«Porque ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48).
San Luis María de Griñón de Montfort, presbítero
Tratado:
Tratado de la auténtica devoción a la Virgen María, 1-6.
«Porque ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48).
María vivía una vida muy escondida: por esto el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman “Alma Mater”: Madre escondida y secreta. Su humildad fue tan profunda que en la tierra no buscó nada con tanta verdad como el estar escondida a ella misma y a toda criatura, para que sólo Dios la conociera y la mirara.
Dios, para atender su petición de vivir escondida, empobrecida, humillada, se complació en esconderla en su concepción, en su nacimiento, en su vida, en los misterios divinos de su resurrección y asunción, al margen de casi toda criatura humana. Sus padres mismos no la conocieron del todo; y los ángeles se preguntaron a menudo los unos a los otros: “¿Quién es ésta?” (Cant 6,10) porque Dios la escondía a los mismos ángeles. O bien, si les descubría algún aspecto de la Virgen, les escondía lo más…
Dios Padre consintió que ella no hiciera ningún milagro en su vida, o por lo menos ningún milagro espectacular… Dios Hijo consintió que ella no hablara apenas, aunque el le había comunicado su sabiduría. Dios Espíritu Santo consintió en que sus apóstoles y evangelistas hablaran muy poco de ella, siendo necesario para dar a conocer a Jesucristo, aunque ella fuera su Esposa fiel.
María es la obra maestra acabada del Altísimo quien se reservó para sí el conocerla y poseerla… María es el manantial sellado y la Esposa fiel del Espíritu Santo donde él sólo tiene entrada. María es el santuario y el reposo de la Santísima Trinidad donde Dios mora con una magnificencia y divinidad mayor que en cualquier otro lugar del universo, sin exceptuar su morada sobre los querubines y serafines. A ninguna criatura le es permitida, por muy pura que sea, entrar en este santuario sino es por un gran privilegio.
Digo con los santos: María es el paraíso terrestre del nuevo Adán…Es el mundo grande y divino de Dios donde hay bellezas escondidas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo, donde escondió, como en su seno, al Hijo único y con él todo lo que hay de excelente y precioso en el mundo. Oh, qué cosas tan grandes y escondido ha hecho Dios en esta criatura admirable, como ella misma se ve obligada a confesar, a pesar de su humildad profunda: “El Poderoso hacho maravillas por mí.” El mundo no los conoce porque es incapaz e indigno de ello.