendo en te de la mesa cotidiana en el banquete del cielo, lo que solo se alcanza participando de la Mesa Eucarística.
Esa “prevención” para momentos familiarmente críticos, solo se alcanza con la oración en familia. Que más que repetir los rezos es compartirlos, hacernos parte del ruego de unos por otros, de reconocer la misericordia del redentor para con todos, de estrechar los vínculos con los lazos espirituales, que son los que permanecerán para siempre, por que los lazos sanguíneos, físicos y corporales solo duran hasta la muerte.
Por otro lado durante un terremoto en Santiago, me toco conocer como una familia lejos de desesperarse, estaba al parecer, completamente familiarizada con la situación extrema: Los desatados movimientos no impidieron que el hermano mayor fuera capaz de apilar a sus hermanos más pequeños entre sus brazos y llevarlos a la zona de seguridad. El Papa tomó en sus brazos a la abuela anciana y la mama fue por el maletín de emergencia, dispuesto cerca de la zona de seguridad. Un detalle importante es que cada niño llevaba en sus manos, uno un rosario, otro una cruz y otro la linterna. Pero lo que coordinaba a esta familia no era solo la recomendación y la práctica continua de los progenitores, sino un sentido profundo de coordinación en vista a un fin común, que se fue gestando con la oración, en la que que todos repetían a una sola voz y en tono alto, pero con un solo corazón, en una generosa participación y en la sintonía de un anhelo en común. Oración que era conocida, palabras que les eran familiares, pero más familiar les era Aquel a quien elevaban sus plegarias, que era el Señor, el amigo visitado cada Domingo en la Eucaristía, y su Madre la Virgen, que los abrazaba por las tardes en el Rosario. No era solo el sentido práctico desarrollado,, sino que era evidente que había algo más profundo. Esa familia estaba abrazada en una fe, en una esperanza, en una paz. Se movía la tierra pero sus almas y corazones estaban firmes en la roca de Cristo, porque así los había preparado la Madre del Señor:
Ella, La Reina de la Paz les dijo:
Mensaje, 25 de enero de 1992
“¡Queridos hijos! Hoy los invito a una renovación de la oración en sus familias, porque de esa manera cada familia se convertirá en un gozo para mi Hijo Jesús. Por eso, queridos hijos, oren y dediquen más tiempo a Jesús y entonces ustedes serán capaces de comprender y aceptarlo todo, aún las enfermedades y las cruces más difíciles. Yo estoy con ustedes y deseo introducirlos a mi Corazón y protegerlos, pero ustedes todavía no se han decidido. Por eso, queridos hijos, Yo deseo que ustedes oren para que, por medio de la oración, me permitan ayudarles. Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Padre Patricio Romero