«Aparición de la Virgen a san Ignacio de Loyola» (Oleo)
La Fe y la defensa de la doctrina católica expresada en el Oleo Anónimo, del Siglo XVII, que se encuentra en el Museo Nacional del Virreinato, México.
En esta escena se funden dos temas de los que se ocupó san Ignacio: la defensa que hiciera de la virginidad de María -artículo de fe, para él prioritario, aunque todavía no se había declarado dogma- y el haber sufrido y vencido las tentaciones del mundo, el demonio y la carne. Viste el hábito negro de la orden; con su mano derecha sostiene una custodia, arma del cristianismo; con la izquierda, sostiene un libro en cuyas páginas se lee:
«Ad Maiorem Gloriam Dei Regule Societatis Jesu».
La primera frase es el lema de la Compañía de Jesús y quiere decir «A la Mayor Gloria de Dios».
La segunda frase significa,» La Regla de la Compañía de Jesús», la cual se supone escrita en el libro.
En el centro de la parte superior del lienzo la Purísima Concepción se yergue dentro de un rompimiento de Gloria, rodeada de angelillos. A sus pies se ve una filacteria con la leyenda: «Tota Pulchra es Amica Mea et Macula non Estinte Misterium Fidei», que quiere decir: «Toda pura eres amiga mía y no hay mancha en ti. Misterio de Fe».
En la parte baja del lienzo san Ignacio flota sobre nubes y por debajo de éstas aparecen el mundo, el demonio y la carne en figura de mujer acompañados por los torsos de dos «moros», cuyas cabezas están boca arriba.
Seguramente el autor intelectual de esta iconografía quiso unir el pasaje de las tentaciones sufridas por el santo, con el pasaje de la polémica que san Ignacio sostuvo acerca de la virginidad de María, en una ocasión en que se encontró en su camino con un moro que la negaba.
La novedad que se advierte en esta obra, es la de situar al santo en un espacio cerrado cuya composicion pictorica esta solucionada a la manera de la tradicion retratistica novohispana. San Ignacio sostiene, con la mano derecha, una custodia con el monograma JHS, mientras que la izquierda se posa sobre un libro abierto donde se lee la leyenda: A la Mayor Gloria de Dios, lema de la Compañia de Jesus. El fondo esta compuesto por una estanteria con libros, como fue usual colocar en los retratos de personajes de alto nivel intelectual. Un birrete de doctor en teologia alude a la sabiduria del santo. En la parte inferior de la obra se lee la siguiente inscripcion: San Ignacio de Loyola fundador y primer General de la compañia de Jesus.
Pero Ignacio, que se sabía llamado a seguir al Señor en sus penas y sus gozos, sentía que la Virgen tomaba parte en la cruz a través de sus dolores y, con los gozos, en la Gloria pascual de su Hijo y Señor. Por esto San Ignacio, fiel siempre a la palabra del Evangelio, nos invita a contemplar un encuentro del que el Evangelio no habla: el de la primera aparición del Señor resucitado a Nuestra Señora. Como si previera nuestra extrañeza, San Ignacio se justifica así: «Lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho en decir que se apareció a otros muchos; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: ¿También vosotros estáis sin entendimiento?» (Ej. Esp., 299). Para San Ignacio no se trata de una exégesis piadosa o de una bella fantasía. Retomando las mismas palabras de San Ignacio: la Virgen es la puerta que abre a la alegría pascual porque forma parte de este misterio.
Fiel a una larga tradición de la Iglesia, este encuentro pascual entre el Señor resucitado y Nuestra Señora era completamente diferente de las apariciones de que habla el Evangelio, ya que todas tenían por objetivo convencer y asegurar a los discípulos, dudosos de la resurrección de su Señor. El consuelo que recibió la Virgen en este encuentro no es, en absoluto, compensación sentimental por las penas padecidas al pie de la cruz. Para San Ignacio, esta consolación no podía menos de ser sino crecimiento en la fe pascual, en la esperanza pascual y en el amor pascual. No es, como en el caso de los discípulos, una fe demasiado humana y vacilante necesitada de aumentarse; en la Virgen, la Pascua le acreció la fe en su Hijo resucitado que revela cómo la vida brota de la muerte, cómo en el interior mismo del padecer y de los dolores brilla la luz de Cristo. No es, como en el caso de los discípulos, una esperanza demasiado a ras de tierra e interesada en ser recompensada de tantas pruebas, que precisaba ser purificada; en ella, en la Virgen, la Pascua aumentó la esperanza en la incomprensible paradoja de toda vida en el Espíritu, donde es menester cargar amorosamente cada día con la cruz, para resucitar ya desde ahora cada día de nuevo con el Señor resucitado. No es, como en el caso de los discípulos, un amor posesivo y versátil que necesita reafirmarse; en la Virgen la Pascua acreció el amor que en el Señor resucitado pierde su vida a fin de que otro viva en la abundancia y a causa del mandamiento nuevo entrega la vida entera para la vida del mundo.
(1) En una especie de escalón que se ve en la parte inferior derecha del lienzo, está la siguiente inscripción: «Envió Jesucristo a san Ignacio y a su Compañía para exaltación de la Fe y de la Devoción de María». Posiblemente estas frases se hayan escrito en consideración a que san Ignacio escribió un libro con los hechos más notables de la vida de la virgen y de Jesucristo. Pertenece al acervo original del Colegio Jesuita de Tepotzotlán y fue consignada por Pablo C. de Gante. (2) (1) Pedro de Ribadeneira, Vida de San Ignacio de Loyola, p. 35.
(2) Pablo C. de Gante, Tepotzotlán, su historia y sus tesoros artísticos, p. 163.