La triple concupiscencia

La triple concupiscencia

19 de febrero de 2024 0 Por Gospa Chile

La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida.

“Dejada para nuestros combates, la concupiscencia (mala inclinación) no es capaz de perjudicar a aquellos que no consintiendo en ella resisten con coraje por la gracia de Cristo. Pero además: un atleta no recibe la corona si no lu- cha según las reglas (2Tim 2,5)”. (C.E.C 1264)


El ser humano fue creado por Dios con un equilibrio perfecto. ¿De dónde nos viene entonces, la revuelta existente entre la carne y el espíritu? Nos viene del pecado original, que aunque apagado en las aguas del Bautismo nos deja la inclinación al mal, o sea a la concupiscencia. Tenemos la certeza de que el espíritu del mundo es contrario al espíritu de Jesucristo, porque observemos que:

  • El espíritu del mundo es una repugnante concupiscencia de la carne, que se traduce en los gozos sensuales exacerbados; también en una avariciosa concupiscencia de los ojos, que corresponde al deseo desmedido de los bienes de esta tierra, y por fin es una soberbia de vida cuando hay una idolatría a los honores inmerecidos.
  • Ahora el espíritu de Jesucristo es de total desapego, oponiéndose al mundo que propone opresiones, engaños y robos para satisfacer las ambiciones desmedidas.

Jesucristo nos invita a SEGUIRLO, recorriendo el camino del humilde aniquilamiento de la propia voluntad. En esta senda, el orgullo y la soberbia, responsables de la falta de amor, de espíritu de resignación y de las injusticias, deben dar lugar a la renuncia, a la sumisión y a la total entrega al Señor por las manos virginales de María.

Cuando nos amamos demasiado a nosotros mismos y al mundo, privamos a Dios del amor que le es debido. Y eso es de fácil percepción, basta reflexionar sobre las prioridades que establecemos…

  • ¿Colocamos el corazón y la esperanza en las cosas del mundo idolatrándolas?
  • ¿Aceptamos la humillación con espíritu de religión?
  • ¿Ambicionando los bienes de la tierra, vendemos nuestra conciencia (no siguiendo las inspiraciones del Señor, sino, los ideales mundanos); pisamos a nuestro prójimo para obtener lo que deseamos?
  • ¿Nos apegamos a las cosas pequeñas, a intereses y cosas de propiedad, a los honores o tenemos todo eso como frívolo y vil a los ojos de Dios?

Es muy difícil liberarnos de todo eso a no ser que nos decidamos a revestirnos de la libertad de los esclavos de la Virgen María. A Ella debemos consagrar enteramente todo nuestro cuerpo, nuestros sentidos y también nuestros bienes de orden espiritual y material.

Colocándonos bajo sus cuidados, viviremos en total confianza con Dios, resistiendo siempre las tentaciones que nos son propuestas por el mundo. Y para perseverar con la fortaleza necesaria, armonizar el espíritu y la carne, reparar las faltas y empeñarnos en la conversión de todos los pecadores nos es necesario hacer mortificaciones y violencia sobre nosotros mismos. Solo así tendremos la tan anhelada Sabiduría, renunciando al mundo y a todo lo que nos seduce a nosotros mismos y a nuestros caprichos vanos. Para eso es indispensable cultivar una continua mortificación universal, valerosa y discreta, a través de varias prácticas, tales como:

  • desapego a los bienes: no manteniendo entre nuestras actitudes y la de los mundanos:
  • abandono de la malicia: que para enmascarar la verdad asumimos al pensar, hablar u opinar como los mundanos que se oponen terminantemente a Dios y a su Ley;
  • huir de las compañías: que nos envuelven en conversaciones inútiles, haciéndonos perder tiempo, etc…
  • No dejamos, en este asunto de reflexionar, sobre el mensaje traído por el Ángel a los pastorcillos en Fátima… “Ofrecer constantemente al Altísimo, oraciones y sacrificios”.

“Siempre que podáis ofrecer un sacrificio en acto de reparación…”

Cuando hablamos de ofrecer sacrificios a Dios, debemos siempre observar siempre las circunstancias y aprovechar las ocasiones…

En primer lugar, tenemos que ofrecer sacrificios relacionados con el cumplimiento del propio deber de estado (madre, padre de familia, hijo, estudiante, abogado, religioso, sacerdote, etc…).

Dentro de esa perspectiva, en segundo lugar, tenemos que renunciar a aquello que nos puede llevar al pecado, satisfaciendo nuestros apetitos desordenados, tales como: placeres ilícitos, caprichos orgullosos, vanidad, codicia, avaricia, comodidades exageradas, impaciencia ante las contrariedades…

En tercer lugar tenemos que hacer de nuestra vida un pleno ofrecimiento a Dios por María, así, como decía la hna. Lucía: “Toda nuestra vida debe ser un holocausto ofrecido a Dios, en los brazos de nuestra cruz de cada día en unión con la Cruz de Cristo”.

Luego con la Consagración a María Santísima, ¡hagámonos pequeños y humildes, renunciando a las propias voluntades y colocándonos bajo su guía!

Oración: Santísima Virgen María, querida Madre y Señora, nos avergonzamos de nuestra condición miserable. ¡Ruega a Jesús por el perdón de nuestros pecados, pues los detestamos de todo corazón. Revístenos de Vuestra Inmaculada Concepción y danos Vuestro Corazón para despegarnos de los bienes de esta tierra y transformarnos en Vuestros fieles Esclavos de Amor. Amén.