San Juan de la Cruz liberado de la prisión por María
La Virgen sonríe y extiende la mano para tocarle la frente.
Al igual que su amiga y confidente santa Teresa de Ávila (1515-1582), san Juan de la Cruz (1542-1591), celebrado este 14 de diciembre, fue un gran místico y defensor de la reforma del Carmelo. Por este motivo, los carmelitas, contrarios a la reforma de la Orden, lo hicieron secuestrar para obligarlo a renunciar a ella. Después de meses de maltrato y tormento, una fuerte aliada llega a anunciarle su liberación:
Toledo, 15 de agosto de 1578. El tórrido calor del día finalmente comienza a amainar con la llegada de la noche. Juan de la Cruz está acurrucado en un rincón de la estrecha cavidad que le sirve de prisión en el convento carmelita desde hace casi nueve meses.
Por ser la festividad de Nuestra Señora, el cautivo había pedido permiso para celebrar Misa. Su captor se rio en su cara antes de responderle que no celebraría ninguna Misa hasta que renunciara a la reforma. Juan llora en silencio hasta el anochecer. Fue entonces cuando una brillante luz blanca le hizo levantar la cabeza y abrir los ojos atónito. Ante él se encuentra una joven de impresionante belleza. Juan inmediatamente sabe quién es, pero está demasiado débil para levantarse.
—Ten paciencia, hijo mío —le dice la Santísima Virgen—, porque pronto terminarán tus pruebas. Saldrás de la cárcel, celebrarás Misa y serás consolado.
—Madre de Dios —respondió entre lágrimas—, ¿cómo es posible, si ni siquiera sé dónde estoy?
La Virgen sonríe y extiende la mano para tocarle la frente. Una suave calidez emana de Ella y una visión aparece en la mente de Juan. Primero una habitación, luego un pasillo y enseguida una ventana que da al río Tajo y, diez metros más abajo, el extremo de una muralla.
“Este es el camino que seguirás… No temas, yo estaré a tu lado”. Por tanto, necesitará una cuerda de rescate para descender la muralla. Su mirada se posa entonces en los viejos abrigos que le sirven de manta. Al cortar tiras, puede hacer una él mismo. Pero surge otro problema: “Reina del Cielo —dice entonces—, no tengo llave para salir de mi prisión».
Luego María le muestra la cerradura, antes de tomar uno de los clavos y desenroscarlo sin mucha dificultad. En efecto, no hace falta una llave si el hierro del candado no es muy fuerte… El corazón de Juan comienza a acelerarse. ¡Va a quedar libre y es la Madre de Cristo quien viene a anunciárselo!
Adaptado de: www.fr.aleteia.org
"Un Minuto con María"