Los demonios atormentados
San Juan Crisóstomo: «los hombres que viven a la manera de los cerdos, son fácil presa del demonio…» Homilías sobre san Mateo. Hom. 28, 10-30
Una vez que Cristo se apartó del mar, sucedió un milagro pavoroso. Porque los endemoniados, a la manera de perversos fugitivos que ven a su Señor, gritaban: ¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? Puesto que las turbas lo confesaban como hombre, vinieron los demonios a predicar su divinidad. Y los que no habían oído eso del mar en tempestad y calmado de repente, lo vinieron a oír de los demonios: eso mismo que el mar apaciguado estaba clamando. Y para que esa voz de los demonios no pareciera simple adulación, por su propia experiencia gritaban y decían: ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos?
De manera que echan por delante su enemistad para que su súplica no pareciera sospechosa de nada. Invisiblemente eran atormentados y más que el mar padecían oleajes, traspasados, quemados y padeciendo intolerables tormentos con la sola presencia de Cristo. Y como nadie se atrevía a presentarle a aquellos endemoniados, El se les hace presente. Mateo escribe que ellos decían: ¿Has venido acá a destiempo para atormentarnos? Otros evangelistas añadieron que lo conjuraban y rogaban que no los arrojara al abismo: pensaban que su castigo era inminente y temían como si ya estuvieran sumergidos en sus tormentos.
Y aunque Lucas habla de un solo endemoniado y Mateo de dos, pero no hay contradicción. Si Lucas dijera que fue uno único el endemoniado y que en absoluto no había otro, parecería diferir de Mateo. Pero al recordar Lucas a uno y Mateo a dos, sólo hay diferencia de narración. Yo pienso que aquí Lucas se acordó del más terrible de los dos y por esto describe su desgracia, que era la más trágica: es a saber, que rompía las cadenas y ataduras y andaba por los sitios desiertos. Marcos añade que se hería contra las piedras. Por lo demás las palabras de ambos declaran bien la ferocidad y desvergüenza suya: ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? dicen.
Podían decir que no habían pecado y sólo piden no ser castigados antes de tiempo. Pues los había encontrado Jesús haciendo obras inicuas e intolerables y que destrozaban y atormentaban a criaturas suyas de mil maneras, creían los demonios que por la atrocidad de sus crímenes Cristo no esperaría a que llegara el tiempo del suplicio; y por esto le rogaban y suplicaban; y ellos, que ni con cadenas de hierro podían ser detenidos, se llegan ahora atados; ellos, que andaban por los montes, bajan ahora a los valles; ellos, que impedían a otros su camino, al ver que Jesús se les atravesaba en la senda, se detuvieron.
Mas ¿por qué gustan de morar en los sepulcros? Para instigar en la mente de muchos una creencia perniciosa; es a saber, que las almas de los difuntos se convierten en demonios, cosa que en absoluto nadie vaya a pensar. Y preguntan algunos: pero ¿qué me dices de muchos prestidigitadores que degüellan a los niños que capturan, con el objeto de tener luego su alma como sierva? Respondo: ¿cómo se demuestra? Que los degüellen es cosa que muchos afirman. Pero que las almas de esos muertos estén al servicio de sus asesinos ¿cómo lo sabes? Responden: Es que lo afirman los mismos endemoniados y dicen: yo soy el alma de fulano. Pues bien: eso es engaño y fraude diabólico. No es el alma del degollado la que habla, sino el demonio que simula para engañar a los oyentes. Si el alma pudiera meterse en la substancia del demonio, más fácilmente se metería en su propio cuerpo. Además: ¿quién que no esté loco puede creer que el alma ofendida vaya a ser compañera y criada de su ofensor? ¿o que pueda el hombre cambiar en otra substancia a un espíritu incorpóreo? Si esto no es posible en los cuerpos, ni puede nadie cambiar un cuerpo de hombre en el de un asno, con mayor razón esto no se puede hacer con un alma invisible ni podrá nadie cambiarla en substancia de demonio.
Son por consiguiente semejantes consejos palabras de viejecillas ebrias y espantajos de niños. No le es lícito al alma, una vez que se ha separado del cuerpo, andar vagando por este mundo. Las ánimas de los justos, dice la Escritura, están en las manos de Dios. Si las de los justos, también las de los niños, pues no son malvadas. En cambio, las almas de los pecadores al punto serán arrebatadas de acá. Esto se ve claro en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Y en otra parte Cristo dijo: Esta misma noche te pedirán el alma. Aparte de que no puede ser que el alma, una vez salida del cuerpo, ande vagando por acá. Y con razón. Pues si cuando emprendemos un viaje a un país conocido y ya acostumbrado, añora que andamos vestidos del cuerpo, si nos encontramos con un camino extraño ignoramos por dónde habremos de seguir, si no tenemos un guía ¿cómo el alma arrancada del cuerpo, yendo a lo que le es desconocido y no le es habitual, sabrá, sin un guía, a dónde debe dirigirse?
Por muchos otros argumentos se deduce que el alma, una vez salida del cuerpo, no puede ya permanecer aquí. Esteban decía: Recibe mi espíritu. Y Pablo: Ser desatado y estar con Cristo es mejor. Y del patriarca Abrahán dice la Escritura: Anciano y lleno de días, murió en senectud buena y fue a unirse con su pueblo. Pero que tampoco las almas de los pecadores puedan andar por acá, oye al rico Epulón que mucho lo pedía y no lo consiguió; y eso que de haber podido habría venido él personalmente y habría comunicado a sus hermanos lo que por allá sucedía. Es, pues, manifiesto que tras de partir de esta vida, las almas son llevadas a cierto sitio y no pueden regresar acá, sino que allá esperan el terrible juicio.
Y si alguno pregunta: ¿por qué Cristo hizo lo que le pedían los demonios, al permitirles entrar en la manada de cerdos? respondería yo que no lo hizo por favorecerlos, sino con una múltiple providencia. En primer lugar, para enseñar a quienes hubieran sido así liberados de semejantes malignos tiranos, cuan grave ruina causan estos enemigos. En segundo lugar, para que todos aprendieran que los demonios no pueden ni aun entrar en los cerdos sin el permiso de Cristo. En tercer lugar, que si los demonios quedaban en aquellos hombres, habían de llevar a cabo cosas más terribles que en los cerdos, de no ser liberados de su desgracia por medio de aquella gran providencia de Dios. Porque nadie hay que no sepa con toda claridad que los demonios aborrecen al hombre más que a los brutos animales. De manera que quienes no perdonaron a los cerdos sino que al punto los despeñaron, mucho más habrían hecho con los hombres, si no los hubiera enfrenado, en esa misma poderosa tiranía que ejercían, el cuidado de Dios, para que no perpetraran cosas más dañinas aún. Queda por aquí manifiesto que la providencia de Dios se extiende a todos; y si no se extiende del mismo modo a todos, también esto es un género de excelente providencia, pues se acomoda a como ha de ser útil para cada uno.
Todavía, además de lo dicho, aprendemos otra cosa: es a saber, que no sólo tiene Dios providencia de todos en general, sino en particular de cada uno, cosa que Cristo indicó a los discípulos al decirles: Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. Y puede verse esto en los dos endemoniados, puesto que mucho antes habrían sido estrangulados si no los hubiera guardado Dios con especial providencia. Permitió a los demonios entrar en los cerdos, para que los habitantes de aquella región conocieran su poder. En donde ya su nombre era conocido no se mostraba mucho en público; en donde no lo era, ahí sí se manifestaba plenamente; y en donde nadie lo conocía y el pueblo era insensible, brillaba con sus milagros para llevarlos a todos al conocimiento de su divinidad.
Y que fueran insensibles e imprudentes los que en aquella ciudad habitaban, aparece claro por lo que sucedió al fin. Habiendo sido necesario que lo adoraran y admiraran su poder, lo rechazaron y le rogaron que se alejara de sus confines. Preguntarás: ¿por qué los demonios mataron a los cerdos? Porque los demonios lo que siempre procuran es entristecer al hombre y siempre se gozan en su daño. Así lo hizo el demonio con Job, porque también este casó lo permitió Dios. Y no porque obedeciera al demonio, sino porque quería hacer a su siervo Job más resplandeciente, y aun quitar al diablo toda ocasión de impudencia, y hacer caer sobre su cabeza los crímenes que contra aquel justo cometía.
Y también ahora sucedió todo lo contrario de lo que el demonio pretendía. Porque el poder de Cristo se publicaba más claramente y la perversidad de los demonios, de la que él libró a cuantos aquéllos tenían prisioneros, se mostró más abiertamente aún, y se hizo ver que los demonios ni aun sobre los cerdos tenían potestad, si no se la daba aquel que es el Señor Dios de todos.
Si alguno quisiera tomar metafóricamente estas cosas, nada lo impide. La historia sería ésta: Conviene saber que los hombres que viven a la manera de los cerdos, son fácil presa del demonio. Y aquellos de quienes se apodera el demonio, siendo hombres, con frecuencia pueden superar a los demonios; pero si del todo se vuelven enteramente marranos, entonces no sólo son agitados por el diablo sin incluso éste los despeña en los precipicios. Y para que nadie fuera a pensar que se trataba de una simple ficción, sino que los demonios verdaderamente salieron de aquellos hombres, se comprobó el hecho con la muerte de los cerdos.
Está aquí en Cristo la mansedumbre unida al poder. Porque como los habitantes de aquella región, tras de recibir de El tantos beneficios, lo obligaron a partirse de ahí, no se resistió, sino que partió y abandonó a los que se habían declarado indignos de recibir su predicación. Pero les dejó como maestros a los endemoniados que liberó y además a los porquerizos de quienes podían ellos investigar y conocer todo lo sucedido. Sin embargo, al irse los dejó con graves temores. La magnitud del daño en los cerdos publicaba la fama del milagro y el suceso tan notable impresionó los ánimos. De todas partes llegaban rumores que esparcían la noticia del suceso inaudito: de los que fueron curados, de los cerdos despeñados, de los dueños de la piara, de los porquerizos.
Por lo demás, también en la actualidad hay muchos endemoniados que habitan en sepulcros y cuya locura no hay quien pueda sujetarla: ni el hierro, ni las cadenas, ni la muchedumbre de hombres, ni las amenazas, ni los avisos, ni el terror, ni nada semejante. Porque cuando un lascivo se deja enredar por la belleza de los cuerpos, en nada se diferencia de un endemoniado. Igual que éste, discurre desnudo por todas partes: es decir, vestido pero despojado de las verdaderas vestiduras y de la gloria que se le debe; y no golpeándose con piedras, pero sí con sus pecados, mucho más duros que las piedras. ¿Quién habrá que pueda atar y apaciguar a un hombre que así tan desvergonzadamente procede, petulante y nunca en su pleno juicio sino siempre buscando los sepulcros? Porque sepulcro son las casas de asignación, llenas de hediondez y corrupción.
Y ¿qué diremos del avaro? ¿Acaso no es también él como ese otro? ¿Quién podrá atarlo? Ni los terrores, ni las amenazas, ni los avisos, ni los consejos. Todas esas ataduras las rompe y si alguien se le acerca para quitarle las cadenas, lo conjura a que no se las quite, pues tiene por su mayor tormento no estar en el tormento. Pero ¿qué cosa más miserable hay que pueda acontecer? El demonio aquel, aunque despreciaba a los hombres, pero al mandato de Cristo al punto salió del cuerpo. Este, en cambio, no cede ni a tal mandato. Porque aún oyendo a Cristo que cada día le dice: No podéis servir a Dios y a las riquezas aun amenazándolo con la gehenna y los suplicios intolerables, no obedece; y no porque sea más fuerte que Cristo, sino porque Cristo no nos lleva forzados al arrepentimiento. Viven tales hombres como en un desierto, aun cuando habiten en las ciudades.
¿Quien no esté loco puede alternar con semejantes hombres? Con más gusto preferiría yo habitar con infinitos endemoniados que con un solo individuo enfermo de avaricia. Y que no me equivoco al decir esto, se demuestra por lo que a ambos sucede. Los avaros anhelan dañar a quien ningún daño les ha hecho y lo tienen por enemigo; y que quien es libre, sea su esclavo para envolverlo en un sinnúmero de males. El endemoniado nada de eso hace, sino que contiene en sí mismo su propia enfermedad. Los avaros destruyen muchas familias, y hacen así que el nombre de Dios sea blasfemado y son ruina de la ciudad y del orbe. Los endemoniados más bien son dignos de conmiseración y de lágrimas; y en muchos casos proceden sin darse cuenta. Los avaros tropiezan en pleno juicio y por en medio de las ciudades enloquecen al modo de las bacantes, arrebatados de una extraña locura.
Porque ¿cuál de todos los endemoniados se atreve a lo que hizo Judas cuando acometió la suprema iniquidad? Todos los que lo imitan son por cierto como bestias feroces escapadas de su cárcel, que perturban las ciudades, sin que pueda nadie reprimirlas. Cierto que por todas partes los rodean ataduras, como son el terror por los jueces, las amenazas de la ley, las maldiciones del vulgo y muchos otros lazos; pero ellos los rompen todos y todo lo revuelven. Si alguien rompiera semejantes ataduras, al punto se vería que están endemoniados con un demonio mucho más cruel y feroz que el que ahora narra Mateo haber salido de aquel cuerpo.
Mas ya que en la realidad no se puede, rompámosle con la ficción sus cadenas al avaro y experimentaremos su pleno furor. Pero no temáis a esa fiera así puesta al desnudo por nosotros: ¡al fin y al cabo, no se trata sino de palabras, y no la vemos aquí hecha realidad! Imaginemos, pues, a un hombre que echa fuego por los ojos, negro, con dragones que le cuelgan de los hombros, en vez de brazos. Y que en vez de dientes, tenga puñales erizados; y en lugar de lengua, un regato de veneno y ponzoña. Y cuyo vientre sea más voraz que un horno cualquiera de modo que deglute cuanto se le arroja. Y sus pies dotados de alas y más ligeros que cualquier llama; y cuya cara sea semejante a la del perro y del lobo. Y que no lance voces humanas, sino un sonido áspero, desagradable y temible; y que tenga teas encendidas en sus manos. Tal vez semejante pintura os parezca horrible, pero aún no le hemos puesto todos los colores que le convienen, pues habría que añadirle otros muchos. Por ejemplo, que degüella y devora a todos y les desgarra las carnes.
Pues bien: un avaro es peor que semejante monstruo, pues como un abismo a todos devora, a todos consume y gira por todas partes como enemigo común del género humano. No quiere que quede vivo nadie, para poseerlo él todo. Y ni aquí se detiene, sino que tras de haberlos arruinado a todos por su codicia, ansia ver deshecha toda la tierra y su substancia convertida en oro; ni sólo la tierra, sino además los montes, las quebradas, las fuentes y todo lo visible. Y para que veáis que aún así no hemos descrito todo su furor, añadamos que nadie hay que lo acuse ni le cause terror. Quitadle el miedo a las leyes y veréis cómo toma una espada y mata a todos sin perdonar a nadie, ya sea amigo, pariente, hermano o padre.
Mas ¡no, no es necesaria semejante hipotiposis! Preguntémosle a él mismo si no son estos sus pensamientos; y que con el ánimo a todos acomete y da muerte a sus amigos y parientes y progenitores. Pero ni siquiera es necesario preguntarle; pues nadie hay que ignore cómo los poseídos de semejante enfermedad llevan pesadamente la ancianidad de sus padres y estiman insoportable lo que para otros es dulce y deseable, como es tener prole. Muchos por tal motivo se esterilizaron y mutilaron la naturaleza, no sólo dando muerte a los hijos, pero aun no dejándolos nacer.
No os admiréis, pues, de que en tal forma hayamos pintado al avaro; pues al fin y al cabo es peor aún de lo que dijimos. Pero veamos cómo será posible librarlo de semejante demonio. ¿Cómo se librará? Si logra comprender claramente que la avaricia es enemiga aun para quien anhela adquirir riquezas. Quienes quieren lucrar cosas de ningún precio, sufren daños enormes, como ya se ha convertido en proverbio. Muchos, por prestar a crecidos réditos, por no haber examinado bien las posibilidades del cliente, perdieron réditos y capital. Otros, por no querer gastar un poco, perdieron en varios peligros dineros y vida. Otros, pudiendo adquirir con sus dineros altas dignidades o cosas parecidas, por usar de excesiva parsimonia todo lo perdieron. No saben sembrar y sólo se empeñan en cosechar, y con frecuencia pierden la cosecha.
Es que nadie puede perpetuamente cosechar, como tampoco lucrar. No quieren gastar y no saben lucrar. Y si necesitan desposarse, caen en el mismo daño. Pues se precipitan a mayores pérdidas, si la esposa les resulta pobre en vez de rica, o si es rica y anda cargada de innumerables defectos. Porque no es la opulencia lo que engendra riquezas, sino la virtud. ¿Ni qué utilidad acarrean las riquezas si la esposa es pródiga, gastadora y disipa todo lo que tiene como el viento? ¿O si es lasciva y se atrae a infinitos amantes? Y ¿si es ebria? ¿No reducirá a su esposo en breve tiempo a la miseria?
Ni sólo se engañan los ricos en escoger esposa, sino también en comprar esclavos, cuando adquieren no los que son probos y diligentes, sino los más baratos. Pensando, pues, todo esto (ya que aún no habéis podido escuchar explicaciones acerca de la gehenna y del reino de los cielos); y trayendo a la memoria los daños que con frecuencia os ha causado la avaricia en los réditos, en las compras, en los desposorios, en los patrocinios y en todos los demás géneros de negocios, apartaos del amor a los dineros. Podréis así pasar tranquilos esta vida; y luego escuchar, ya más cultivados, los discursos acerca de la virtud; y con la vista ya más ejercitada, contemplar el Sol de justicia y alcanzar sus promesas. De las cuales ojalá todos participemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.