Devoción Mariana de Santa Teresa de Ávila
LA GRAN DEVOCION MARIANA DE TERESA DE JESUS
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
En los textos escritos por Santa Teresa de Jesús, se puede reconocer en ella su gran devoción mariana. Esta es una selección de pasajes donde Santa Teresa de Jesús nos muestra su gran amor por la Virgen María, “Aquí se hace devota de la Reina del cielo para que interceda” (Vida 19, 6;)
En efecto, el amor por la Virgen María y su experiencia mariana, se refleja en sus libros y desde esos párrafos escrito con gran cariño a la Virgen, se revela un bello retrato de María, donde la Santa Madre Teresa de Jesús, guarda en su corazón, a quien toma por su madre. Es así, como Teresa nos escribe: “Me acuerdo que cuando murió mi madre, tenía yo doce años de edad, poco menos. Cuando yo comencé a entender lo que había perdido, afligida, me fui a una imagen de nuestra Señora y le supliqué, con muchas lágrimas, que fuese mi madre. Me parece que, aunque se hizo con simpleza, me ha valido; porque he hallado a esta Virgen soberana muy claramente en cuanto la he encomendado y al fin, me ha reconquistado” (Libro Vida 1, 7).
De este modo, Santa Teresa, revela que gracias a la protección de la Virgen como así mismo su motivación a su conversión ha sido fundamental en toda su vida, y así lo dice ella: “en cuanto la he encomendado y al fin, me ha reconquistado” (la fuente dice «me ha tornado a sí»)
También, desde la niñez ella guarda recuerdos importantes de la devoción a la Virgen con el rezo del Santo Rosario y así lo relata ella: “Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y hacernos devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzaron a despertarme a la virtud cuando tenía seis o siete años de edad, a mi parecer” (Libro Vida 1, 1).
Y este amor por la Virgen, permanece por siempre, ya que Teresa no deja de manifestarnos sus gratos momentos de devoción mariana: “Nuestra Señora le debía de ayudar mucho (al cura de Becedas), que era muy devoto de su Concepción y en aquel día hacía gran fiesta. Al fin dejó de verla del todo y no se hartaba de dar gracias a Dios por haberle dado luz” (Libro Vida 5, 6). También nos escribe sobre la Sagrada Familia: “No sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, cuando tanto pasó con el Niño Jesús, sin dar gracias a san José, por lo bien que les ayudó en los dolores” (Libro Vida 6, 8).
Declarando los efectos que hace en el alma la oración, Santa Teresa de Jesús acude a la Virgen en sus penas: “Aquí se hace devota de la Reina del cielo para que interceda” (Libro Vida 19, 5) y además se hace ella muy devota al Santo Rosario: “Una vez, teniendo yo la cruz en la mano, que la traía en un rosario, me la tomó con la suya” (Libro Vida 29,7), “Estando una noche tan mala que quería excusarme de tener oración, tomé un rosario por ocuparme vocalmente” (Vida 38,1)
LA IMITACIÓN DE LAS VIRTUDES DE LA VIRGEN
Cabe destacar también, el modo como Teresa propone a sus hijas las monjas, la imitación de las virtudes de la Virgen, recordándonos qué María es la primera cristiana, la discípula del Señor, la seguidora de Cristo hasta el pie de la Cruz: (Camino de Perfección 26,8) y también como modelo de una adhesión total a la Humanidad de Cristo y a la comunión con Él en sus misterios, de manera que Ella es el modelo de una contemplación centrada en la Sacratísima Humanidad: “Me parece que si hubieran tenido la fe como la tuvieron después de la venida del Espíritu Santo, de que era Dios y hombre, no les impidiera; pues no se dijo esto a la Madre de Dios, aunque le amaba más que todos” (Libro Vida 22, 1).
La devoción a la Virgen pasa a ser, como en otros aspectos de la vida de la Santa Teresa, una experiencia de vida: “Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la Asunción, en un convento de la Orden del glorioso santo Domingo, considerando los muchos pecados y cosas de mi ruín vida, que en tiempos pasados había confesado en aquella casa, me vino un arrobamiento grande, que casi me sacó de mí; me senté y creo que no pude ver la elevación ni oír misa. Estando así me pareció que me vestían un manto de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me lo vestía; después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho, y a mi padre san José al izquierdo, que eran los dos que me vestían aquel manto; se me reveló que ya estaba limpia de mis pecados.”
“Cuando me acabaron de vestir el manto, estaba yo con grandísimo deleite y gloria, y nuestra Señora me asió las manos y me dijo que le agradaba mucho que glorificara a san José; que creyera que el monasterio que intentaba construir se haría, y que en él se serviría mucho al Señor y a ellos dos; que no temiera que se fallara en esto jamás que, aunque la obediencia no se prometía a mi gusto, su Hijo estaría con nosotras, como nos había prometido y que, como señal de que esto sería verdad, me daba aquella joya…”
“Era grandísima la hermosura de nuestra Señora, aunque no me pareció ninguna imagen determinada, sino con toda la belleza acumulada en el rostro, vestida de blanco con mucho resplandor, no deslumbrante, sino suave…”
“Nuestra Señora me pareció muy joven. Estuvieron conmigo un poco y yo, con grandísima gloria y felicidad, como nunca había gozado tanta. Y nunca quisiera perder tanto gozo. Me pareció que los veía subir al cielo con gran multitud de ángeles” (Libro Vida 33, 14-15).
Otra idea de la experiencia es cuando hace entrar a Teresa en contacto con el misterio de Cristo y de todo lo que a él le pertenece. “Estando haciendo oración en la iglesia, antes de pasar dentro del monasterio, casi arrobada, vi a Cristo, que con gran amor me recibía y me ceñía una corona y me agradecía lo que había hecho por su Madre” (Libro Vida 36, 24).
“Otro día, estando todas en el coro en oración después de completas, vi a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto blanco, amparándonos a todas debajo de él, entendí cuán alto grado de gloria daría el Señor a las de esta casa” (36, 24).