
Ven Espíritu Santo. La comunicación del Espíritu Santo
Taller sobre el Espíritu Santo para Gospa Chile
Es también, por la inhabitación, el dulce Huésped del alma, como dice el Veni, Creator.
N° 7 La comunicación del Espíritu Santo. Antes de Cristo
Divina presencia creacional
A pesar del pecado de los hombres, Dios siempre ha mantenido su presencia creacional en las criaturas. Sin ese contacto entitativo, ontológico, permanente, las criaturas hubieran recaído en la nada. León XIII, citando a Santo Tomás, recuerda esta clásica doctrina: «Dios se halla presente en todas las cosas, y está en ellas «por potencia, en cuanto se hallan sujetas a su potestad; por presencia, en cuanto todas están abiertas y patentes a sus ojos; por esencia, porque en todas ellas se halla él como causa del ser»» (enc. Divinum illud munus: +STh I,8,3).
La criatura, por tanto, nunca existe o actúa por sí misma, en forma autónoma, sin vinculación a Dios. Es absurdo pensarlo.
«Realizada la creación, enseña el Catecismo, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza» (301). ¿Cómo no va a estar el Creador presente en su criatura? Sin Él, las criaturas quedan inertes, más aún, desaparecen, caen de nuevo en la nada de donde proceden.
Presencia de Dios por la gracia
Pero muy por encima de esta presencia creacional, la Revelación nos descubre otro modo por el que Dios se hace presente a los hombres: la presencia de gracia, la presencia de elección y de amor, por la que establece con ellos una profunda amistad deificante. Toda la obra misericordiosa del Padre celestial, es decir, toda la obra de Cristo, se consuma precisamente en la comunicación del Espíritu Santo a los creyentes.
Vamos a recordar ahora la historia sagrada de este altísimo misterio.
Primeros acercamientos de Dios
La historia de la presencia amistosa de Dios entre los hombres comienza en Abraham. Un Dios, todavía desconocido, se le manifiesta varias veces en formidables teofanías y locuciones. Un Dios distante y cercano, terrible y favorable, un Dios fascinante en su grandeza y bondad: «Yo soy El Sadai; anda tú en mi presencia y sé perfecto» (Gén 17,1).
En los tiempos de Moisés la presencia de Dios se hace más intensa, y comienza a verse expresada en ciertos signos sagrados. Moisés trata amistosamente con Yavé, que le revela su nombre, y que le habla «cara a cara, como habla un hombre a su amigo» (Ex 3,14; 33,11). Pero todavía el pueblo permanece distante de Yavé; no puede acercársele, ni hacer representaciones suyas (19,21s; 20,4s).
Esta misteriosa lejanía, esta invisibilidad espiritual del Altísimo, resulta muy dura para un pueblo acostumbrado a la idolatría. Y Yavé condesciende: «que me hagan un santuario y habitaré en medio de ellos. Habitaré en medio de los hijos de Israel y seré su Dios» (25,8; 29,45). A este pueblo nómada, Yavé le concede ciertas imágenes móviles de su Presencia invisible.
La Nube, etérea y luminosa, cercana e inaccesible, es el sacramento que significa la presencia de Yavé. De día y de noche, con providencia solícita, guía al pueblo de Israel por el desierto (Ex 13,21; 40,38).
La Tienda es un templo portátil. La cuidan los levitas, se planta fuera del campamento, en una sacralidad característica de distancia y separación (25,8-9; 33,7-11).
El Arca del testimonio guarda las Tablas de la Ley: «Allí me revelaré a ti, y de sobre el propiciatorio, de en medio de los dos querubines, te comunicaré yo todo cuanto te mandare para los hijos de Israel» (2Sam 7,6-7).
La veneración de Israel por estos signos sagrados no es idolátrica, como la de los pueblos paganos de aquella época hacia ciertas imágenes de sus divinidades. Los profetas de Dios, despreciadores de los ídolos, enseñan a los judíos a distinguir entre el Santo y las sacralidades que le significan.
De todos modos, en medio de Israel la presencia de Dios guarda siempre celosamente una divina transcendencia (1Re 8,27). El pueblo no se atreve a acercarse a Yavé, pues teme morir (Dt 18,16). Pero aún así, sabe Israel que su Dios está próximo y es benéfico: «¿cuál es la gran nación que tenga dioses tan cercanos a ella, como Yavé, nuestro Dios, siempre que le invocamos?» (4,7; 4,32s). En efecto, las grandes intervenciones de Yavé en favor de su pueblo -paso del mar Rojo, maná, victorias bélicas prodigiosas- son signos claros de la fuerte presencia del Omnipotente entre los suyos. «¿Está Yavé en medio de nosotros o no?» (Ex 17,7).
El Templo
La Nube, la Tienda, todos los antiguos lugares sagrados -Bersabé, Siquem, Betel-, santificados por la presencia de Dios, hallan en el Templo de Jerusalén la plenitud de su significado religioso: «Yavé está ahí» es lo que significa «Jerusalén» (Ez 48,35). Es allí donde Yavé muestra su rostro, da su gracia, perdona a su pueblo: «sobre Israel resplandece su majestad, y su poder, sobre las nubes. Desde el santuario Dios impone reverencia: es el Dios de Israel quien da fuerza y poder a su pueblo. ¡Dios sea bendito!» (67,35-36).
La devoción al Templo es grande entre los piadosos judíos. Allí habita la gloria del Señor, allí peregrinan con amor profundo (Sal 83; 121), allí van «a contemplar el rostro de Dios» (41,3). También los profetas aman al Templo, pero enseñan al mismo tiempo que Yavé habita en el corazón de sus fieles (Ez 11,16), y anuncian además que un Templo nuevo, universal, será construido por Dios para todos los pueblos (Is 2,2-3; 56,3-7; Ez 37,21-28). Ese Templo será Jesucristo, Señor nuestro.
La presencia espiritual
En la espiritualidad del Antiguo Testamento la cercanía del Señor es vivamente captada, sobre todo por sus exponentes más lúcidos, como son los profetas y los salmos.
El justo camina en la presencia del Señor (Sal 114,9), vive en su casa (22,6), al amparo del Altísimo (90,1). «Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente. Satisface los deseos de sus fieles, escucha sus gritos y los salva. El Señor guarda a los que lo aman» (144,18-20; +72,23-25). Ninguna cosa puede hacer vacilar al justo, pues tiene a Yavé a su derecha (15,8). Nada teme, aunque tenga que pasar por un valle de tinieblas, ya que el Señor va con él (22,4).
El Señor promete su presencia y asistencia a todo el pueblo de Israel: «Yo estaré con vosotros, no temáis» (Dt 31,6; Jer 42,11). Pero de un modo especial la promete a ciertos hombres elegidos para altas misiones: «Yo estaré contigo, no temas» (Gén 26,24; Ex 3,12; Dt 31,23; Juec 6,12.16; Is 41,10; Jer 1,8.19). «Vino sobre él el Espíritu de Yavé» (Núm 11,25; Dt 34,9; Juec 3,10; 6,34; 11,29; Is 6; Jer l; Ez 3,12).
Y más aún, sobre todo esto se anuncia para la plenitud de los tiempos un Mesías lleno del Espíritu, en el que están los «siete» dones de la plenitud divina (Is 11,2). «He aquí a mi Siervo, a quien yo sostengo, mi Elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre él» (42,1). Y se anuncia también que de la plenitud espiritual de este Mesías se va a derivar a todo el pueblo una abundancia del Espíritu hasta entonces desconocida: «Yo os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo. Yo pondré en vosotros mi Espíritu. Seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios» (Ez 36,24-28; +11,19-20; 37; Jer 31,33-34; Is 32,15; Zac 12,10).