Novena María Reina: «Reina de las Familias»

Novena María Reina: «Reina de las Familias»

19 de agosto de 2024 0 Por Gospa Chile

«Reina de las Familias»

«Queridos hijos, que cada familia sea activa en la oración»

(Mensaje, 1 de mayo de 1986)


Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariæ!
¡Para que venga a nosotros tu reino, venga el reino de María!


San Lucas 2, 14-19

««Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia.» Después de que los ángeles se volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer.» Fueron apresuradamente y hallaron a María y a José con el recién nacido acostado en el pesebre. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho del niño. Todos los que escucharon a los pastores quedaron maravillados de lo que decían. María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su corazón.»


San Juan Pablo II (1978-2005) en el ángelus del 29 de octubre de 1978, recién elegido Sumo Pontífice, decía que el Rosario era su oración predilecta. A él se refirió en múltiples ocasiones. El 16 de octubre de 2002 publicaba la Carta Apostólica sobre el Rosario (“Rosarium Virginis Mariae”, RVM), en la que decía que recitar el Rosario es “contemplar con María el rostro de Cristo”, siendo especialmente una oración por la paz y por la familia: “Fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrarrestar los efectos desoladores de la crisis actual” (RVM 6). El Rosario es, desde siempre, “una oración de la familia y por la familia”, que favorece ciertamente su comunión, pues “la familia que reza unida permanece unida”. Tradicionalmente es el Rosario una oración que se presta para reunir a la familia. Señala Juan Pablo II (RVM 41) que las familias, especialmente en las sociedades desarrolladas, tiene dificultades para comunicarse; no se consigue estar juntos o la televisión mantiene absortos a los reunidos. “La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret”. Y seguía diciendo “rezar con el Rosario por los hijos, y, mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de intervalo de oración de la familia” (RVM 42). La enseñanza de Juan Pablo II sobre el rezo del Rosario merece ser coronada con unas palabras suyas en la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”: “En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del Espíritu Santo, Ella intercede por nosotros ante el Padre, que la ha llenado de gracia, y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros” (RVM 16).
Benedicto XVI (2005-2013) en el Ángelus del 16 de octubre de 2005 decía que no había que contraponer el rosario a la meditación de la palabra de Dios ni a la oración litúrgica: es su complemento como preparación para la celebración de la eucaristía y como acción de gracias, pues “al Cristo que encontramos en el Evangelio y en el sacramento lo contemplamos con María en los diversos momentos de su vida gracias a los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos”. El rosario contribuye a dilatar la comunión con Cristo. Y en el Ángelus del uno de octubre de 2006 habló de la belleza de la oración del rosario, tan sencilla y tan profunda, inseparable de la meditación de la sagrada Escritura. “Es la oración del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, siguiendo a Jesús, precedido por María”. Terminaba invitando a rezar el rosario en familia, en las comunidades y en las parroquias. Y el siete de octubre de 2007, se fijaba en la imagen tradicional de la Virgen del Rosario: representa a María que con un brazo sostiene al Niño Jesús y con el otro presenta el rosario a santo Domingo. “Esta significativa iconografía muestra que el rosario es un medio que nos ofrece la Virgen para contemplar a Jesús y, meditando su vida, amarlo y seguirlo cada vez con más fidelidad”. Para terminar, pedía que nos comprometiéramos a rezar el rosario “por la paz en las familias, en las naciones y en el mundo”. “En la oración, especialmente con el rezo del Rosario, la familia contempla los misterios de la vida de Jesús, interioriza los valores que medita y se siente llamada a encarnarlos en su vida” (Mensaje, vía satélite, en la misa conclusiva del VI Encuentro mundial de las familias, 18-I-2009).
El Papa Francisco (2013- ). En su Homilía de 27 de octubre de 2013 decía: “Rezar juntos el “Padrenuestro”, alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: sencillez”. Asimismo en la audiencia del día 1 de mayo de 2013: “Y en este mes de mayo, desearía recordar la importancia y la belleza de la oración del santo Rosario. Recitando el Avemaría, se nos conduce a contemplar los misterios de Jesús, a reflexionar sobre los momentos centrales de su vida, para que, como para María y san José, Él sea el centro de nuestros pensamientos, de nuestras atenciones y acciones. Sería hermoso si, sobre todo en este mes de mayo, se recitara el santo rosario o alguna oración a la Virgen María juntos en familia, con los amigos, en la parroquia. La oración que se hace
juntos es un momento precioso para hacer aún más sólida la vida familiar, la amistad. Aprendamos a rezar más en familia y como familia”.


Mensaje, 1 de mayo de 1986

“¡Queridos hijos! Les pido que comiencen a cambiar la vida en sus familias. Que la familia sea una flor armoniosa que Yo deseo ofrecer a Jesús. Queridos hijos, que cada familia sea activa en la oración. Yo deseo que un día se vean los frutos en la familia. Sólo así podré ofrecerlos como pétalos a Jesús para la realización de los planes de Dios. Gracias por haber respondido a mi llamado!”


«Sólo cuando el amor sea derramado en nuestros corazones tendremos la fortaleza para dejarnos transformar y cambiar. Mientras no vivamos la experiencia del amor que Dios nos tiene, no sólo nos resultará difícil sino casi imposible progresar diariamente para hacernos más y más semejantes a Dios Creador, Padre nuestro y fuente de toda vida y de toda paz. Por eso, hay que enfatizar que nuestra primera y última intención de oración debe ser orar por el amor. Pero para que no haya malos entendidos, hay que decir que hoy en día se dice mucho que todo se hace en nombre del amor. Con todo, no es un amor auténtico como se hace creer a mucha gente. El único amor que puede transformar y cambiar nuestras vidas es el amor que Jesús nos tiene a cada uno de nosotros y es ese mismo amor el que Lo inspiró a padecer y morir también por cada uno de nosotros. Es el amor que siempre es fiel, el amor que se enseña en la verdad. Es el amor que fortalece a la gente y luego la cambia y la transforma. En este renglón del mensaje, debemos encontrar de nuevo el valor para decidirnos por esa transformación y ese cambio. Si ya lo hemos intentado varias veces y tal vez pensamos que no funciona o que no vale la pena, debemos creer que después de todo sí es posible. Y es que el amor de Dios por nosotros es tal, que efectivamente puede transformarnos y cambiarnos. Mucha gente vive hoy sumida en el desaliento y ha perdido el sentido de la vida. Es natural que si alguien no cree en este amor, capaz de transformarnos y cambiarnos, caiga en el desaliento y pierda el sentido de la vida. ¿Cuántas personas, familias y comunidades en el mundo viven hoy con relaciones lastimadas, heridas, y sufren debido a la falta de amor? Situaciones así desalientan los corazones de las personas y equivocadamente les hacen creer que es imposible arreglarlo, pero Dios nunca se da por vencido. El nos conoce y nos ama y cree, por así decirlo, en la fortaleza de Su amor. Aquí en Medjugorje realmente podemos decir que muchos han descubierto el amor de Dios por ellas y después han encontrado el valor y la fortaleza para permitir que sus vidas sean transformadas y cambiadas, hasta hacer de ellos personas nuevas.» (Padre Slavko Barbaric, Mensaje, Julio 29 de 1998)


Oración a María Reina

(Imprimatur concedido por el Papa San Pio X el 8 de junio de 1908)

Augusta Reina de los Cielos y Señora de los Angeles, a Ti que has recibido de Dios el poder y la misión de aplastar la cabeza de Satanás, pedimos humildemente que envíes legiones celestiales para que, bajo Tus ordenes, persigan a los demonios, los combatan por todas partes, repriman su audacia y los precipiten en los abismos.
¿Quien como Dios?
!Oh buena y tierna Madre, siempre serás nuestro amor y nuestra esperanza!
!Oh Divina Madre, envia a los Santos Ángeles para defenderme, y aleja de mi al cruel enemigo!
Santos Ángeles y Arcángeles defendednos y guardadnos. Amén.


Letanía Reina de las Familias:

Con el tiempo, los Papas han ido aña­diendo invocaciones y títulos a las prime­ras letanías, como: ‘Reina asunta al cielo’ (Pío XII), ‘Madre de la Iglesia’ (Pablo VI) y ‘Reina de la Familia’ (Juan Pablo II).

Las familias tenían necesidad de con­templar a María como Reina de la familia. Un título que faltaba en las letanías. Y una Reina fuerte, comprometida con las fami­lias; que hubiera sido paite de una fami­lia; que conociera sus dificultades; que las protegiera del demonio, enemigo abierta­mente declarado de las familias: cuyo pri­mordial y maléfico pensamiento hoy es: destruir la familia. Y ya ha hecho bastan­te mal.
Dicha invocación recuerda que Dios otorgó un gran valor a la familia, puesto de manifiesto en el mismo plan de salva­ción, al enviar a su Hijo a la tierra, encar­nándose en una familia y teniendo a Ma­ría como madre.
Entre las nuevas aportaciones que hizo Juan Pablo II señalemos una: la familia no sólo está relacionada con los misterios de la Creación y de la Encarnación redentora, sino con la misma intimidad divina. Ya en 1979 decía: «Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios en su misterio más íntimo no es una soledad sino una familia, puesto que lleva en Sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este Amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo». Y en el 1994, apoyándose en Ef 3, 14-15 expone que «a la luz del Nuevo Testamento –afirma-, es posible descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida. El “Nosotros” divino constituye el modelo eterno del “nosotros humano”; ante todo, de aquel “nosotros” que está formado por el varón y la mujer, creados a imagen y semejanza divina». De ahí que «la paternidad y maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una “semejanza” con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum)», comunión de personas realizada, a nivel humano,
de un modo excelso en la Familia de Nazaret, lo que le lleva a afirmar: «Lo que Pablo llamará el “gran misterio” encuentra en la Sagrada Familia su expresión más alta». La familia, por tanto, aparece, entonces, como un nucleo que atraviesa
los principales misterios de la Revelación, donde puede hallarse una clave importante de la conexión entre la acción de Dios Uno y Trino, el Plan de Redención, el Reino del Señor y el ataque del Demonio. Ante en anhelo infernal de la destrucción de los planes de Diós, manifestado en la creación de la familia, la respuesta y victoria de la misericordia, quiere que dependa, la voluntad divina, del «Fiat» de la humilde esclava del Señor.
La razones por el que el ataque más tenebroso de Satanas es hacia la familia, radica en que en el centro de la misma encuentra la humanidad la “imagen de Dios”. En la Sagrada familia de Nazaret tambien se puede reconocer el desenlace de la última y más determinante batalla: «Al final mi Inmaculado Corazón triunfará»
Es una invocación que nos convoca a todos a tomar conciencia del valor de la familia y a reforzar nuestra confianza en la protección maternal de la Virgen sobre las familias. En consecuencia, llamar a María Reina de la familia es un signo que mues­tra dónde buscar y encontrar la luz y la fuerza para construir la propia familia.
Con la invocación «Maria Reina de las familias», agradecemos la protección de nuestra Señora a las fami­lias. Admiramos el ejemplo de la Sagrada Familia y la proponemos como modelo de identificación para familias verdadera­mente cristianas:
Donde reside el amor de Dios, que es la base de la dignidad del ser humano.
Donde se crece en el amor y la caridad, elemento necesario para dar sentido a la vida hu­mana.
Donde se cultiva y se cuida con esme­ro el valor de la generosidad con los necesitados, compartiendo con ellos los bienes recibidos; sin olvidar la ge­nerosidad con Dios.
Donde se respetan las leyes morales en la transmisión de la vida.
Donde la herencia anticipada para los hijos son los bienes espirituales.
Donde las familias son verdaderos ‘ho­gares’, escuelas de fe, piedad, virtudes y santidad.
Donde se ha posibilitado un amor ge­neroso traducido en vocaciones consagradas al servicio del Señor.
Simultáneamente, llamar a nuestra Se­ñora ‘Reina de la familia’ nos interpela y nos compromete a pedir:
Por las familias deshechas por infideli­dades, separaciones y divorcios.
-Por las familias angustiadas por la violencia, por el hambre, las ideologías, el narcotráfico, el terrorismo la persecusión…
Los hogares cristianos tienen que dar entrada a María como Reina, para que una a los miembros y los aliente, ya que ella supo siempre darnos lecciones de ‘amor hermoso’: callando, sufriendo en silencio, y dándose a todo aquel que la necesitaba.
Santa María, ‘Reina de la familia’, rue­ga por todas y cada una de las familias. Que la luz de tu ejemplo brille en cada casa y cada familia goce de tu maternal protección.




Oremos con el Padre Slavko:

«Dios, Padre Nuestro, Dios de la Vida, Dios de la Paz, Dios del Amor y Dios de la Alegría, en nombre de Tu Hijo Jesús, junto con María, Te pedimos que nos libres de toda tristeza que proviene del pecado y de las heridas del pecado, y que llenes nuestros corazones con Tu alegría. Danos una profunda humildad para que estemos dispuestos a aceptar y vivir Tu voluntad para que la victoria que María ha experimentado en Su Inmaculado Corazón también tenga lugar en nuestros corazones. Danos, Oh Padre, la fuerza de convertirnos en hombres de paz, de amor, de justicia, de misericordia y así poder ser testigos de Tu Victoria en este mundo. En nombre de Tu Hijo Jesús, renunciamos a todo pecado, a Satanás y a todas sus obras, y queremos formar nuestras vidas aquí en la tierra con María, Tu más Humilde Sierva. Te pedimos, oh Padre, por todos aquellos que aún tienen sus corazones cerrados para Ti, debido a la tristeza, al temor , a sentimientos negativos, al odio, envidia, dependencias o están heridos y por lo tanto no pueden seguir el camino de María hacia Ti. Te pedimos que bendigas a todas las personas con las que nos encontramos para que podamos ayudarlas a seguir el camino de la victoria que María ha mencionado en este mensaje. Danos el amor y la fuerza para poder hacer todo por amor a Ti y Tu Reino. Haznos capaces de convertirnos en Tus testigos en nuestras familias, en nuestras parroquias, en la Iglesia y en el mundo para que estemos dispuestos a dar testimonio de Tu amor como hijos Tuyos. María, gracias por la alegría que compartís con nosotros. Te damos gracias por la victoria que Tu Corazón Inmaculado alcanzó por nosotros y ayúdanos, con Tu intercesión y con Tu bendición maternal a ser verdaderamente hijos Tuyos y y buenos alumnos en esta escuela de amor, para que todos podamos ser una bendición para el mundo. Junto con María, Te pedimos Jesús que nos ayudes a nosotros y al mundo entero. Ayúdanos a liberarnos de todo pecado y de todo mal, para que así, igual que María, podamos decidirnos completamente por Dios. Que así sea. Amén.»
(Fray Slavko Barbaric, Medjugorje; 26 de agosto 2000)


Oración Final

Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.
Reina dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y salud, tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.