
“¿Quieres curarte?”. Martes IV Cuaresma
«Busquen en el silencio de su corazón la salvación de su alma» (Mensaje, 25 de mayo de 2007)
- Oración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén
+ Santo Evangelio
Evangelio según San Juan 5,1-16.
Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.
[Porque el Angel del Señor descendía cada tanto a la piscina y movía el agua. El primero que entraba en la piscina, después que el agua se agitaba, quedaba curado, cualquiera fuera su mal.]
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?».
El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes».
Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina».
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado,
y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla».
El les respondió: «El que me curó me dijo: ‘Toma tu camilla y camina'».
Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: ‘Toma tu camilla y camina?'».
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía».
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.
+ Meditación Patrística:
Primer Punto: No le cura en seguida en cuanto entra, sino que primero se le hace amigo y, por medio de preguntas, le presenta el camino de la fe, que habría de tomar después. Y no prueba su fe, como lo hizo respecto de los ciegos, cuando les decía: «¿Creéis que yo puedo hacer esto?» (Mt 9,28). Porque éste aún no lo conocía claramente. Unos conocían su poder en otras cosas y oían esto muy convenientemente, pero a otros, que aun no lo conocían sino que lo harían por medio de sus signos, se les preguntó acerca de su fe después de ocurrido el milagro. Por esto sigue: «Y cuando Jesús vio que yacía aquel hombre y conoció que estaba ya hace mucho tiempo», etc. No le pregunta esto para saberlo, porque esto sería innecesario, sino para dar a conocer la paciencia del hombre en el espacio de treinta y ocho años y que todos los años acudía esperando quedar libre de su enfermedad, y para que conozcamos también la razón por qué, prescindiendo de los demás, se fijó en éste. Y no dice «si quieres, te curaré», porque aun no esperaba cosa grande de Jesucristo. Y no se turbó por la pregunta, ni dijo: has venido a injuriarme, cuando me preguntas si quiero ser sano, sino que le responde con mansedumbre. Por esto sigue: «El enfermo le respondió: Señor, no tengo hombre», etc. No había conocido quién era el que preguntaba, ni que podría curarle; únicamente creía que Jesucristo serviría para introducirle en el agua. Pero el Señor le manifestó que todo podía hacerlo con su palabra. Por esto sigue: «Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda». (San Juan Crisóstomo)
Segundo Punto: Véase aquí la superabundancia de la sabiduría divina, que no sólo cura, sino que le manda llevar el lecho, para que se vea que era verdadero el milagro y para que ninguno creyese que era falso lo que había sucedido. Porque si los miembros no estuviesen bien fuertes, no hubiesen podido llevar el lecho. Mas como oyese el enfermo que le había dicho con cierto poder y como mandándole «Levántate, toma tu lecho», no se burló diciendo: únicamente se cura uno solo cuando el ángel baja y mueve el agua, pero tú que no eres más que hombre, ¿esperas que con sólo tu mandato habrás de poder más que un ángel?; sino que en cuanto lo oyó no dejó de creer al que lo mandó y se curó.(San Juan Crisóstomo)
Tercer Punto: Mas vino Jesucristo al pueblo de los judíos, y haciendo cosas grandes y enseñando cosas útiles, turbó con su presencia a los pecadores (esto es, el agua), y los levantó hasta el conocimiento de su pasión. Pero los turbó ocultándose; porque si lo hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria ( 1Cor 2,8). Mas de repente el agua se veía turbada, y no se veía quién la movía. Bajar al agua una vez movida, es tanto como creer humildemente en la pasión del Señor. Mas allí se salvaba uno solo, dando a conocer la unidad de la Iglesia. Después, ninguno de los que llegaban se curaba, porque todo el que estaba fuera de la unidad, no podía curarse. ¡Ah de aquéllos que aborrecen la unidad y dividen en partes (esto es, en sectas), a los hombres! Permanecía, pues, treinta y ocho años en su enfermedad aquél que fue curado, mas este número corresponde más bien a la enfermedad que a la salud. El número cuarenta se nos presenta como significando cierta perfección. La Ley está dividida en diez preceptos, y como había de predicarse por todo el mundo, que se considera dividido en cuatro partes, el número diez, multiplicado por cuatro, forma el número cuarenta. Y la Ley se cumplió por medio del Evangelio, que se compone de cuatro libros. Por tanto, si el número cuarenta lleva consigo la perfección de la Ley, y si la Ley no se cumple sino por medio de los dos preceptos de caridad, ¿por qué nos admiramos que estuviese lánguido el que no llegaba a cuarenta y le faltaban dos años? Le era necesario un hombre para que le curase. Mas aquel hombre, que es Dios, porque lo encontró caído por falta de dos años, completó lo que tenía de menos, mandándole dos cosas. Porque en los dos preceptos del Señor se encuentran los dos mandamientos de caridad, esto es, el amor de Dios y del prójimo. Y en realidad el amor de Dios es el primero según se manda, aunque el amor del prójimo es lo primero que se ejecuta. Dice pues: «Toma tu lecho», como si le dijera: cuando estabas lánguido te llevaba tu prójimo, mas ahora has sido curado y debes llevar tú al prójimo. Le dice también: «Anda», pero ¿por dónde caminas si no te diriges al Señor tu Dios?. (San Agustín)
+ Mensaje
“¡Queridos hijos! Oren conmigo al Espíritu Santo para que, en el camino de vuestra santidad, los conduzca en la búsqueda de la voluntad de Dios. Y ustedes que están lejos de la oración, conviértanse y busquen en el silencio de su corazón, la salvación de su alma; y aliméntenla con la oración. Yo los bendigo a cada uno con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Mensaje, 25 de mayo de 2007)
- Coloquio
Dios, Padre nuestro, en nombre de Tu Hijo Jesús, junto con María, Tu humilde sierva, la Reina de la Paz, queremos darte gracias por el amor que nos tienes. Queremos, sin embargo, pedirte ahora que el Espíritu Santo ilumine nuestro corazón, a fin de que podamos responder al llamado de María Santísima a la oración y que, en la oración, podamos abrirnos a Ti. Danos la gracia de poder reconocer de manera especial Tu amor por nosotros a través de las apariciones de María. Que a lo largo de toda nuestra vida podamos responder a Tu amor por nosotros. (Fray Slavko , Enero 29, 1999)
- Comunión Espiritual:
“Padre eterno, permitid que os ofrezca el Corazón de Jesucristo, vuestro Hijo muy amado, como se ofrece Él mismo, a Vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos y actos de este Sagrado Corazón. Todos son míos, pues Él se inmola por mí, y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.” (De Santa Margarita María Alacoque)