La Virgen del Pilar
La Primera Aparición Mariana
La tradición, tal como se ha transmitido desde la Iglesia primitiva y su fundamentación ha sido respaldada por unos documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles predicaban el Evangelio. Se dice que, por entonces (40 AD), el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España. Santiago obtuvo la bendición de la Santísima Virgen para su misión.
Los documentos dicen textualmente que Santiago, «pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro.
En la noche del 2 de enero del año 40 AD, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando «oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol». La Santísima Virgen, que aún vivía, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que «permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio».
Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, con el concurso de los conversos, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresar a Judea. Esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen Santísima.
El lugar, ha sobrevivido a invasiones de diferentes pueblos y a la Guerra Civil española de 1936-1939, cuando tres bombas cayeron sobre el templo y no estallaron.
Muchos historiadores e investigadores fundamentan esta tradición y aducen que hay una serie de monumentos y testimonios que demuestran la existencia de una iglesia dedicada a la Virgen de Zaragoza. El más antiguo de estos testimonios es el famoso sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo IV, cuando la santa fue martirizada. El sarcófago representa, en un bajo relieve, el descenso de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol Santiago.
Asimismo, hacia el año 835, un monje de San Germán de París, llamado Almoino, redactó unos escritos en los que habla de la Iglesia de la Virgen María de Zaragoza, «donde había servido en el siglo III el gran mártir San Vicente», cuyos restos fueron depositados por el obispo de Zaragoza, en la iglesia de la Virgen María. También está atestiguado que antes de la ocupación musulmana de Zaragoza (714) había allí un templo dedicado a la Virgen.
La devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se halla tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que la Santa Sede permitió el establecimiento del Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como «una antigua y piadosa creencia».
Santiago el Mayor, fue uno de los primeros convocados al grupo apostólico y estuvo junto al Maestro en momentos clave de su vida, como la Transfiguración o Getsemaní, junto con Pedro y su hermano Juan. Como los demás apóstoles, tras recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, fue enviado a evangelizar.
Según la tradición, su destino fue, cruzando en barco todo el Mediterráneo, España, entonces Hispania, provincia romana. El relato se bifurca en cuanto a su entrada en Hispania. Según una versión, entró por “Gallaecia” (Galicia), dando un gran rodeo. De acuerdo con la otra tradición, desembarcó en “Tarraco” (Tarragona), siguió el valle del Ebro y llegó a la actual A Coruña, tras conectar con la vía romana que llevaba allí desde Cantabria.
No murió entonces, sino tras sufrir martirio en Jerusalén, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles (Hch 12,2), adonde volvió, según los evangelios apócrifos, para estar junto a la Virgen María y los demás apóstoles en el momento de su dormición, deseo del mismo Jesús, que aunque humanamente imposible, debido a la gran dispersión en que se hallaban los doce por todo el mundo conocido, pero que se hizo realidad a través de múltiples milagros y apariciones marianas.
Sigue la tradición contándonos que, tras haber sido martirizado y asesinado bajo mandato de Herodes Agripa, sus discípulos se las arreglaron para llevar su cuerpo a Iria Flavia, en Galicia, donde el obispo Teodomiro lo descubrió en el “campus stellae” (Compostela), gracias al aviso de un ermitaño, Paio, que vio extrañas luces como estrellas móviles en un campo desierto.
No es nada descabellado pensar que tan aguerrido y fiel apóstol quisiese llegar, siguiendo el mandato de Jesús de llevar el Evangelio “hasta los confines de la Tierra”, al “Finis Terrae” (hoy cabo de Finisterre), considerado como “el fin de la Tierra” en la geografía latina y precolombina. Tampoco sería nada extraño que sus discípulos quisieran enterrar su cuerpo en la tierra que evangelizó.
Santiago, con su predicación en Galicia fundó una pequeña comunidad, de la que existen indicios arqueológicos. Allí escogió, para que prosiguieran su misión, a los famosos “Siete Varones Apostólicos”, que fueron ordenados obispos en Roma y que a su retorno a España fueron acompañados por el mismo Santiago, siguiendo la vía tarraconense.
Aquel equipo de misioneros encontró tal resistencia y rechazo a su predicación conforme avanzaban hacia el noroeste por la cuenca del Ebro que, desalentados por la falta de frutos pese a sus denodados esfuerzos, sintieron la insidiosa y lógica tentación de arrojar la toalla y volverse por donde habían venido. Justo en esos momentos, intervino María.
Antes de su dormición y asunción, sobre el año 40 y “en carne mortal”, Nuestra Señora se apareció al atribulado grupo sobre una columna de jaspe en Zaragoza, sobre el famoso “pilar” que ha dado nombre a su advocación como “Virgen del Pilar”, la “Pilarica”. Con su presencia les dio los ánimos que necesitaban para perseverar pese al aparente fracaso.
Gracias a la Virgen María, aquel grupo de misioneros inició la evangelización de España y España, más tarde, la del mundo entero. Por eso es la Patrona de España y de la Hispanidad. La Iglesia se apoya en los Apóstoles y ellos en Cristo y en María. La “Pilarica” se constituyó para siempre en base sólida en la que sustentarnos cuando todo viene en contra, cuando ya no podemos más, cuando se nos quiebra el valor, la fuerza e incluso la esperanza.
Nuestra Señora fue proclamada por Juan Pablo II “Estrella de la Nueva Evangelización”. Ella fue la primera en acoger el Evangelio, la Buena Nueva. En su seno físico gestó a Jesús y en su seno espiritual, la Iglesia, nos gesta a nosotros a la fe. En ella retornamos al seno materno para nacer de nuevo. Bajo su amparo podremos recobrar siempre el consuelo y la “parresia”, esto es, el coraje para perseverar aun cuando nos acogoten las dificultades.
Después de predicar en España, Santiago regresó a Jerusalén. Fue ejecutado por Herodes Agripas alrededor del año 44 d.C. siendo el primer apóstol mártir, luego del suceso sus discípulos tomaron su cuerpo y lo llevaron a España para su entierro. Siglos después el lugar fue encontrado y llamado Compostela (campo estrellado).
La talla de la Virgen se encuentra situada en dicha basílica en Zaragoza, es de madera y está sobre un pilar de 1,70 metros de altura. Además, todos los días 2, 12 y 20 de cada mes la Virgen del Pilar no se cubre con manto. El resto de días del año, varía de manto según la fecha.
En el año 1898, poco tiempo después de inventarse el cine, se rodó allí la primera película española, llamada “Salida de la misa de doce de la Iglesia del Pilar de Zaragoza”.
Además, esta iglesia cuenta con el privilegio de ser la primera en estar dedicada a la Virgen María.