Embellecida con corales de oro
«Yo deseo que también para ustedes su cruz se transforme en alegría» (Mensaje del 11 de Septiembre de 1986)
Dice el Salmo 44, 14-17
«Olvida tu pueblo y tu casa paterna, y el rey se prendará de tu hermosura. Él es tu señor: inclínate ante Él.
Embellecida con corales engarzados en oro y vestida de brocado, es llevada hasta el rey. Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían.
Con gozo y alegría entran al palacio real. Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres, y los pondrás como príncipes por toda la tierra.»
El Salmo 44 nos ayuda a comprender la Misión a la que la Virgen Santísima es convocada por Dios: la ser parte determinante en el plan de redención, y en la instauración del Reinado de Cristo, nuestro Señor.
Quien es reconocida por la Iglesia como su modelo y figura, también ejerce desde Medjugorje ese llamado constante, para no colocar obstáculos de pecados, tibiezas e imperfecciones, en nuestras almas, y caminar en la vida cristiana, configurándonos con Cristo y subiendo por la montaña de la santidad cristiana.
Por eso, en los meses de Agosto y Septiembre, inmersos en el tiempo ordinario, lejos de los tiempos litúrgicos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, el Espíritu Santo nos invita para que viviendo y contemplando con el corazón las fiestas y memorias marianas, nos ayuden a sumergirnos en el Corazón Materno de la Madre, en los horizontes infinitos de la Pascua, en un constante Pentecostés, donde la «primacía de la gracia», como decía San Juan Pablo II, nos hace «transfigurarnos», para que sea Cristo quien reine y viva en nosotros (Novo Millennio Ineunte).
Desde el día 2 de Agosto, en la Porciúncula, día de Misericordia, en que las almas fueron exhortadas a la confesión, pues con sus pecados manchaban la blancura de los puros ropajes de la Reina de los Ángeles, que es también el día de oración por los que no conocen el amor de Dios; peregrinando por la Natividad, la Asunción, el Reino y el Santo Nombre de María, vamos reconociendo el poder redentor de la gracia, que inunda el alma de la Virgen Santísima, viviendo sin igual el esplendor de la Pascua, tanto en la tierra como en el cielo.
Pero la verdadera participación en el triunfo del Señor, será según la unión en la humillación y pasión del Crucificado por Amor. La unión en la gracia y voluntad en los Sagrados Corazones, de hacer la voluntad del Padre, hace que María Santísima sea quien, por designio de Cristo en el madero de la Cruz, pueda entrar y permanecer en la morada de nuestra vida interior, reinando con su amor maternal, para instruirnos y enseñarnos a responder a la llamada del Señor.
El camino de la vida, que es un camino de Cruz y de continua inmolación de amor, será de gozo y alegría interior, en la medida en que las perlas y brocato del Reinado de María, sean enclavados como estandartes de triunfo en nuestro propio corazón.
La Virgen en el Calvario, se mantuvo fielmente en unión con su Hijo hasta la cruz (Lumen Gentium, 58), y lo hace no solo desde el vínculo virtuoso de un corazón que vive una tragedia materna en su interior, sino que también con la intensidad vital de la gracia, y la acción del Espíritu Santo, que le permiten percibir todos los suspiros agonizantes y redentores de la Pasión de su Hijo y Señor. Cada herida y queja, cada golpe y afrenta que padece el Hijo de Dios, los percibe el Corazón Materno de la Madre, pues Jesús es sangre de su sangre y carne de su carne. Es su Hijo, gestado y nacido en sus entrañas y es también el Verbo de Dios. El Fiat Materno fue «un querer abrazar la pasión del Redentor», por amor a la Divina Voluntad y amor a los que ama nuestra Madre y Madre de Dios.
«Oren para poder aceptar la enfermedad y los sufrimientos con amor, tal y como Jesús los ha aceptado…» (Mensaje, 11 de septiembre de 1986)
Ante tanta malicia, violencia y vanidad en una sociedad seculariza, solo un amor así, solo una perla preciosa y joya real como el amor del corazón materno de María, puede engalanar de gozo el corazón del cristiano.
Este Amor de Madre no es condicionador, no es calculador, no es selectivo ni tormentoso, sino que es noble, puro y casto, y que abraza nuestro dolor, amando generosamente a quienes no lo merecen, sufriendo por quienes no la reconocen, rogando por quienes no han sido fieles, implorando por quienes no agradecen, pero que por sobre todo Ella ama maternalmente.
En el Misterio de la Cruz esta también, unida plenamente a Jesús, María Santísima, pero queriendo ser engalanada por los «corales de oro», que anhela su materno Corazón: la del amor de nuestros corazones.
Mensaje, 11 de septiembre de 1986
“¡Queridos hijos! En estos días, en que llenos de alegría ustedes celebran la Fiesta de la Cruz, Yo deseo que también para ustedes su cruz se transforme en alegría. De modo particular, queridos hijos, oren para poder aceptar la enfermedad y los sufrimientos con amor, tal y como Jesús los ha aceptado. Sólo así podré darles con alegría las gracias y curaciones que Jesús me concede. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
Gracias Gospa
Atentamente Padre Patricio Romero