Conságralos en la verdad. Miércoles VII de Pascua

Conságralos en la verdad. Miércoles VII de Pascua

3 de junio de 2025 0 Por Gospa Chile

«Busquen en el silencio de su corazón, la salvación de su alma» (Mensaje, 25 de mayo de 2007)


Evangelio Diario y Meditación

Oración al Espíritu Santo

Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén


Santo Evangelio

Evangelio según san Juan 17, 1b. 11b-19
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
Padre santo, cuídalos en tu Nombre que me diste para que sean uno, como nosotros.
Mientras estaba con ellos, Yo los cuidaba en tu Nombre que me diste; los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
Así como Tú me enviaste al mundo, Yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.


Meditación Patrística:

Primer Punto: Podía el Señor, que había tomado la forma de siervo, orar en silencio, si hubiera sido necesario, pero quiso manifestarse al Padre como suplicante, para que se acordase que era nuestro Maestro. Esta es la razón por la que estas palabras de oración que dirigió al Padre, sirven de edificación, no sólo a los discípulos que le oyeron, sino que también a nosotros que habíamos de leerlas. Lo que dijo: «Padre, viene la hora», demuestra que todo tiempo es oportuno para hacer lo que tiene dispuesto Aquel que no está sujeto a tiempo; y no se crea que esta hora significa hado o destino apremiante, sino disposición divina. ¡Lejos de nosotros el creer que las estrellas obligasen a morir a su Creador! (San Agustín)

Segundo Punto: No dice que ha llegado el día ni el tiempo, sino «la hora». La hora es parte de un día. Y ¿cuál será esta hora? Era la de ser escupido, azotado y crucificado, pero en ella el Padre glorifica al Hijo. El curso de esta obra se consuma, y con su muerte todos los elementos del mundo se resienten: al peso del Señor, pendiente en la Cruz, la tierra tiembla y confiesa que no puede contener dentro de sí a Aquel que muere. Exclama el Centurión: «¡Verdaderamente, Este era Hijo de Dios!» ( Mt 27,54). Esta exclamación concuerda con la profecía: el Señor había dicho: «Glorifica a tu Hijo»; y no sólo es contestado con el nombre de Hijo, sino que también con la de tuyo. Muchos, en verdad, son hijos de Dios; pero no como Este, que es propiamente verdadero Hijo por origen, no por adopción; en verdad, no de sólo nombre; por nacimiento, no por creación. Por tanto, después de su glorificación, siguió la confesión de la verdad, pues el Centurión le confiesa verdadero Hijo de Dios, a fin de que ninguno de los creyentes pueda dudar que Jesucristo fue confesado hasta por sus perseguidores. (San Hilario)

Tercer Punto: Si el conocimiento de Dios es la vida eterna, nosotros progresaremos tanto más en la vida eterna cuanto más aprovechemos en el conocimiento de Dios. Pero nosotros no hemos de morir en la vida eterna, y entonces será perfecto el conocimiento de Dios, cuando ya no habrá muerte, y entonces la glorificación de Dios será suprema, porque también lo será la gloria. Los antiguos definieron así la gloria: la aclamación del nombre de alguno con alabanza. Pero si el hombre se cree glorificado cuando es famoso su nombre, ¿cuánta no será la gloria de Dios, cuando se verá en sí mismo? Esta es la razón por la que está escrito: «Bienaventurados los que habitan en tu casa, porque te alabarán en los siglos de los siglos» ( Sal 83,5). Allí será la alabanza eterna, donde será pleno el conocimiento de Dios y, por tanto, su glorificación. (San Agustín)


Mensaje

“¡Queridos hijos! Oren conmigo al Espíritu Santo para que, en el camino de vuestra santidad, los conduzca en la búsqueda de la voluntad de Dios. Y ustedes que están lejos de la oración, conviértanse y busquen en el silencio de su corazón, la salvación de su alma; y aliméntenla con la oración. Yo los bendigo a cada uno con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Mensaje, 25 de mayo de 2007)


Coloquio

Dios, Padre nuestro, en nombre de Tu Hijo Jesús, junto con María, Tu humilde sierva, la Reina de la Paz, queremos darte gracias por el amor que nos tienes. Queremos, sin embargo, pedirte ahora que el Espíritu Santo ilumine nuestro corazón, a fin de que podamos responder al llamado de María Santísima a la oración y que, en la oración, podamos abrirnos a Ti. Danos la gracia de poder reconocer de manera especial Tu amor por nosotros a través de las apariciones de María. Que a lo largo de toda nuestra vida podamos responder a Tu amor por nosotros. (Fra. Slavko , Enero 29, 1999).


Comunión Espiritual:

“Padre eterno, permitid que os ofrezca el Corazón de Jesucristo, vuestro Hijo muy amado, como se ofrece Él mismo, a Vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos y actos de este Sagrado Corazón. Todos son míos, pues Él se inmola por mí, y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.” (De Santa Margarita María Alacoque)