LA ARMADURA DE DIOS

LA ARMADURA DE DIOS

25 de junio de 2024 0 Por Gospa Chile

Los frutos del rezo y las razones del nombre «Rosario»


De la ENCÍCLICA HUMANO GENERI, S.S. León XIII

Pues, esos mismos efectos producen en cada uno de nosotros, especialmente las series de misterios que en el Rosario admiramos; conviene a saber, que con la frecuente meditación o recuerdo, el alma cristiana poco a poco e insensiblemente embeba la vitalidad en ellos contenida y se impregne de ella; que poco a poco e insensiblemente se sienta conducido a disponer sin pretensiones su vida en activa quietud, a soportar las adversidades con ecuanimidad y fortaleza de espíritu, a dar aliento a la esperanza de los bienes inmortales que nos están reservados en una patria mejor, y finalmente, a fortalecer y aumentar la fe, sin la cual buscamos en vano el remedio y el alivio de los males que nos agobian, o la conjuración de los peligros que nos amenazan.

Ahora bien, con razón han sido llamadas «Rosario» las oraciones marianas que, bajo la inspiración y ayuda de Dios, Santo Domingo fue el primero en idear mezclándolas, en determinado orden, con los misterios de la Redención; pues, cuantas veces saludamos a María como «llena de gracia«, según la alabanza angélica, tantas veces ofrecemos, mediante la alabanza repetida, a la Virgen una especie de rosas que despiden un perfume de gratísima dulzura; tantas veces se presentan en nuestra mente la excelsa dignidad de María y la gracia que Dios le concedió por el fruto bendito de su seno (Lc. 1, 42); tantas veces recordemos otros méritos singulares, por los cuales con su Hijo divino María fue hecha participante en la redención humana.

¡Cuán suave, pues, y cuán grata es a la Santísima Virgen la salutación angélica, porque, precisamente, al saludarla Gabriel con ella, sintió que había concebido del Espíritu Santo al Verbo de Dios!

Y ciertamente no hay cosa que tenga tanta fuerza para conciliarnos y merecernos la benevolencia de María como el culto que, en la mejor forma posible, tributamos a los misterios de nuestra redención, a los cuales Ella no asistió meramente sino que intervino, y como también la sucesión ordenada de los hechos que ponemos delante de los ojos, desenvolviéndolos para la meditación y devoción.

Por eso, Nos no dudamos que la misma Virgen, Madre de Dios y Piadosísima Madre nuestra, querrá atender benignamente a los deseos y súplicas que elevarán debidamente las innumerables muchedumbres de cristianos que en peregrinación afluirán ahí, y Ella unirá y confundirá sus ruegos con los de ellos, a fin de que, asociadas en alguna manera las plegarias, violenten el corazón de Dios, rico en misericordia, moviéndolo a escucharlos.

De este modo, la poderosísima Virgen y Madre, que un día cooperó con su caridad para que los fieles naciesen en la Iglesia (San Agustín. De Sancta Virgine, c. 6.) sea también ahora medianera e intercesora de nuestra salvación: quebrante y corte las múltiples cabezas de la hidra impía que hace vastos estragos por toda Europa; devuelva la paz a los espíritus angustiados y apresure, por fin, la vuelta a la vida privada y pública a Jesucristo, quien puede salvar para siempre a los que, por su medio, se aproximan a Dios (Hebr. 7, 25).