La oración en Santa Teresa de los Andes
Delante del Santísimo en oración
CARTA 56: Al P. Artemio Colom, S.J. 29 de enero 1919. Expone su vida de oración, de seglar.
(…) Otra vez estaba delante del Santísimo en oración con mucho fervor y humildad; entonces me dijo que quería que tuviera una vida más íntima con El; que tendría mucho que sufrir y otras cosas que no recuerdo. Desde entonces quedé más recogida, y veía con mucha claridad a N. Señor en una actitud de orar, como yo lo había visto en una imagen. Pero no lo veía con los ojos del cuerpo, sino como que me lo representaba, pero era de una manera muy viva, que aunque a veces yo antes lo había querido representar, no había podido. Lo vi de esta manera como ocho días o creo más y después ya no. Y ahora tampoco lo puedo hacer.
He tenido a veces en la oración mucho recogimiento, y he estado completamente absorta contemplando las perfecciones infinitas de Dios; sobre todo aquellas que se manifiestan en el misterio de la Encarnación. El otro día me pasó algo que nunca había experimentado. N. Señor me dio a entender una noche su grandeza y al propio tiempo mi nada. Desde entonces siento ganas de morir ser reducida a la nada, para no ofenderlo y no serle infiel. A veces deseo sufrir las penas del infierno con tal que, sufriendo esas penas, le pagara sus gracias de algún modo y le demostrara mi amor, pues encuentro que no lo amo. En esto consiste mi mayor tormento. Esto pensé en la noche antes de dormirme, y en la mañana amanecí con mucho amor. Recé mis oraciones y leí la Suma Espiritual de San Juan de la Cruz, en que expone los grados del amor de Dios, y habla de oración y contemplación. Con esto sentí que el amor crecía en mi de tal manera que no pensaba sino en Dios, aunque hiciera otras cosas, y me sentía sin fuerzas, como desfallecida, y como si no estuviera en mi misma. Sentí un gran impulso por ir a la oración e hice mi comunión espiritual pero al dar la acción de gracias me dominaba el amor enteramente. Principié a ver las infinitas perfecciones de Dios, una a una, y hubo un momento que no supe nada: estaba como en Dios. Cuando contemplé la justicia de Dios hubiera querido huir o entregarme a su justicia. Contemplé el infierno, cuyo fuego enciende la cólera de Dios, y me estremecí (lo que nunca, pues no sé por qué jamás me ha inspirado ese terror). Hubiera querido anonadarme pues veía a Dios irritado. Entonces haciendo un gran esfuerzo, le pedí desde el fondo de mi alma misericordia.
En la oración de la tarde estuve menos recogida, pero sentía amor, aunque no tanto. Todo ese día estuve muy recogida y me pidió Dios no mirara fijamente a nadie y, si de vez en cuando tenía que mirar, lo viera siempre a El en sus criaturas, porque para llegar a unirse a El necesitaba mucha pureza. Ni aún quiere toque a nadie sin necesidad. Después de ese día he quedado en grandes sequedades.