Fe, Gracia y Experiencia Mística

Fe, Gracia y Experiencia Mística

30 de junio de 2024 0 Por Gospa Chile

Discernir entre una verdadera y falsa experiencia mística

Lo primero es vivir en gracia de Dios, por el bautismo y la penitencia. Por eso resulta urgente llamar a la conversión…


Artículo de Pedro Luis Llera, Infocatólica: Fe, Gracia y Experiencia Mística.

Este artículo sigue lo expuesto en tres libros: Teología de la perfección cristiana y La fe de la Iglesia, ambos de Antonio Royo Marín, O. P., y Síntesis de espiritualidad católica de José Rivera y José María Iraburu. Poco tiene de mío, salvo el trabajo de compilación y selección de los textos. Como saben ustedes, no soy sacerdote ni teólogo ni filósofo: solo un fiel de a pie. Lo único que trato de hacer es exponer la Doctrina de manera que alguien sin formación, como yo, pueda entender las verdades de la fe. Como esto no es de un trabajo académico ni una tesis doctoral para la Camilo José Cela o la Juan Carlos I, les ahorraré varios cientos de notas a pie de página: las fuentes ya saben cuáles son.

Los errores del modernismo


Advierte Alonso Gracián en su artículo (339) Las tres ambiciones de la fenomenología, y su impacto en el catolicismo contra la concepción fenomenológica de la fe, “que ya no consiste en creer, sino en encontrar, experimentar, confiar, sentir, etc. El deseo de fenómenos puros de experiencias espirituales sin conceptos suscitó una insana atracción por las técnicas deconstructivas orientales, y el zen y el yoga se volvieron virales”.

Y la advertencia de mi querido amigo no es baladí. Ya San Pío X condenaba esta concepción fenomenológica de la fe en la Encíclica Pascendi en 1907:

Para el modernista creyente, por lo contrario, es firme y cierto que la realidad de lo divino existe en sí misma con entera independencia del creyente. Y si se pregunta en qué se apoya, finalmente, esta certeza del creyente, responden los modernistas: en la experiencia singular de cada hombre.

  1. Con cuya afirmación, mientras se separan de los racionalistas, caen en la opinión de los protestantes y pseudomísticos.

Véase, pues, su explicación. En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehúsa colocarse en las condiciones morales requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido”.

Para los modernistas, la fe es una experiencia, un sentimiento subjetivo. Dios ya no es un Ser real y objetivo, independientemente de lo que piensen los hombres, sino que es el producto del pensamiento humano. A partir de ahí, todos los dogmas son interpretables en función de la opinión de cada uno y la conciencia individual prima sobre la Ley Moral Universal; es decir, sobre los Mandamientos de la Ley de Dios.

Y si la fe es una experiencia subjetiva, un sentimiento, se puede deducir fácilmente que todas las religiones son verdaderas. Así lo afirma San Pío X (obviamente, para condenar estas doctrinas):

“Desde luego, es bueno advertir que esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos lo afirman. Luego ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de la experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte, pues establecidos sus principios, ¿por qué causa argüirían de falsedad a una religión cualquiera? No por otra, ciertamente, que por la falsedad del sentimiento religioso o de la fórmula brotada del entendimiento. Pero el sentimiento religioso es siempre y en todas partes el mismo, aunque en ocasiones tal vez menos perfecto; cuanto a la fórmula del entendimiento, lo único que se exige para su verdad es que responda al sentimiento religioso y al hombre creyente, cualquiera que sea la capacidad de su ingenio. Todo lo más que en esta oposición de religiones podrían acaso defender los modernistas es que la católica, por tener más vida, posee más verdad, y que es más digna del nombre cristiano porque responde con mayor plenitud a los orígenes del cristianismo.

Pero el principio de la experiencia también lo aplican los modernistas a la Tradición:

Pues el principio de la experiencia se aplica también a la tradición sostenida hasta aquí por la Iglesia, destruyéndola completamente. A la verdad, por tradición entienden los modernistas cierta comunicación de alguna experiencia original que se hace a otros mediante la predicación y en virtud de la fórmula intelectual; a la cual fórmula atribuyen, además de su fuerza representativa, como dicen, cierto poder sugestivo que se ejerce, ora en el creyente mismo para despertar en él el sentimiento religioso, tal vez dormido, y restaurar la experiencia que alguna vez tuvo; ora sobre los que no creen aún, para crear por vez primera en ellos el sentimiento religioso y producir la experiencia. Así es como la experiencia religiosa se va propagando extensamente por los pueblos; no sólo por la predicación en los existentes, más aún en los venideros, tanto por libros cuanto por la transmisión oral de unos a otros.

Pero esta comunicación de experiencias a veces se arraiga y reflorece; a veces envejece al punto y muere. El que reflorezca es para los modernistas un argumento de verdad, ya que toman indistintamente la verdad y la vida. De lo cual colegiremos de nuevo que todas las religiones existentes son verdaderas, pues de otro modo no vivirían.

Pretender casar el idealismo subjetivista con la doctrina cristiana es acabar con el cristianismo. Por ello, resulta necesario – hoy más que nunca – aclarar conceptos: la proliferación de la herejía modernista nos lo está exigiendo.

La fe


La fe es definida por Santo Tomás de Aquino – Doctor de la Iglesia y príncipe de la teología católica – de la siguiente forma: “un acto del entendimiento, que asiste a una verdad divina por el imperio de la voluntad movida por la gracia de Dios”. Y apostilla Antonio Royo Marín, O. P., en su libro Teología de la fe[1]: la fe es el asentimiento sobrenatural por el que la mente, bajo el imperio de la voluntad y el influjo de la gracia, se adhiere firmemente a las verdades reveladas por la autoridad de Dios revelante.

La fe es un acto del entendimiento, de la inteligencia: no es una emoción, ni una opinión subjetiva, ni un acontecimiento, ni una experiencia personal. Dios nos llama y atrae con su gracia a la fe, iluminando la mente y moviendo la voluntad.

La fe es creer lo que no vemos, porque si viéramos ya no sería fe, sino contemplación beatífica de Dios.

Dios nos infunde la virtud de la fe por el bautismo. Y esa virtud de la fe nos dispone para asentir las verdades reveladas en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, fielmente custodiada por el Magisterio infalible de la Iglesia. “Estas verdades de la fe son, necesariamente y por definición, absolutamente indemostrables por la razón humana. Si pudiera demostrarlas la razón, dejarían automáticamente de ser verdades de fe, para convertirse en verdades científicas por la intrínseca evidencia de las mismas”. Creemos, no por nuestro propio criterio o nuestra propia opinión, sino por la autoridad de Dios, que constituye el único porqué de la fe divina como virtud teologal infusa.

Y sigue Royo Marín:

“De esta doctrina se desprende también que, si alguno aceptara y creyera todos los dogmas de la fe católica excepto uno solo (v. gr., la eternidad de las penas del infierno), perdería automática y totalmente la fe en toda su extensión. O sea: no tendría verdadera fe divina ni siquiera con relación a los demás dogmas que él dice creer y aceptar; sencillamente porque le falta nada menos que la única razón o motivo formal de la fe, que es la autoridad de Dios revelante”. “O se acepta íntegramente la fe católica por la autoridad de Dios revelante, o se la destruye totalmente al rechazar un solo dogma por el propio criterio o razón puramente natural”.

Y trae al respecto Royo Marín una cita del Doctor Angélico:

“Y es evidente que quien presta su adhesión a la doctrina de la Iglesia, como regla infalible, asiente a todo cuanto ella enseña. De lo contrario, si de las cosas que sostiene la Iglesia admite unas y rechaza otras según su antojo, es claro que no da su adhesión a la doctrina de la Iglesia como regla infalible, sino a su propia voluntad. Por lo tanto, el hereje que pertinazmente rechaza un artículo no se halla dispuesto para seguir en todo la doctrina de la Iglesia (no sería hereje, sino solo un equivocado si no lo hiciera con pertinacia). Queda, pues, manifiesto que el hereje que niega un solo artículo de la fe no tiene fe de los otros, sino tan solo una opinión según su propia voluntad”.

En cuanto al sujeto psíquico de la fe, Royo Marín contrapone la doctrina católica de la fe con la protestante y con la modernista:

“En sentido psíquico, la virtud o hábito sobrenatural de la fe reside en el entendimiento del creyente. Es doctrina común y completamente cierta en teología, ya que lo propio de la fe es creer, lo cual es, manifiestamente, un acto del entendimiento.

Los protestantes sitúan el hábito de la fe en la parte afectiva (voluntad), puesto que la reducen a fiducia o confianza en la misericordia divina. En un plano semejante se encuentra el modernismo, el cual profesa el puro agnosticismo racional y, renunciando a los caminos intelectuales, hace consistir la fe en un sentido o exigencia de los divino que brota del fondo del subconsciente de la sensibilidad, aunque después dicha experiencia se traduzca en diversas concepciones intelectuales de lo religioso. Huelga decir que esta doctrina ha sido expresamente condenada por la Iglesia”.

Por otra parte, la fe verdadera la transmite la Iglesia. En este sentido, la constitución dogmática Lumen Gentium señala:

“El sagrado concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente en todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. Él mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (cf. Mc 16, 16; Jn.3, 5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual, no podrán salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia Católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negaran a entrar o a perseverar en ella“. (Vaticano II, const. dogm. Lumen Gentium n. 14).

Los cristianos no católicos que, ignorando la obligación de convertirse al catolicismo, creen que están en camino de salvación, pueden obtener de la infinita misericordia de Dios la salvación eterna.

Los paganos no bautizados que ignoren inculpablemente el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pueden también conseguir salvación eterna si buscan a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su divina voluntad conocida mediante juicio de la conciencia.

Como se ve, aunque en absoluto sea imposible la salvación de los que no pertenecen a la Iglesia Católica – con tal de que estén en el error con absoluta buena fe y cumplan, con la ayuda de la gracia, la voluntad de Dios -, subsiste para todos los hombres la obligación estricta de convertirse a la verdadera Iglesia de Jesucristo tan pronto reciban la suficiente instrucción sobre esta indeclinable obligación. Por lo que se impone a todos los católicos el deber de propagar la fe y fomentar las misiones católicas, a fin de llevar a todos los hombres del mundo la plenitud de la verdad y del Evangelio de Cristo. No olvidemos las gravísimas palabras del propio Concilio Vaticano II: “No podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia Católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negaran a entrar o a perseverar en ella“.

El dogma no cambia (ni puede cambiar): fuera de la Iglesia no hay salvación. Porque no hay más Salvador que Jesucristo. Por lo tanto, no todas las religiones son iguales ni sirven igualmente para la salvación, como proponen los herejes modernistas. El sincretismo religioso es herético. La única fe verdadera, la única religión verdadera instituida por Jesucristo, es la Santa Iglesia Católica.

La gracia

La fe se transmite por la predicación de las verdades reveladas. Y la gracia santificante – la justificación – la recibimos por el bautismo: el sacramento de la fe.

Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se condenará. Mc. 16, 15-16

Esta gracia se pierde con el pecado mortal y se recupera con el arrepentimiento y la penitencia: con el sacramento de la confesión. La gracia santificante es vida en Cristo, un don creado, por el que Dios sana y eleva al hombre a una vida sobrenatural. La gracia santificante que recibimos por el bautismo nos hace hijos de Dios y nos hace capaces de mérito. Actos meritorios, saludables o salvíficos, son aquellos que el hombre realiza bajo el influjo de la gracia, y que por eso mismo, son gratos a Dios. Los actos buenos del pecador son imperfectamente salvíficos y le disponen a recibir la gracia santificante. Pero los actos hechos por el hombre que está en gracia de Dios, merecen premio de vida eterna.

Para crecer en gracia de Dios, lo primero es quitar el pecado, porque, “una losa caída en un campo no deja allí crecer la hierba. Y es inútil que el labrador abone y riegue: lo primero de todo es retirar la losa. Imposible si no que crezca allí la hierba. Para crecer en gracia, lo primero de todo es quitar del pecado”[2].

Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Jn. 20, 22-23

La perfección cristiana consiste especialmente en la caridad. Quien ha conseguido, por la gracia de Dios, la perfección del amor a Dios y al prójimo puede ser llamado “perfecto». El mismo Cristo nos dice que del amor de Dios y del prójimo pende toda la Ley y los Profetas. La fe recibe todo su valor en la caridad. La caridad es el medio que nos une a Dios, fin último del alma humana; pues, como dice San Juan, “Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él” (I Jn. 4, 16).

La Inhabitación

La inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo es una de las verdades más claramente manifestadas en el Nuevo Testamento:

“Si alguno me ama, guardará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (Jn. 14, 23).

“¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios lo destruirá. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros” (I Cor. 3, 16-17).

Dios habita dentro del alma en gracia. Royo Marín señala que son tres las principales finalidades de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma justificada:

Hacernos partícipes de la vida íntima divina: Dios mora en nosotros como en un templo. El alma está recibiendo por la gracia de su Dios su vida sobrenatural, de manera semejante a como el embrión en el seno materno recibe en cada instante la vida de la madre y de ella vive. Para eso ha venido Cristo al mundo, “para que vivamos por Él”. Por eso San Pablo puede decir “ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí”. En el alma justificada están las tres divinas personas.
Constituirse en motor y regla de nuestros actos. El Espíritu Santo, que vive en las almas de quienes viven en gracia de Dios, rige y gobierna nuestra vida sobrenatural y actúa como causas principal de nuestros actos virtuosos.
Constituirse en objeto fruitivo de una experiencia inefable. Todos los místicos experimentan en lo más profundo de su alma la presencia de la Santísima Trinidad. Así lo expresa Santa Teresa:

“Acaecíame… venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él”.

Es tan clara esta experiencia divina en las almas contemplativas, que algunas llegaron a conocer por ella el misterio de la inhabitación de las divinas personas, incluso antes de haber tenido noticias de él.

Santo Tomás en la Suma Teológica llega a escribir:

“Por el don de la gracia santificante es perfeccionada la criatura racional, no sólo para usar libremente de aquel don creado, sino para gozar de la misma persona divina”.

Es en estas alturas sublimes donde el alma experimenta la inhabitación divina de una manera inefable. Lo que el alma ya sabía y creía por la fe, aquí lo experimenta con la vista y con el tacto. Así lo expresa Santa Teresa:

“De manera que lo que tenemos por la fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres personas, y le hablan, y le dan a entender aquella palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría Él y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos”.

Este conocimiento experimental de Dios es infinitamente superior en cuanto al modo, al que de Él tenemos por la razón iluminada por la fe. Así lo dice Santa Teresa:

“¡Oh, válgame Dios! ¡Cuán diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta manera cuán verdaderas son!”

La fe nos dice que en Dios hay tres personas distintas en una sola naturaleza divina. Con la experiencia mística esa verdad de la fe se nos hace palpable. El P. Menéndez-Reigada, citado por Royo Marín, lo expresa así:

“Tengo en mi mano una fruta que me dicen que es muy sabrosa, pero yo no he comido nunca; y sé que es así porque quien me lo dice no me engaña: ese es Dios conocido por la fe y poseído por la caridad. Pero meto esa misma fruta en la boca y comienzo a paladearla, y entonces conozco por experiencia que era verdad lo que me decían de su suavidad y dulzura: tal es Dios conocido por experiencia mística”.

“¿No es verdad que resulta ridículo preguntar si todos estamos llamados a la mística, si entra en el desenvolvimiento normal de la gracia, si es lícito desearla, si hay un solo camino para la unión con Dios?”, se pregunta Royo Marín.

Pedro Luis Llera

El mismo Royo Marín pone dos citas de Sabino Lozano, O. P., tomadas de su libro Vida santa y ciencia sagrada:

“Pues este fenómeno estupendo (el de la inhabitación), cuya realidad garantizan las Divinas Escrituras, ¿es místico o ascético? ¿Es patrimonio de unos pocos o herencia común de todos los hijos de Dios?”

“El gran don, el verdadero don de Dios, ante el cual los otros palidecen y son como si no fueran, el don de las divinas personas, no es privativo del estado místico o del estado ascético, ni privativo tampoco del estado místico en sus formas superiores; las divinas personas se dan a cuantos viven en estado de gracia. Así lo enseña Santo Tomás”.


Algunas conclusiones

1.- Lo primero es vivir en gracia de Dios, por el bautismo y la penitencia. Por eso resulta urgente llamar a la conversión. Si vivimos en pecado mortal, ¿cómo vamos a poder tener una “experiencia” de encuentro con Dios? La gracia santificante es una semilla de Dios que siembra en nuestras almas el sacramento del bautismo. Se nos da en forma de germen, de semilla, de embrión sobrenatural. Luego, por su misma naturaleza, está llamada a crecer y desarrollarse.

2.- No podemos pretender empezar la casa por el tejado: primero hay que conocer la fe, aceptar la Verdad Revelada por Dios en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio infalible de la Iglesia, y convertirse para vivir en gracia de Dios. Las experiencias místicas de encuentro con Dios son posibles solo si vivimos en gracia y por pura gracia. No se puede confundir la mística auténtica con el pseudomisticismo modernista, con el sincretismo New Age; o mezclar la espiritualidad católica con el zen o el yoga, como muy bien señalaba Alonso Gracián.

3.- La fe no es un sentimiento ni una experiencia ni una opinión subjetiva. La fe se conoce, se acepta y se obedece. No se parte de la experiencia para llegar a la fe, sino que desde la fe, se puede alcanzar la experiencia mística, por la gracia de Dios y viviendo en gracia de Dios. Dios habitará en nosotros si vivimos en gracia de Dios.

4.- La fe y los dogmas no dependen de mis sentimientos o mis opiniones. Los herejes pretenden que la propia subjetividad está por encima de la Verdad, la conciencia por encima de la Ley Moral Universal; pretenden interpretar los dogmas a su gusto. Pero quien niega uno solo de los dogmas de fe, no tiene fe tampoco en los demás dogmas. Su opinión prima sobre la Verdad. Y eso le aparta de la fe de la Iglesia. No se puede convertir la fe en algo que agrade al mundo. Es el mundo quien debe convertirse a la fe verdadera: no la Iglesia al mundo.

5.- No hay más religión verdadera que la Católica. La única Iglesia querida e instaurada por Jesucristo es la Iglesia Católica. Y fuera de ella no hay salvación, sino error; y en muchos casos, idolatría. El único y verdadero Salvador y Redentor es Cristo Jesús.

Actualmente, los llamados métodos de la “nueva evangelización” pretenden provocar “el encuentro personal con Cristo” mediante “experiencias”. Y me parece un error garrafal. Lo primero es la catequesis: conocer la fe y predicar la adhesión a ella y la conversión. Ese ha sido siempre y debe seguir siendo el comienzo de toda evangelización. Y quien crea y se bautice (o se convierta mediante la confesión) se salvará. Y quien no, se condenará. Fijémonos en San Pablo en Atenas:

Hechos 17:16-34

Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría.

Así que discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían.

Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección.

Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto. (Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo.)

Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo:

Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.

Porque en Él vivimos, y nos movemos, y existimos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos.

Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres.

Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.

Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez.

Y así Pablo salió de en medio de ellos. Pero algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.

La sociedad apóstata en que vivimos es aún peor que la sociedad pagana de la Atenas de tiempos de Pablo. Unos se burlan de nosotros y otros nos desprecian. Unos nos persiguen y otros simplemente se muestran indiferentes a la predicación de la fe. La fe se ha convertido en algo minoritario, insignificante e irrelevante en la España de hoy. Quedamos cuatro gatos. Pero eso no importa. Los enemigos de Cristo y los herejes modernistas no prevalecerán. Al final el Inmaculado Corazón de María triunfará y el Sagrado Corazón de Jesús reinará en España. Suyo es el poder y la gloria por siempre.


Pedro Luis Llera, es miembro de la Academia Juan Pablo II para la Vida Humana y la Familia


[1] ANTONIO ROYO MARÍ, O. P., La fe de la Iglesia, BAC, Madrid, 1996

[2] JOSÉ RIVERA, JOSÉ MARÍA IRABURU, Síntesis de espiritualidad católica, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2008, pág. 104.