La carne nacida de María

La carne nacida de María

23 de marzo de 2024 Desactivado Por Gospa Chile

No dudó en compartir la pasión de su Hijo, renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el «sí» de la Anunciación.


Homilía Benedicto XVI

«Aquel cuerpo que la santísima Virgen engendró y alimentó en su seno con solicitud materna, aquel cuerpo sin duda, y no otro, ahora lo recibimos en el sagrado altar y bebemos la sangre» (San Pedro Damián)

María es modelo de abandono total a la voluntad de Dios: acogió en su corazón al Verbo eterno y lo concibió en su seno virginal; se fió de Dios y, con el alma traspasada por la espada del dolor (cf. Lc 2,35), no dudó en compartir la pasión de su Hijo, renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el «sí» de la Anunciación.

Meditar en la Inmaculada Concepción de María es, por consiguiente, dejarse atraer por el «sí» que la unió admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la humanidad; es dejarse asir y guiar por su mano, para pronunciar el mismo fiat a la voluntad de Dios con toda la existencia entretejida de alegrías y tristezas, de esperanzas y desilusiones, convencidos de que las pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo a nuestra peregrinación en la tierra.

No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo y no se puede mirar a Cristo sin descubrir inmediatamente la presencia de María. Existe un nexo inseparable entre la Madre y el Hijo engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vínculo lo percibimos, de manera misteriosa, en el sacramento de la Eucaristía, como pusieron de relieve desde los primeros siglos los Padres de la Iglesia y los teólogos.

«La carne nacida de María, procediendo del Espíritu Santo, es el pan bajado del cielo», afirma san Hilario de Poitiers; y en el Sacramentario Bergomense, del siglo IX, leemos: «Su seno hizo florecer un fruto, un pan que nos ha colmado de un don angélico. María restituyó a la salvación lo que Eva destruyó con su culpa». Asimismo, san Pedro Damián dice: «Aquel cuerpo que la santísima Virgen engendró y alimentó en su seno con solicitud materna, aquel cuerpo sin duda, y no otro, ahora lo recibimos en el sagrado altar y bebemos la sangre como sacramento de nuestra redención. Esto es lo que nos dice la fe católica; esto es lo que enseña fielmente la santa Iglesia».

El vínculo de la Virgen santísima con su Hijo, Cordero inmolado que quita el pecado del mundo, se extiende a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Como afirma el siervo de Dios Juan Pablo II, María es «mujer eucarística» con toda su vida, por lo cual la Iglesia, contemplándola a ella como su modelo, «ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio» (Ecclesia de Eucharistia, 53).

María sufre con quienes pasan por la prueba, con ellos espera y es su consuelo, sosteniéndolos con su ayuda materna. ¿No es verdad que la experiencia espiritual de tantos enfermos lleva a comprender cada vez más que «el divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre santísima, primicia y vértice de todos los redimidos»? (Salvifici doloris, 26).


Fuente: Homilía Benedicto XVI 11 de Enero 2008

[L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 25-I-08]