“Toma, pues, al niño y a su madre”
Sermón de San Antonio de Padua. La matanza de los Niños.
FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES
1.‑ “En aquel tiempo, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2, 13). En este evangelio se deben considerar dos hechos: la fuga del Señor a Egipto y la matanza de los niños.
I ‑ La fuga del Señor a Egipto
2.‑ “El ángel del Señor”. En esta primera parte se demuestra, en sentido moral, como todo hombre de buena voluntad debe proteger su obra todavía tierna de las acechanzas del diablo y del aplauso del mundo.
Vamos a ver lo que signifiquen el ángel, José y su sueño, la madre, el niño, Egipto y Herodes.
El ángel del Señor simboliza la inspiración de la gracia divina, que anuncia al hombre lo que debe hacer y lo. que no debe hacer. Dice el Éxodo: “El ángel del Señor iba delante del campamento de Israel (14, 19) “; y de nuevo: “Mi ángel te precederá’ (32, 34), por dos motivos: para mostrarte el camino y para defenderte del enemigo. Y Tobías dice: “Hagan buen viaje, el Señor esté cerca de ustedes en el camino, y el ángel del Señor los acompañe” (5, 21).
José, que se interpreta “creciente”, es figura de todo cristiano que, inserto en la iglesia por la fe en Cristo, debe crecer de bien en mejor y llevar frutos de vida eterna. Su sueño es la paz de la mente o también la dulzura de la contemplación. “El sueño es el reposo de las facultades corporales con la intensificación de las facultades espirituales” (Aristóteles). Cuando se aquietan las preocupaciones del cuerpo y se explayan las del espíritu, entonces José entra en el sueño. Dice Job: “Entonces dormiría en silencio, y en mi sueño descansaría con los reyes y los cónsules de la tierra, que se construyen mausoleos solitarios; o con los príncipes, que poseen el oro y llenan sus casas de plata” (3, 13‑15). Observa éstas tres dignidades: los reyes, los cónsules y los príncipes.
3.‑ Los reyes representan a los “que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5, 6). Dice a este propósito Agustín: “Entra en el tribunal de tu mente; la razón sea el juez, la conciencia sea el fiscal, el temor sea el verdugo, el dolor sea el tormento y el sitial de los testimonios esté reservado a las obras”.
Los cónsules de la tierra representan a los “que lloran su miseria y su culpa”. ¡Oh, qué buen consejo, el de llorarse a sí mismos! Este consejo lo sugería también Jeremías: “Corta tus cabellos y arrójalos, y emprende el llanto a más no poder” (7, 29). Los cabellos simbolizan las cosas temporales que te impiden ver tu miseria y llorar tus pecados. Córtalos, pues, de tu cabeza y arrójalos lejos de tu mente; y así puedes emprender el llanto a más no poder. Se entrega al llanto sin falsedad aquel, que no se perdona a sí mismo. El amor propio sabe excusar y llorar falsamente. Los que quieren poner en práctica este consejo, es necesario que se construyan puestos solitarios no sólo para la mente, sino también para el cuerpo. jerónimo lo enfatizaba: “La ciudad es para mí una cárcel, la soledad un paraíso”.
Asimismo, los príncipes representan a los pobres de espíritu, que poseen el oro, o sea, la áurea pobreza, y llenan sus casas, o sea, sus conciencias, con la plata, que tiene un hermoso sonido, y simboliza el canto de alabanza a Dios y el de la confesión de los propios pecados.
José que duerme con todos ellos, no sufre el estrépito de las cosas del siglo y en su sueño reposa sin el tumulto de los pensamientos. Y por eso le aparece el ángel del Señor que le dice: “¡Levántate!”, o sea, elévate a lo alto, para que tú seas de veras uno que crece hacia lo alto y no como el nabo que crece en la tierra y bajo tierra, sino como la palmera que se yergue hacia lo alto. “¡Levántate!”, pues, o sea, elévate a lo alto, como las golondrinas, que no toman el alimento estando detenidas, sino que mientras vuelan en el aire capturan los insectos y los comen. Dice el Apóstol: “Busquen las cosas de arriba, no las de la tierra” (Col 3, 1‑2). “Levántate, pues, y toma al niño y a su madre”.
4.‑ La madre simboliza la buena voluntad que, inspirada por Dios, concibe la obra buena con el deseo y la da a luz en la acción. Por ejemplo: si tienes buena voluntad, pero no tienes todavía en el corazón el propósito de obrar el bien, la voluntad es estéril, y está escrito: “¡Maldita la mujer estéril en Israel!” (Ez 23, 26). Cuando tomas la decisión de obrar el bien, concibes; y cuando ejecutas la decisión con la obra, entonces das a luz.
Dice Isaías.‑ “Me uní a la profetisa, que concibió y dio a luz un hijo. Y el ‑Señor me dijo: “Llámalo: “¡Apúrate, arrebata los despojos, apresúrate a apoderarte!” (8, 3).
La profetisa es figura del alma o también de la voluntad del hombre, que debe predicarse a si misma la gloria del reino, las penas del infierno, la malicia del diablo, la falsedad del mundo y la propia miseria. Tú te unes a esta profetisa con devoción, y ella concibe con la decisión y da a luz con la ejecución.
Y Observa que tu hijo, o sea, tu obra, tiene tres nombres. Se llama: “¡Apúrate!”, porque “la dilación implica peligros y el tardar perjudica a los que están preparados a obrar” (Lucano). Y Jesús decía: “Lo que debes hacer, ¡hazlo pronto!” (Jn 13, 27). Y Observa que toda obra buena debe hacerse en tres modos: con prontitud, con caridad y con un fin. Apúrate, pues, para obrar con prontitud. “¡Arrebata los despojos!”, o sea, toma de ti mismo y de lo tuyo, para proveer al prójimo con la caridad. “¡Apresúrate a apoderarte!” del reino de los cielos, que debe ser el fin último de toda tu obra.
“Toma, pues, al niño y a su madre”, para que Esaú no hiera a la madre con el hijo, ni el faraón anegue al niño en el río, ni Herodes lo degüelle con la espada.
Salm.‑ “Herodes está buscando al niño para matarlo”. Herodes se interpreta “jactancioso por las pieles”. El personifica al diablo o también al mundo.
“El diablo se transforma en ángel de luz” (2Cor 11, 14), y se jacta del candor de la piel ajena, mientras su piel es negrísima. Así es también el mundo, semejante a los sepulcros blanqueados, que están Henos de toda suciedad. Su gloria está sólo en el exterior, en la blancura del cutis. Todo lo hace para ser admirado por los hombres (Mt 6, 5). Y Juan dice: “¿Cómo pueden ustedes creer, pues reciben la gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene del solo Dios?” (5, 44). El diablo y el mundo están perfectamente de acuerdo para echar a perder al niño, o sea, la pureza de nuestras obras: el diablo, con la sugestión; y el mundo, con la adulación. Estos son los sátiros, de los que habla Isaías: “Los sátiros se llaman el uno al otro” (34, 14), para buscar al niño y matarlo.
En el Salmo 90 están señaladas cinco astucias, inventadas por estos dos, que suelen llevar a la ruina al niño; pero antes se indica también el remedio para salvarlo. Dice el Salmo: “Su verdad te protegerá como un escudo”. La verdad del Padre es el Hijo, cuyo escudo es la cruz, con la que te rodea, para fortalecerte contra el diablo, el mundo y la carne. En la cruz hay la humildad contra la soberbia del diablo; hay la pobreza de Cristo contra la avaricia del mundo; y allí hay la crucifixión con los clavos contra la lujuria de la carne.
Y por ende “no temerás el terror nocturno”, o sea, las sugestiones del diablo; “ni la flecha” de la vanagloria, “que vuela de día”, de la que habla Jeremías: “Tú sabes que yo no deseé el día (la gloria) del hombre” (17, 16); y Lucas: “Y ahora, en este tu día, no reconociste lo que servía para tu paz” (19, 42). “No temerás la peste que anda en las tinieblas”, o sea, el engaño y la hipocresía; “ni la llegada” de las adversidades; “ni al demonio meridiano” de la prosperidad, que quema como el sol a mediodía.
6.‑ Para que el niño no sea matado, “tómalo con la madre y huye a Egipto”, que se interpreta “tiniebla” o también “estrechez”, en las que está simbolizada la condición del penitente.
Observa que la «gloria de la piel” consiste en dos cosas: el candor y la extensión; en cambio, la gloria de la penitencia consiste en la oscuridad y en la estrechez. Oscuridad en el vestido, como se dice en el Apocalipsis: “El sol se puso negro como tejido de pelo de cabra” (6, 12); estrechez de la humildad o también congoja en el ánimo, de la que dice Isaías: “La angustia se apoderó de mí como angustia de parturienta” (21, 3), o sea, de un penitente que da a luz el espíritu de salvación.
¿Quieres, pues, salvar al niño? “Huye a este Egipto, y permanece allí hasta que te llame”. Recuerda que Jesús, como cuenta la Glosa, permaneció escondido en Egipto siete años. También tú debes habitar en el Egipto de la penitencia durante el entero septenario de tu vida. Al término de los siete años, oirás: “Retorna a la tierra de Israel”, o sea, a la celeste Jerusalén, en la que “verás a Dios cara a cara” (1Cor 13, 12).
II. – La matanza de los niños
7.‑ “Entonces Herodes, al verse burlado por los magos, se enojó mucho y mandó matar a todos los niños de Belén, desde los dos años para abajo” (Mt 2, 16). Comenta la Glosa: “Es probable que Herodes se ensañó contra los niños un año y cuatro días después del nacimiento de Cristo, y que quizás difirió su intervención por haber viajado a Roma, como acusado, o también para aconsejarse con los romanos acerca de lo que se decía de Cristo, o también se abstuvo tan largo tiempo de buscar al niño, para sorprenderlo, sin que tuviera ninguna posibilidad de escapársele”.
“Desde los dos años para abajo”, o sea, desde el niño nacido la noche anterior hasta el niño de dos años; y los mató a todos. Vamos a estudiar qué pueden significar tantos datos: los Magos, el engaño tendido a Herodes, Belén y la matanza de los niños, los dos años, Ramá y Raquel.
Los Magos, que adoran a Cristo y le ofrecen dones, representan a los penitentes que, iluminados por la estrella de la gracia, adoran en espíritu y verdad y ofrecen el triple don de la penitencia. Ellos se burlan del diablo, cuando no vuelven más a él, sino que se proponen retornar a la patria eterna por otro camino, o sea, por el camino de la humildad. Dice Job: “Behemot”, el monstruo, “espera que todo el jordán fluya en su boca; pero he ahí que su esperanza queda frustrada” (40, 18‑28).
jordán se interpreta “humilde bajada” y simboliza a los penitentes que desde el trono del mundo, bajan al desprecio de sí mismos. El diablo espera traerlos y hacerlos volver a sí; pero en vano espera en su retorno. La advertencia del ángel, o sea, la gracia del Espíritu Santo, los sostiene para que ya no vuelvan a él.
O también. Herodes es figura del mundo, del que se burlan, cuando le dejan todas sus cosas. Engañamos al perro que nos persigue, dejándole alguna prenda de ropa. Así José (el antiguo) engañó a la meretriz, que lo había asido de la ropa y le decía: “Duerme conmigo”. Y él dejó la ropa en las manos de ella, huyó y salió. Y ella, al verse rechazada, gritó: “Miren, nos han traído al siervo hebreo, para que se hiciera burla de nosotros” (Gen 39, 7….).
La meretriz es el mundo. Si te quiere retener en el pecado, abandona el manto, o sea, las cosas temporales, y huye en libertad.
8. “El rey Herodes se enojé mucho” ‑el diablo, burlado, prorrumpe en excandecencias‑, “y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en todos sus alrededores” (Mt 2, 16).
El lobo devora, con preferencia, a los niños; así el diablo mancha, con preferencia, la pureza de la continencia. Ninguna otra obra buena odia tanto como la castidad, y por esta razón: en el bautismo queda destruido su poder, los pecados son perdonados, se infunde la gracia y se abre la puerta de la vida. El diablo se esfuerza por aniquilar tan hermosos resultados, tentando de mil maneras manchar con la lujuria de la carne, tanto en el varón como en la mujer, la estola de la inocencia bautismal.
Sin embargo, lo que es más doloroso y deplorable, “mata a los niños en Belén”, que se interpreta “casa del pan”. Belén simboliza la orden religiosa, en la cual el alma se alimenta. Sus niños son matados, cuando los religiosos se corrompen con la incontinencia de la carne. Y no sólo en la orden religiosa sino también “en todos sus alrededores”, o sea, en aquellos que parecen de algún modo seguir sus pasos y vivir según sus enseñanzas, se pierde el esplendor de la castidad. Y esto “desde los dos años para abajo”. En el número dos está indicada la pérdida de la doble castidad: del alma y del cuerpo.
En otro sentido: Herodes simboliza la ira; Belén, el alma; los niños, los sinceros sentimientos de la razón; los alrededores, los sentidos del cuerpo., los dos años, el resultado de la doble caridad.
La ira impide al alma discernir la verdad, turba la estabilidad de la mente, mella los sentimientos de la razón. Dice Job: “La ira mata al necio y la envidia mata al niño” (5, 2). Y esto no sólo en el interior, sino también en el exterior: el ojo se oscurece, la lengua amenaza, la mano se levanta para golpear; y así se pierde la caridad. Por esto, dice Santiago, “la ira no obra la justicia de Dios” (1, 20), ni la del prójimo.
Por todos estos males, “el grito de la lamentación y el clamor fúnebre ‑o sea, la contrición del corazón y ¡a confesión de la boca‑ deben hacerse oír en Ramá”, o sea, en lo alto de los cielos, delante de Dios: “Raquel, que llora a sus hijos y no quiere ser consolada, porque perecieron” (Mt 2, 18). La Iglesia llora y no quiere ser consolada aquí abajo, porque sus hijos no son de este mundo.
Raquel, que se interpreta “oveja” o también “que ve a Dios”, es figura del alma penitente, que, casi con la sencillez de la oveja, ve a Dios en la contemplación. Ella llora a sus hijos, o sea, sus obras, porque no son tan lozanas, llenas y perfectas, como eran antes que cometiera el pecado mortal; y por esto no quiere ser consolada.
Dice Isaías: “Aléjense de mí, lloraré amargamente; no se afanen por consolarme por la destrucción de la hija de mi pueblo” (22 4). “Rehusé que mi alma fuera consolada” (Salm 76, 3), porque espero ser consolada “cuando aparezca tu gloria” (Salm 16, 15
Dígnese concedernos esta gloria aquel, que es el Dios bendito por los siglos. ¡Amén! ¡Así sea!
III ‑ Sermón alegórico
9.‑ “Los hijos son como retoños de olivo, alrededor de tu mesa” (Salm 127, 3). También Lucas dice algo semejante: “Mis niños están conmigo en la cama” (11, 7). De ellos se dice en el Deuteronomio: “Aser es bendecido en los hijos” (33, 24). Aser se interpreta “delicia”, y es figura de Cristo, que es la delicia de todos los bienaventurados.
Cristo es bendecido y alabado en los hijos Inocentes, que por él y en su lugar hoy fueron matados por Herodes. “Un niño es buscado, otros niños son matados, en los que nace la imagen del martirio y en los cuales se consagra a Dios la infancia de la Iglesia” (Glosa). Y la Iglesia, por boca de Isaías, dice: “¿Quién me engendró a éstos? Yo era estéril y privada de hijos, expatriada y cautiva: ¿a éstos quién los crió? Yo estaba sola y abandonada; ¿y éstos dónde estaban?” (49, 21). Tus hijos, pues, son retoños de olivo”.
Observa que en el retoño está indicada la delicadeza de la primera infancia; y en la aceituna, de la que se exprime el aceite, el derramamiento de sangre. ¡Oh crueldad de Herodes! Deja antes que la aceituna madure, para poder extraer más plenamente el aceite. Antes derramas la leche que la sangre, porque la plantita que desarraigas es todavía retoño y es muy tierna la criatura a la que degüellas.
¡Oh, qué inmenso dolor! ¡Oh, qué entrañable piedad! El niño sonreía a la espada del verdugo y jugaba con ella. Los tiernos corderos, como colgados de los pies, son llevados a la carnicería, para ser matados por Cristo. Las nuevas aceitunas son llevadas al trapiche, para extraer el aceite. ¡He ahí la cruel pasión de los niños!
10. ‑ ¿Y qué premio tienen? Helo aquí: están alrededor de tu mesa, donde cantan un cántico nuevo. Dice el Apocalipsis: “Y nadie podía cantar el cántico nuevo sino los ciento cuarenta y cuatro mil, que fueron redimidos de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes y siguen al Cordero, adonde vaya. Ellos fueron redimidos entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. Y en sus bocas no se halló mentira, pues están sin mancha ante el trono de Dios” (14, 3‑5).
Observa que en esta cita se destacan cinco grandes glorias de los santos Inocentes. Primero: la gracia de la virginidad, como se dice: “Ellos son vírgenes”. Segundo: la gloria de la eternidad: “Siguen al Cordero”. Tercero: la precoz ofrenda de su sangre, donde se dice: “Primicias para Dios Padre y para el Cordero”, o sea, para el Hijo. Cuarto: la inocencia de la infancia, con las palabras: “En su boca no se halló mentira”. Quinto: la contemplación de la majestad divina: “Están delante del trono de Dios”.
Observa que hemos usado tres palabras: el trono, la mesa y el lecho; y las tres indican la vida eterna, Están delante del trono, alabando a Dios y contemplando su rostro. Dice Isaías: “¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz y juntos cantarán alabanzas de Dios, porque lo verán ojo con ojo” (52, 8). Se sentarán a tu mesa comiendo y bebiendo, como dice Lucas: “Yo les preparo para ustedes un reino, como el Padre lo preparó para mí, para que coman y beban a mi mesa en el reino de los cielos” (22, 29‑30). Se dice también que esta mesa es redonda (“alrededor de tu mesa”), porque la eterna saciedad no tendrá ni principio ni fin.
Símilmente, descansando duermen en el lecho. Dice Isaías: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra la puerta detrás de ti” ; y de nuevo: “Un mes seguirá a otro mes, y un sábado seguirá a otro sábado” (26, 20; y 66, 23); o sea, a la perfección de la vida seguirá la perfección de la gloria, y al reposo del cuerpo seguirá el reposo de la eternidad.
Por las plegarias de los santos Inocentes se digne concedernos ese reposo también a nosotros aquel, que es el Dios bendito por los siglos. ¡Amén! ¡Así sea!
IV Sermón moral
11.‑ “Tus hijos”, oh buen Jesús, son estos cristianos , que engendraste con los sufrimientos de tu pasión. Dice Isaías: “¿Acaso no daré a luz yo, que hago dar a luz a los demás? ‑dice el Señor‑. Yo que hago engendrar, ¿seré estéril? ‑dice el Señor Dios” (66, 9).
¿Quién nos dio a luz en los dolores de la pasión? “La mujer”, o sea, la Sabiduría del Padre, “cuando da a luz, sufre tristeza” (Jn 16, 21). Y Jesús dice: “Mi alma está triste hasta la muerte” (Mt 26, 38). El mismo, con la gracia, hace que otros den a la luz el espíritu de la salvación.
Observa que filius, hijo, deriva del verbo griego phileo, que significa “amar”. Dice Oseas: “Los amaré con todo el corazón” (14, 5). El amor es llamado en latín dilectio, como duos lígans, o sea, que liga a dos personas.
El amor hacia nosotros lo ligó de tal manera a nosotros, que lo atrajo hasta nuestra miseria, como si no pudiera vivir en el cielo sin nosotros. Fue como un águila, que vuela para la presa, de la que dice Job: “Donde hay cadáveres, ahí está ella” (39, 30). Cadáver deriva del verbo caer o del verbo carecer, porque o cae de la vida o carece de vida,
El cadáver es figura de la humana naturaleza que, al caer de la gracia divina, fue privada de vida. ¡Oh amor incomparable! ¡Oh compasión incomprensible! ¡Desde arriba de los serafines, voló a un cadáver podrido, asumió cuerpo humano, soportó el patíbulo de la cruz, derramó su propia sangre, para resucitar al hijo muerto! Por esto se compara al pelícano, diciendo: “Me hice semejante al pelícano del desierto” (Salm 101, 7).
12.‑ Considera que el pelícano es un ave pequeña, que goza de la soledad. Se cuenta que mate a picotazos a sus polluelos y los llore, pero que después de tres días ella se hiera y que los pequeños, bañados en su sangre, retornen a la vida (Glosa).
Así Cristo, vuelto pequeño por la humildad y amante de la soledad para orar ‑dicen los evangelistas que pasaba las noches en oración y que moraba en lugares solitarios‑, mató, por decirlo así, con golpes a sus hijos, Adán y Eva y su descendencia, cuando dijo: “¡Maldita es la tierra por lo que hiciste!”; y “Eres polvo y al polvo regresarás” (Gen 3, 17 y 19). Pero, después, los lloró, como dice el Salmo: “Casi triste y en lágrimas, así me humillaba” (34, 14).
En el segundo libro de los Reyes se relata que David, aplastado por el dolor, subió a la habitación superior llorando y clamando: “¡Hijo mío Absalón, Absalón hijo mío! ¿Quién me diera que muriera en tu lugar?”. Así Cristo, afligido por la muerte del género humano, subió a la habitación superior (patíbulo) de la cruz y allí lloró, como señala el Apóstol. “Se ofreció a sí mismo con fuertes clamores y lágrimas” (Heb 5, 7); y pudo decir: “¡Hijo mío Adán, Adán hijo mío! ¿Quién me diera que muriera por ti? ¿Quién hará que mi muerte te sirva de provecho?”.
Y Cristo, después de tres días, o sea, después de los tres tiempos: de la naturaleza, de la ley y de la gracia (o sea, de Adán a moisés, de Moisés a Jesús y de Jesús para adelante), se hirió a sí mismo, o sea, permitió que otros lo hirieran, y con su sangre roció a sus hijos muertos y los hizo revivir. Y todo esto procedió del inmenso amor con que nos amó. Dice Juan: “Después de haber amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (13, 1), hasta la muerte.
11 ¡Tus hijos!”, pues. Y son verdaderamente tuyos, porque redimidos con tu sangre. Y ¡ojalá sean “tuyos”, y no “suyos”, o sea, esclavos de su carne, porque “los suyos no lo recibieron!” (Jn 1, 11). Y para que sean tuyos, es necesario que sean “como retoños de olivo”.
13.‑ Observa que el olivo tiene la raíz amarga, la madera dura y casi incorruptible, las hojas verdes y los frutos sabrosos. Así cada cristiano debe ser amargo por la contrición, constante en el propósito, fiel en la palabra, sabroso en las obras de misericordia. El aceite, efectivamente, simboliza las obras de misericordia.
Considera atentamente que retoño se dice en latín novella, para indicar que los hijos de Cristo “deben caminar en la novedad del espíritu” (Rom 6, 4); o sea, día a día, por medio de la confesión, deben renovar su espíritu, porque, de otro modo, se corrompe detrás de las pasiones engañosas.
“Deben renovarse en el espíritu de su mente” (Ef 4, 23). Y Jeremías: “Esto dice el Señor a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén”, o sea, a los laicos y a los clérigos: “Aren para ustedes el campo en barbecho y no siembren entre espinos” (4, 3).
El campo arado por la primera vez es figura del corazón del hombre, que debe ser surcado con el arado de la contrición y limpiado de las malas hierbas con el escardillo de la confesión; y esto significa arar un campo en barbecho. En cambio, siembra entre los espinos aquel que, estando en pecado mortal, cumple alguna obra buena. “Tus hijos, pues, sean como retoños de olivo”.
14.‑ ¿Y dónde está su morada? ¿Y cómo debe ser su conducta? Por cierto, “alrededor de tu mesa”.
Observa que hay tres tipos de mesa, y cada una con su alimento apropiado. La primera es la “mesa de la doctrina”: “Delante de mí tú preparas una mesa, frente a mis perseguidores” (Salm 22, 5), o sea, contra los herejes. La segunda es la “mesa de la penitencia”: “Tu mesa goza de tranquilidad y rebosa de sabrosos manjares” (Job 36, 16). ¡Dichosa aquella penitencia que produce tranquilidad de conciencia y abundancia de bienes, o sea, de obras de caridad fraterna! La tercera es la “mesa de la Eucaristía”, de la que habla el Apóstol: “No pueden participar en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios” (1Cor 10, 21).
En la primera mesa, la comida es la Palabra de vida; en la segunda, los gemidos y las lágrimas; y en la tercera, el cuerpo y la sangre de Cristo.
Y presta atención que no se dice “a la mesa”, sino “alrededor de la mesa”. Alrededor de estas mesas debe estar todo cristiano, a semejanza de los que dan vuelta curiosamente alrededor de los que desean mirar, pero adonde no logran entrar. Así éstos deben dar vuelta alrededor de la mesa de la doctrina, para aprender a distinguir el bien del mal y entre bien y bien; deben dar vuelta alrededor de la mesa de la penitencia, para dolerse de los pecados cometidos y de los pecados de omisión, para confesar sus culpas determinando con exactitud las circunstancias, para reparar los daños causados, para restituir lo hurtado y para dar limosna de los propios bienes al necesitado; en fin, deben dar vuelta alrededor de la mesa de la Eucaristía, para que crean con firmeza, se acerquen con devoción y reciban el cuerpo de Cristo después de madura reflexión, juzgándose indignos de una gracia tan grande.
Roguemos al Hijo de Dios que nos otorgue la gracia de alimentarnos a esta triple mesa, para merecer un día saciarnos a la mesa celeste con los bienaventurados inocentes.
Nos lo conceda aquel, que es el Dios bendito por los siglos de los siglos. ¡Amén! ¡Así sea!