El llanto de Pedro. Miércoles Santo

El llanto de Pedro. Miércoles Santo

27 de marzo de 2024 Desactivado Por Padre Patricio

“Y lloró amargamente” por Ernesto Juliá


Pedro cruzó la mirada con Cristo en el pretorio del Sumo Sacerdote, después de haber negado tres veces conocerle. Su voz -“No lo conozco, mujer” – se convirtió en fuego en sus oídos; en hielo en su corazón.

La mirada de Cristo abrió de nuevo sus ojos a la luz., iluminó la tiniebla de la negación, y de la traición. Jesús miró amorosamente a Judas, y le llamó “amigo”. Judas volvió sus ojos a otro lugar, y hundió su alma en la tiniebla abismal de su propia miseria.

Pedro contempló el destello de las pupilas del Señor; bajó su mirada al suelo, avergonzado; y lloró amargamente. Y sus lágrimas se convirtieron en dolor, en arrepentimiento, en hambre de pedir perdón al Hijo de Dios hecho hombre; a Jesús, su amigo.

“Apártate de mi, Señor, que soy un pobre pecador”.

Cristo le miró, no se alejó de Pedro. Y Pedro le abrió su corazón, y el Señor habitó para siempre en el corazón de Pedro.

“Lloró amargamente”

Había negado a Aquel a quien más amaba; a Aquel por quien había dejado las redes a orillas del lago; las redes, y sus parientes; a Aquel, en quien había creído, a quien había confesado, en medio del abandono de todos, “porque tenía palabras de vida eterna”.

“¿A quién iremos?” se preguntó entonces.

Y lo negó tres veces; la primera por miedo; la segunda en plena desorientación de su espíritu; la tercera, en un instante de desamor.

¿Siguió, Pedro, el caminar da Cristo hasta el Calvario? ¿Abandonó su vergüenza y fue oyendo improperios, insultos, hasta contemplar la crucifixión del Señor?

El miedo acompañó su espíritu a lo largo de todo el camino del “Vía crucis”. No paralizó el andar de sus pies; y llegó hasta muy cerca de la cruz, sin dejarse ver por María, la Madre de Jesús, ni de Juan, ni de las otras mujeres que les hacían compañía al pie de la Cruz. Venció el miedo para siempre en soledad con Cristo abatido bajo el peso de la Cruz.

La desorientación le hizo vagar por la oscuridad en la que se había sumido la creación en la espera de ver morir a su Creador hecho hombre. Y acompañándole a lo lejos, la Cruz iluminó su corazón, y indicó el camino a sus pies. Cristo, cayó una y otra vez al suelo, y al ser clavado en la Cruz, Pedro revivió en su corazón las palabras del Señor:

“Venid a mí, todos los que estéis agobiados, y yo os aliviaré”.

El desamor se convirtió en llanto, en agradecimiento. El alma de Pedro vivía ya con un corazón nuevo, “humillado y contrito”, que el Señor no rechazaría jamás.

“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

“Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que yo te quiero”.

Hasta los oídos de Pedro llegó el clamor de Cristo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Seguido del abandono total: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”

El cuerpo de Pedro se estremeció; volvió su rostro a la Cruz, elevó los brazos hacia el Crucificado en el anhelo de recoger el cuerpo de Cristo que acababa de exhalar el último suspiro. El último aliento de su vida mortal, que dio muerte a la muerte.

“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”

Bajando del Calvario, en un cruce de caminos, Simón, el hijo de Juan, convertido ya en Pedro, se unió al pequeño grupo de discípulos, de apóstoles, que se habían agrupado al amparo de María, en espera de la Resurrección.


Unamos a esta reflexión un Mensaje de la Reina de la Paz:

Mensaje, 25 de marzo de 1995

“¡Queridos hijos! Hoy los invito a vivir la paz en sus corazones y en sus familias. No hay paz, queridos hijos, donde no hay oración; y no hay amor donde no hay fe. Por eso hijitos, los invito a todos a decidirse de nuevo hoy por la conversión. Yo estoy cerca de ustedes y los invito a todos, hijitos, a mis brazos para ayudarles. Pero ustedes no quieren y así, Satanás los tienta y en las cosas más pequeñas, su fe desaparece. Por eso, queridos hijos, oren y a través de la oración tendrán la bendición y la paz. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”