
No teman a los que matan el cuerpo. Viernes XXVIII
«Por tanto, hijitos, renueven la oración en sus familias y sus corazones glorificarán el santo Nombre de Dios y el paraíso reinará en sus corazones. Yo estoy cerca de ustedes e intercedo por ustedes ante Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Mensaje 25 de Mayo de 1997)
Oración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén
Santo Evangelio:
Evangelio según san Lucas 12, 1-7
En aquel tiempo, se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.
A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a aquél que, después de matar, tiene el poder de arrojar al infierno. Sí, les repito, teman a ése.
¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros”.
Meditación
Primer Punto: Como diciendo a sus discípulos: Aun cuando ahora os llamen seductores y hechiceros, vendrá tiempo en que todo se sabrá, se declarará la calumnia y brillará vuestra virtud. Por lo que todo lo que yo os hablo en este pequeño rincón de la Palestina lo predicaréis en todo el orbe con atrevimiento y con la frente levantada, sin tener nada que temer. Y por esto añade: «Así es, que lo que dijisteis a oscuras, se dirá en la luz del día», etc. (San Juan Crisóstomo)
Segundo Punto: Se conoce por estas palabras hasta dónde llega la acción de la divina Providencia, que se ocupa hasta de las cosas más pequeñas. En sentido místico los cinco pájaros significan justamente los sentidos espirituales, que perciben las cosas sublimes y que son superiores a los hombres. Por ellos el hombre anda viendo a Dios, oyendo su divina voz, gustando el pan de la vida, percibiendo el olor de los perfumes de Cristo y tocando al Verbo vivo. Los que son vendidos por un dipondio -a vil precio- por los que consideran como necedades las cosas espirituales, no caen en olvido delante de Dios. Se dice, no obstante, que el Señor se olvida de algunos por sus malas acciones. (San Cirilo)
Tercer Punto: O bien, el pájaro bueno es aquel a quien la naturaleza concede medios para volar; la naturaleza nos ha concedido la facultad de volar, pero la voluptuosidad nos la ha quitado. Esta carga el alma de los malos con el alimento de los vicios, y la abate reduciéndola a la realidad de una masa corpórea. Si, pues, los cinco sentidos del cuerpo buscan el alimento de las miserias mundanas, no pueden volar para conseguir los frutos de acciones más sublimes. Es, por tanto, mal pájaro aquel que hubiere perdido la facultad de volar por el vicio de la miseria del mundo. Estos son como los pájaros que se venden por un dipondio, esto es, por el precio de los placeres temporales. De esta manera el enemigo nos vende a vil precio como esclavos cautivos en guerra; mas el Señor, que nos hizo buenos servidores suyos a su imagen, estimó su obra en lo que valía y nos redimió en un precio muy elevado. (San Ambrosio)
Mensaje
“¡Queridos hijos! Hoy dia los invito a glorificar a Dios y que el Nombre de Dios sea santo en corazones y en sus vidas. Hijitos, cuando están en la santidad de Dios, Dios está con ustedes y les da la paz y el gozo, los cuales vienen de Dios sólo a travérs de la oración. Por tanto, hijitos, renueven la oración en sus familias y sus corazones glorificarán el santo Nombre de Dios y el paraíso reinará en sus corazones. Yo estoy cerca de ustedes e intercedo por ustedes ante Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Mensaje 25 de Mayo de 1997)
Coloquio
Dios, Padre nuestro todopoderoso, todos nosotros conscientemente Te damos gracias durante este mes porque eres nuestro Dios, porque eres nuestro Padre, por habernos enviado a Tu Hijo a salvarnos, por habernos enviado Tu Espíritu para santificarnos. Te damos gracias, oh Padre, por habernos revelado Tu santo nombre y por darnos la oportunidad de crecer en el amor, la fe, la esperanza, la bondad, la verdad y la paz y poder glorificarte de este modo. Te damos gracias por habernos permitido vivir en Tu gloria y en Tu presencia y, haciéndolo así, nos has dado Tu amor y Tu gozo. Gracias por habernos enviado a María que incansablemente nos visita día a día en Tu nombre y que ora por nosotros. Te damos gracias por habernos hecho más patente Tu presencia a través de su presencia entre nosotros. (Fray Slavko Barbaric, 29 de Mayo de 1997)
Comunión Espiritual
“Padre eterno, permitid que os ofrezca el Corazón de Jesucristo, vuestro Hijo muy amado, como se ofrece Él mismo, a Vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos y actos de este Sagrado Corazón. Todos son míos, pues Él se inmola por mí, y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.” (De Santa Margarita María Alacoque)