La omnipotencia de la humildad
La humildad, aunque parezca débil, en realidad es una gran fortaleza.
Por Dom Augustin Guillerand, o. cart.
Te permite reconocer tus propios límites y abrirte a los demás, creando espacios de autenticidad y conexión. La humildad te permite aprender de los errores, escuchar y crecer.
En el contexto espiritual, la humildad es vista como una actitud que acerca a las personas a Dios, permitiendo una comprensión más profunda de la existencia y el lugar de uno en el mundo. Cristo y los santos demostraron que la verdadera grandeza está en el servicio y en la capacidad de amar sin egoísmo.
En este sentido, la humildad se convierte en una fuerza transformadora, capaz de inspirar a otros y promover la paz y el entendimiento. Es a través de la humildad que se puede alcanzar una verdadera visión de lo divino, ya que libera el corazón y la mente de prejuicios y arrogancia.
Dom Augustin Guillerand nos aclara este concepto:
“ Los ejemplos de esta omnipotencia de la humildad son sin duda muy impresionantes. Jesús, como corresponde, sostiene la cabeza, con su pobre cuerpo destrozado, el rostro cubierto de saliva, todo su ser tratado ignominiosamente, sin tener ya forma humana, despreciado después de hacerse hombre, en el fondo del aniquilamiento… y por esto, dice San Pablo, exaltado por encima de todos y de todo.
Después de él, la humilde Virgen: «Quiso – dice del Dios que la hizo su madre – bajar la mirada sobre la humildad de su sierva» (Lc 1,48). La humildad es lo que vio, amó y escuchó en ella, porque es lo que ama, lo que busca, lo que lo atrae y lo frena, lo que lo une y lo obliga hacia nosotros.
Esta mirada de Dios sobre el alma que se hace muy pequeña ante Él, esta mirada que es comunicación de Luz eterna y de Amor infinito, ¡qué dulzura y qué fuerza en la oración! Esto es lo que sostuvo a la mujer cananea a los pies del Salvador y al centurión que buscaba el milagro. Jesús cedió a sus súplicas, que le arrebataron, como a la fuerza, el milagro solicitado y su complacida admiración.
El humilde que ora se presenta con la fuerza atrayente del vacío para el ser que quiere ocuparlo. No hay resistencia que romper, no hay presencia que eliminar, no hay transformación que hacer. Todo lo que tienes que hacer es entrar, tomar asiento, cumplir con una expectativa y llenarla. Los humildes son los pobres de los que habla constantemente el salmista, y los Libros Sagrados en general. Las riquezas de Dios son suyas, no en virtud de una justicia estrecha y sin amor, sino en virtud de la naturaleza más profunda de Dios que es el Amor. »
(Escritos espirituales, volumen 1, página 32)