María “reparadora del género humano”

María “reparadora del género humano”

3 de noviembre de 2025 0 Por Gospa Chile

María Corredentora: Origen, Sentido y Fundamentos


La Virgen María es llamada “Corredentora” en la tradición católica para destacar su participación única en la obra redentora de Cristo. En este artículo exploraremos a fondo el origen teológico, doctrinal y espiritual de este título, por qué María merece ser llamada Corredentora, y cómo entenderlo correctamente sin restar nada a Jesucristo, único Redentor. También explicaremos por qué nuestra editorial lleva este nombre, en fidelidad al amor de la Iglesia por la Madre de Dios. El objetivo es brindar una explicación clara –con fundamento bíblico, respaldo del Magisterio y la enseñanza de santos– de este hermoso título mariano, manteniendo un tono cálido, serio pero accesible.

Origen del título “Corredentora”

El término Corredentora proviene del latín co-redemptrix, que significa “la que redime en conjunto con”. Importa señalar que “co-” significa “con” y no igualdad: indica una cooperación subordinada. Históricamente, la expresión comenzó a usarse explícitamente hacia el siglo XV , aunque la idea de la colaboración de María en la Redención es mucho más antigua. Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia vislumbraron a María como la “nueva Eva”, asociada al “nuevo Adán” (Cristo) en la restauración de la humanidad caída. San Ireneo (s. II) escribió que “el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María” – donde Eva contribuyó a la perdición, María contribuye a la salvación. De modo semejante, muchos santos a lo largo de la historia le atribuyeron títulos equivalentes a Corredentora:

San Agustín llamó a María “reparadora del género humano” , reconociendo que por medio de ella Dios restauró lo que Eva había perdido.
San Ildefonso de Toledo la proclamó “restauradora del mundo perdido”, y San Bernardo afirmó que “Dios puso en manos de María el precio de nuestra redención” .
San Alfonso M. de Ligorio (Doctor de la Iglesia, s. XVIII) sintetizó tres razones por las que María es Corredentora: (1) por su obediencia en la Anunciación, aceptando ser Madre del Salvador; (2) por dar a luz al Redentor y ofrecerlo al mundo; (3) por compartir los sufrimientos de Cristo al pie de la Cruz, uniéndose a Su sacrificio por nuestra salvación.
Venerable Fulton J. Sheen (arzobispo del s. XX) describía poéticamente que “no fueron dos espadas, sino una sola espada con dos filos la que traspasó dos corazones” en el Calvario – uno de los filos en el corazón de Cristo Redentor y el otro en el corazón de María, la Madre Corredentora – ilustrando así que ambos compartieron un solo sufrimiento redentor.
Esta rica tradición muestra que el título “Corredentora” tiene raíces profundas en la fe de la Iglesia. No se trata de una invención reciente ni de una exageración, sino de una verdad meditada desde antiguo: María cooperó de manera única y estrecha con Jesús en nuestra Redención.

Fundamento bíblico de la Corredención

Aunque la palabra “corredentora” no aparece como tal en la Biblia, la Sagrada Escritura fundamenta claramente el papel cooperador de María en la obra de salvación, de forma que la doctrina se puede explicar con claridad también desde la perspectiva bíblica (como hacemos en apologética). Veamos algunos pilares bíblicos:

Profecía del Protoevangelio (Génesis 3,15): Al inicio mismo de la historia sagrada, tras la caída de Adán y Eva, Dios anunció una “mujer” en enemistad perpetua con la serpiente (Satanás), cuya descendencia aplastaría la cabeza del maligno. La Iglesia ha reconocido en esta mujer a María, y en su descendencia a Cristo. “Así como Cristo… clavó [el decreto del pecado] triunfante en la Cruz, así la Santísima Virgen, unida a Él… aplastó [a la serpiente] con su pie inmaculado” , enseñó el Papa Pío IX al explicar este pasaje. Desde toda la eternidad, Dios asoció a María con Jesús en esa batalla victoriosa contra el demonio. Ella es la “mujer” por excelencia al lado del Redentor.
El “sí” de la Anunciación (Lucas 1,38): Cuando el ángel Gabriel anunció el plan divino, María dio su libre consentimiento para ser Madre del Salvador: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). En ese instante, el Verbo Eterno tomó carne en su seno. Los teólogos señalan que María dio su sí en representación de toda la humanidad (como destaca Santo Tomás de Aquino ), entregando nuestra naturaleza humana para la obra redentora de Cristo. Su obediencia contrasta con la desobediencia de Eva: “así como [Eva] fue causa de perdición, María por su obediencia lo es de salvación” . Sin el consentimiento de María, el plan de salvación querido por Dios no se habría realizado de esa manera; su colaboración libre fue necesaria (aunque por pura gracia) para que Cristo viniera al mundo. Ella aportó la humanidad de Jesús – “le dio el cuerpo al Redentor, y el cuerpo de Jesús es lo que nos salvó”, afirmaba Madre Teresa de Calcuta, resaltando que María cooperó dando a Cristo la ofrenda con la que nos redimió.
María al pie de la Cruz (Juan 19,25-27): Todos los Evangelios destacan la presencia fiel de María durante la Pasión de su Hijo, especialmente junto a la Cruz en el Calvario. San Juan relata que “junto a la cruz de Jesús estaba María su madre” (Jn 19,25). Allí Jesús, en medio de sus tormentos, nos entregó a María como madre espiritual al decir: «Mujer, he ahí a tu hijo» y al discípulo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,26-27). ¿Qué nos muestra esta escena? Que María no fue una espectadora distante, sino que estuvo unida interiormente al sacrificio de Cristo. Los católicos meditamos a María como “Nuestra Señora de los Dolores”, atravesada por la espada de dolor que profetizó el anciano Simeón: «y a ti, una espada te atravesará el alma» (Lc 2,35). Esa “espada” de dolor indica la compasión de María: ella sufrió con Jesús.
Esta participación queda expresada en palabras que el Papa León XIII aplicó a María: “De pie, junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre, penetrada hacia nosotros de un amor inmenso, ofreciendo ella misma a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su alma, atravesada por una espada de dolor” . ¡Qué descripción tan conmovedora de la Corredentora! María ofrece a Jesús al Padre – es decir, une su corazón al sacrificio redentor de Cristo, entregando al Hijo que ella misma le dio al mundo – y padece en su interior la crucifixión (el “martirio del corazón”). Madre e Hijo sufrían al unísono: Jesús en su cuerpo por nosotros, María en su alma por nosotros. Así, María cooperó con el Redentor sufriendo con Él por nuestra salvación.

Colosenses 1,24 y la cooperación en el sufrimiento: San Pablo escribió: «Me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24). Este pasaje muestra el principio de la colaboración subordinada en la redención: no es que a la Pasión de Cristo le falte eficacia –pues sus méritos son infinitos–, sino que Jesús quiere asociarnos a su obra, dando a nuestros propios sufrimientos (unidos a los de Él) un valor redentor por gracia. Si San Pablo y cada cristiano podemos “ofrecer” nuestros sufrimientos unidos a Cristo por el bien de la Iglesia, ¡cuánto más lo hizo María!, que estuvo directamente unida a Jesús en su ofrecimiento supremo. De hecho, nadie después de Jesús ha sufrido tanto por la salvación de todos como María: su dolor de madre al ver morir a su Hijo inocente es incomparable. En ella se cumple de modo eminente lo que Pablo describe: “como verdadera Reina de los Mártires, más que todos los fieles, completó en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en favor de su Cuerpo”, enseñó el Papa Pío XII . En resumen, la Biblia nos muestra a María asociada a Jesús desde la encarnación hasta la cruz, cumpliendo fielmente el papel que Dios le dio en nuestra Redención.

La enseñanza del Magisterio de la Iglesia

La Iglesia Católica, a través del Papa y los Concilios, ha reconocido formalmente esta verdad de la cooperación única de María en la obra redentora. Si bien no existe (aún) una definición dogmática específica sobre María Corredentora, son numerosas las declaraciones del Magisterio ordinario que enseñan esta doctrina de modo expreso . A continuación, revisaremos algunos ejemplos destacados de la voz magisterial:

León XIII (Papa de 1878 a 1903) afirmó que María, “exenta de toda mancha de pecado original, escogida para ser Madre de Dios y asociada por ello a la obra de la salvación del género humano, goza junto a su Hijo de un favor y un poder tan grande que nada igual pueden obtener los hombres ni los ángeles” . Es decir, por designio divino, María fue incorporada al plan salvífico como colaboradora privilegiada de Cristo, con una eficacia superior a cualquier otra criatura.
San Pío X (Papa de 1903 a 1914) usó términos muy claros en su carta Ad Diem Illum (1904) con motivo del cincuentenario del dogma de la Inmaculada: “La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús es que María mereció ser la reparadora dignísima del mundo perdido y, por tanto, la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su muerte y su sangre” . En esta enseñanza, el Papa santo reconoce mérito a María (siempre mérito derivado de Cristo) en la reparación de la caída de la humanidad, y la presenta como distribuidora de todas las gracias obtenidas por Jesús en el Calvario. ¡Son palabras papales de enorme peso doctrinal!
Benedicto XV (Papa de 1914 a 1922) en la carta Inter Sodalicia (1918) enseñó que María “sufrió y casi murió con su Hijo paciente y moribundo; por la salvación de los hombres renunció a sus derechos maternos sobre su Hijo, y lo ofreció a Dios Padre, en cuanto de ella dependía, para aplacar su justa ira; de manera que se puede decir con razón que ella redimió al género humano juntamente con Cristo”. Este texto (citado a menudo en mariología) recalca que María, en el Calvario, entregó activamente a su Hijo al Padre por nuestra salvación, uniendo su consentimiento al sacrificio de Jesús, hasta el punto de que –por voluntad de Dios– sus dolores tuvieron un rol cooperador en la Redención (obviamente, siempre subordinado al sacrificio de Cristo).
Pío XI (Papa de 1922 a 1939) también llamó a la Virgen “Corredentora” en varias ocasiones. Por ejemplo, en 1933, al clausurar el Año Santo de la Redención, dirigió esta súplica a María: “Oh Madre de piedad y de misericordia, que acompañaste a tu Hijo dulcísimo mientras consumaba la Redención del género humano en el patíbulo de la cruz, como Corredentora te asociamos a Él presentándote esta vida… que te pertenece por derecho”. En otro documento enseñó: “La Virgen dolorosa participó con Jesucristo en la obra de la Redención, y, constituida Madre de los hombres… los abraza como hijos” . Pío XI no hacía sino continuar la línea de sus predecesores, subrayando esa participación singular de María en los méritos de Cristo.
Pío XII (Papa de 1939 a 1958) sintetizó magistralmente esta doctrina: *“Quiso Dios que, en la realización de la Redención humana, la Santísima Virgen María estuviese inseparablemente unida con Cristo, tanto que *nuestra salvación es fruto de la caridad de Jesucristo y de sus padecimientos, íntimamente asociados al amor y a los dolores de su Madre” . Aquí se afirma que Dios mismo quiso esa unión de los sufrimientos de Cristo y María para producir fruto de salvación. Por eso, concluye Pío XII, María fue dada como madre nuestra en el orden de la gracia. De hecho, este Papa proclamó el dogma de la Asunción en 1950 recordando también los “dolores compasivos” de María al pie de la cruz, asociados a la Pasión de Cristo.
Concilio Vaticano II (1962-65): Aunque el Concilio no empleó el término “corredentora” explícitamente, sí enseñó de forma inequívoca la realidad que éste expresa. La constitución Lumen Gentium n. 61 dice de la Virgen: “Cooperó de forma enteramente singular (única) a la obra del Salvador con su obediencia, fe, esperanza y ardiente caridad, para restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es Madre nuestra en el orden de la gracia” . Y el n. 58 de la misma constitución describe cómo “la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz, donde, por designio divino, estuvo firme (de pie), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima nacida de ella”. Estas afirmaciones conciliares –aprobadas por todos los obispos del mundo en unión con el Papa– confirman doctrina cierta: que María, por voluntad de Dios, estuvo íntimamente unida a Cristo en la Redención, cooperando de modo absolutamente único. Ninguna otra criatura tuvo tal participación.
San Juan Pablo II (Papa de 1978 a 2005) usó con frecuencia lenguaje de corredención e incluso el título explícito. En 1982 enseñó: “María… concebida y nacida sin pecado, participó de manera admirable en los sufrimientos de su Hijo, con el fin de ser Corredentora de la humanidad” . En otra ocasión reiteró que “junto con Cristo, María alcanzó una participación muy especial en la Redención, siendo nuestra Madre en el orden de la gracia*” (Audiencia general, 8-IX-1982). También en su encíclica Redemptoris Mater (1987) explica la cooperación de María “en toda la obra del Salvador”. Juan Pablo II, gran enamorado de la Virgen, llegó a afirmar que “María es la primera entre todos los ‘cooperadores de Dios’” (cf. 1 Cor 3,9) en la salvación. Por su claridad doctrinal y amor mariano, muchos pensaron que él proclamaría el dogma de María Corredentora, aunque en última instancia no ocurrió durante su pontificado.
En suma, el Magisterio de la Iglesia respalda plenamente el concepto de María Corredentora, aunque no esté definido formalmente como dogma todavía. Los Papas han evitado siempre cualquier malentendido: al llamar a María cooperadora en la Redención, no la ponen al nivel de Jesucristo, sino que reconocen la singular participación que Dios le concedió, siempre dependiendo de los méritos de Cristo. Esta enseñanza proporciona un importante equilibrio: Cristo es el único Redentor necesario y suficiente, pero quiso asociar a su Madre en grado excepcional a su obra, para mostrarnos el poder de su gracia en una criatura y para darnos una Madre corredentora y mediadora que distribuye sus dones.