San Juan de la Cruz y la Santísima Virgen María

San Juan de la Cruz y la Santísima Virgen María

12 de diciembre de 2024 0 Por Gospa Chile

Sólo la Virgen consiguió “desde el principio ser levantada a este alto estado” y “siempre su moción fue por el Espíritu Santo”


Desde su infancia fue devotísimo de la Virgen, que le salvó prodigiosamente en dos ocasiones de peligro, la del pozo y la del estanque. Por devoción y amor a la Santísima Virgen tomó el hábito en la Orden del Carmen –como afirma su biógrafo el p. José de Jesús María Quiroga en la Vida del Santo-. La protección de la Virgen le ayudó a salir de la cárcel de Toledo.

Aquí sólo nos interesa lo que se relaciona con la vida mariana. Por ésta razón, de todos los textos del santo nos aprovecha de modo particular uno, el de la Subida del Monte Carmelo, donde el Santo presenta a María como modelo perfecto de las almas más elevadas en la perfección. Este concepto de ejemplaridad de María sobre las almas perfectas lo repite de alguna manera el Santo en el Cántico Espiritual y en la Llama. Sobre el texto de la Subida afirma muy bien el p. Otilio: “Esta sola cita del Doctor Místico vale por todo un libro de Mariología”.

Las almas, para ser perfectas, es menester que se dejen conducir por Dios, por su divino Espíritu. Sólo de esta manera, las acciones de tales almas “son las que conviene y son razonables, y no las que no convienen”. De esta suerte las operaciones del alma se transforman y pueden llamarse divinas, esto es, se hacen aptas para la unión perfecta con Dios y llevan la impronta de Dios.
Las almas perfectas no llegan en este mundo a ser movidas en todo instante por el Espíritu Santo. Sólo la Virgen consiguió “desde el principio ser levantada a este alto estado” y “siempre su moción fue por el Espíritu Santo”.
Quienes buscan perfección han de mirar pues, el ejemplo de Maria, que en todo momento secundó la voluntad y moción de Dios. Tal actitud seguramente las llevará también a la unión con María su Modelo, en el pensamiento, en el afecto y en las obras.

Este principio nos da una idea del altísimo concepto de santidad que el Santo tenía de Nuestra Señora: no solamente exenta de falta, por más pequeña que sea, sino incluso de toda imperfección, dada la plena moción del Espíritu Santo sobre ella y la entera docilidad de María a la divina acción. Todo en ella es divino. Ninguna precipitación, atolondramiento, indecisión, inoportunidad. Todas sus intervenciones han de ir iluminadas por este magnífico principio. Bajo tal luz se han de interpretar los textos de Caná, el del encuentro con su Hijo en el Templo, aquel en que exclama el Señor: “He aquí a mi madre y a mis hermanos. Quien hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 34035)

El Santo de Fontiveros presenta a María como modelo de oración precisamente en la intervención de Caná. Fue una oración perfecta, indicando al Señor la necesidad del vino “porque el que discretamente ama, no cura de pedir lo que falta y desea, sino de representar su necesidad, para que el Amado haga lo que le fuere servido”(Cant C).

La oración más perfecta es la que nace de la moción del Espíritu que sabe lo que conviene y redunda en mayor gloria de Dios. Las almas deben aprender de María a practicar esta oración de humildad, ansiando verse iluminadas y movidas por el divino Espíritu en el pedir y tratar con Dios.

Tan plena docilidad de la Virgen a la moción de Dios la trasportó a alturas inaccesibles, a la misma maternidad divina(Cfr Llama C). Esta ha sido una gracia singularísima. No obstante, la docilidad a la moción de Dios dispondrá siempre a toda alma a recibir resplandores que San Juan de la Cruz califica en el punto citado de la Llama como “obumbraciones”, comparándolas – claro está, salvando la inmensa distancia- con la obumbración del Espíritu Santo sobre María. La acción del Espíritu Santo en María fue fecundísima. De manera análoga, las almas conducidas por la moción del Espíritu de Dios serán fecundísimas espiritualmente, para incremento del ser de la Iglesia.

María es pues, el ejemplo perfecto de la docilidad al impulso interior de Dios, de la oración y de la fecundidad espiritual.

Edith Stein, ante este principio del Santo, añadiría que María es el ideal de la personalidad humana y de la libertad. Pues esa actitud perenne de María la coloca en todo momento en el puro centro del alma, en lo más profundo, donde se halla la raíz y la perfección de la personalidad y de la libertad humana (Cfr “ La Ciencia de la Cruz”). Por consiguiente María ha sido la mujer más perfecta, la persona humana más completa, más libre en todas sus decisiones personales. No había en ella presiones internas o externas sobre su personalidad, pues actuaba desde lo más profundo del alma, donde mora Dios, y allí todo es altísimamente perfeccionado por la libertad suprema del mismo Dios. Los méritos de María corresponden a su unión sublime con Dios y al más alto grado de libertad que puede alcanzar criatura alguna: méritos que se pierden en el infinito.

Las almas pueden imitar a María adentrándose en la vida interior, en el puro centro, que solamente podrá ser alcanzado en la patria de una manera perfecta. Aquí en el peregrinaje pueden alcanzar un grado relativo de perfección, que las hará más libres, más completas en su personalidad interior, más espirituales.
María, una vez más en la doctrina del Carmelo – aquí, en su gran reformador-, es la Virgen de la vida interior, de la fe, de la docilidad más íntima a los movimientos salvadores de Dios, de la obediencia perfecta y humilde, de la fecundidad en el trabajo de la salvación de las almas. María se coloca en la suprema cumbre de la personalidad humana y de la libertad auténtica. Realmente San Juan de la Cruz nos ha descubierto un principio que vale por todo un tratado de mariología y de vida mariana.

(Fuente: “La Virgen de la Contemplación”, P. Ildefonso, Logos. Pág 148-152)