Santa Sede aprueba las apariciones de Pellevoisin
Las califica como «un bien para toda la Iglesia»
Fuente: Cari Filii
La Santa Sede ha dado a conocer la carta dirigida al arzobispo de Bourges (Francia) por el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, fechada el 22 de agosto, en la que reconoce las apariciones de Nuestra Señora de la Misericordia en Pellevoisin.
En dicho lugar, en la noche del 18 al 19 de febrero de 1876, Estelle Faguette (1843-1929) vio por primera vez a la Virgen María (lo haría hasta en quince ocasiones) y obtuvo posteriormente el milagro que había pedido para poder atender a sus padres: su propia curación de un tumor, una grave tuberculosis y la parálisis de un brazo. Los médicos que estudiaron el caso consideraron la curación «repentina, total, duradera y sin explicación médica«, y así la certificó en 1893 el obispo local, con la anuencia del Santo Oficio.
«Las expresiones que Estelle ha presentado como provenientes de la Virgen María poseen un valor particular que deja entrever una acción del Espíritu Santo en medio del conjunto de esta experiencia espiritual”, afirma el cardenal, por lo cual autoriza al arzobispo Jérôme Daniel Beau a dictar el decreto de Nihil obstat que el propio obispo había propuesto: «Será ciertamente un bien para toda la Iglesia«, dice Fernández.
El prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe afirma que «no hay objeciones doctrinales, morales u otros aspectos críticos con respecto a este acontecimiento espiritual», sino que «es especialmente recomendable para quienes libremente quieran adherir a ella», en la cual encontrarán «un camino de sencillez espiritual, de confianza, de amor, que probablemente les hará mucho bien».
La llegada a Pellevoisin, en 2020, de la peregrinación «M de María», que recorrió los principales centros de devoción mariana en Francia.
Fernández recuerda precedentes respaldos de los Papas a estas apariciones, como las indulgencias de León XIII en 1892, la proclamación por Benedicto XV en 1915 de que «Pellevoisin fue elegido por la Santísima Virgen como lugar especial donde derrama sus gracias» y la autorización por Pío XI en 1922 de una misa votiva a la Virgen para la parroquia de Pellevoisin, en cuyo santuario se la venera bajo la advocación de Nuestra Señora de la Misericordia.
Estelle nació el 12 de septiembre de 1843 en el seno de una familia muy pobre. Para mantenerse a sí misma y a sus padres, trabajó primero como lavandera y luego como doméstica, hasta que enfermó gravemente, poniendo en peligro su vida, esencial para el cuidado de sus padres. Los relatos que ella hace de su vida «impresionan por su sencillez, claridad y humildad«, dice la carta de Fernández: «Antes de la primera aparición, ella narra el sufrimiento que le causaba su enfermedad. No hace alardes de espíritu cristiano de resignación. Al contrario, explica su resistencia interior ante una enfermedad que trastornaba su proyecto de vida», aunque al final siempre confía en la voluntad de Dios.
El dicasterio para la Doctrina de la Fe ha valorado que «la experiencia de Pellevoisin es mariana, pero al mismo tiempo es fuertemente cristológica. En realidad, el gran pedido que la Virgen hace a Estelle es que difunda el escapulario con la imagen del Corazón de Cristo, y el gran mensaje de María es la invitación a volverse a ese Corazón amante del Señor».
Además, «en esta experiencia espiritual no encontramos, como en otras, frecuentes reproches a los obispos y quejas sobre la Iglesia. Sin embargo, hay un lamento de María que se refiere a la falta de amor a Cristo que se refleja en quienes reciben la Eucaristía con frialdad o distracción«, lamento que reproduce la carta, en el que la Santísima Virgen deplora «la falta de respeto que tenemos a mi Hijo en la Sagrada Comunión y la actitud de oración que adoptamos cuando nuestra mente está ocupada en otras cosas».
«En estos mensajes todo se atribuye a Cristo«, insiste Fernández: «Aun la curación de Estelle no se atribuye directamente a María, sino a Cristo que escuchó la intercesión de su madre… De especial importancia es una preciosa escena donde María evita que se entienda que las gracias derramadas son suyas. Cuenta Estelle que «la Santísima Virgen extendió sus manos; cayó una lluvia abundante, y en cada una de esas gotas me pareció ver escritas gracias como: piedad, salvación, confianza, conversión y salud». Pero la Virgen agregó: «Estas gracias provienen de mi Hijo»».
Frecuentemente, dice Fernández, «más que las pocas palabras de María, lo que impresiona es su presencia silenciosa, esos largos silencios en los que la mirada de la Madre cura el alma”. Y recuerda lo que Estelle escribía refiriendo diversas apariciones: “¡Dios mío, qué hermosa era! Permaneció inmóvil durante mucho tiempo sin decir nada… Después de este silencio, me miró; no sé lo que sentí; ¡qué feliz me sentí!»… «No me dijo nada. Luego me miró con una mirada muy amable y se fue»… «Me miró todavía sonriendo»… «¡Qué belleza y qué dulzura!”… «¡Qué bondad en su mirada y qué misericordia!”.
La vida de Estelle transcurrió con humildad en medio de muchas pruebas, acusaciones y calumnias. En 1925 ingresó en la Tercera Orden Dominica y murió en Pellevoisin el 23 de agosto de 1929, a los 86 años de edad.
«A lo largo de todos estos años», sintetiza el cardenal, «han florecido muchos y hermosos frutos de fe y caridad” en quienes han vivido esta devoción, lo que ha llevado a este visto bueno a la aprobación diocesana.