San Bruno, rechazó ser obispo para vivir en el desierto
Fundador de los cartujos, una de las órdenes más estrictas, abrió monasterios en montañas y lugares inhóspitos con la soledad como pilar para acercarse a Dios
Fuente: Ester Medina por Alfa y Omega
En el retiro de los monasterios y en la soledad de las celdas, paciente y silenciosamente, los cartujos tejen el traje nupcial de la Iglesia». Estas preciosas palabras las afirmaba hace 23 años san Juan Pablo II en un mensaje con ocasión del noveno centenario de la muerte de san Bruno, a quien definió como «un padre bueno e incomparable».
Este santo ha sido una figura clave en la historia del cristianismo por haber fundado la Orden de los Cartujos, una de las más estrictas y contemplativas que existen. Nacido en torno a 1030 en una familia noble en Colonia, en la actual Alemania, Bruno destacó desde joven por su brillantez intelectual y espiritual. Su formación lo llevó a estudiar en Reims, al norte de Francia, donde rápidamente se hizo un nombre como maestro y teólogo convirtiéndose, con tan solo 26 años, en el director de la escuela de la catedral de Reims, entonces la más prestigiosa de toda Francia.
En 1055 fue ordenado sacerdote en su ciudad natal germana y, al año siguiente, el obispo Gervais le pidió que regresara a Reims, no solo para dirigir la escuela episcopal sino para supervisar todos los centros de estudios de la diócesis. También llegó a ser canónigo de la catedral de esta ciudad y su arzobispo lo nombró canciller-secretario de la archidiócesis.
Sin embargo, la vocación de Bruno a una vida de mayor contemplación y retiro espiritual lo llevó, junto a seis compañeros más, a un macizo rocoso en las montañas de Chartreuse, en el sureste de Francia, donde en 1084 fundó el primer monasterio que daría lugar a la Orden de la Cartuja. Este sitio, conocido como la Gran Cartuja, situado en pleno desierto, se convertiría en el corazón de una nueva forma de vida religiosa que combinaba la soledad eremítica con ciertos aspectos comunitarios, ya que los cartujos viven en sus celdas, pasando la mayor parte del tiempo en oración y meditación, pero se reúnen para la Eucaristía y algunas oraciones en común. La pobreza, la oración y el estudio eran los pilares de la vida diaria de Bruno y sus compañeros. «Creó así un género de vida original en la historia de la Iglesia: la unión equilibrada entre eremitismo y cenobitismo. Soledad, pero con el apoyo de una comunidad», destaca en conversación con Alfa y Omega un monje cartujo que no quiere dar su nombre porque, según explica, los monjes de esta orden renuncian al ser y, por lo tanto, viven bajo el anonimato.
Sin embargo, el retiro espiritual de este santo fue interrumpido en 1090 cuando su antiguo alumno, el recientemente elegido Papa Urbano II, lo llamó a Roma para pedirle consejo en algunos asuntos de la Iglesia, como por ejemplo en la preparación de concilios o en la reforma del clero. Aunque Bruno obedeció, no permaneció mucho tiempo en la ciudad, ya que deseaba regresar a su vida en soledad. Incluso se le ofreció el arzobispado de Reggio Calabria, un cargo que también rechazó, fiel a su deseo de vivir en humildad y contemplación. El Papa finalmente accedió a dejarlo marchar, pero sin alejarlo demasiado, por si volvía a necesitar de sus consejos.