El Corazón Materno de María, escuela de un corazón sacerdotal

El Corazón Materno de María, escuela de un corazón sacerdotal

19 de abril de 2024 0 Por Gospa Chile

«No se resistan, sino permitan, hijitos, que El los guíe, cambie y entre en su vida…»


Mensaje, 25 de noviembre de 2006

“¡Queridos hijos! También hoy los invito: oren, oren, oren. Hijitos, cuando oran están cerca de Dios y El les da el deseo de eternidad. Este es un tiempo, en que pueden hablar más de Dios y hacer más por Dios. Por eso no se resistan, sino permitan, hijitos, que El los guíe, cambie y entre en su vida. No olviden que son viajeros en camino hacia la eternidad. Por eso, hijitos, permitan que Dios los conduzca como un pastor a su rebaño. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”


Un sacerdote no puede ser un burócrata ni un mero administrador, “no es un patrón de la fe”, explicaba el Papa Benedicto XVI, ya que no es sacerdote a tiempo parcial, lo es siempre, con toda el alma, con todo su corazón. Este ser con Cristo y ser embajador de Cristo, este ser para los otros es una misión que penetra nuestro ser y debe siempre penetrar más en la totalidad de nuestro ser”. Esa es la razón por la que en el servicio sacerdotal es necesaria la humildad. Sin tan excelente virtud no puede renunciar a su orgullo o vanidad, no puede ceder en sus propios proyectos o conveniencia, y lo más seguro es que pierda el fervor y el rumbo verdadero de su vocación: de servir generosamente la causa del reino, y termina condicionando el reino a sí mismo. La humildad previene de exhibir una “falsa modestia”, y por amor a la voluntad de Dios, asume las equivocaciones, purga y repara los propios pecados y repara con el servicio y los sacrificios las caídas de los demás. Gracias a la humildad la verdad resplandece con claridad, ya que puede ser anunciada en su integridad, sin condicionamientos ni preferencias.

Un corazón sacerdotal, forjado según el Corazón de Jesús, se inunda por el gozo de un encuentro real, tangible y espiritual con quien mucho se ama, ante la presencia del Corazón de la Madre, la Gospa, María Santísima, que en Medjugorje imprimió en su alma sacerdotal, las sentencias del Magníficat.
El vínculo de un hijo sacerdote enlazado con su Madre, sostenido en la confianza y el abandono, sin anhelar nada que no sean los deseos y los planes de la Virgen, es un sacerdocio que se realiza plenamente.

“Un buen hijo de María se hace pequeño, para engrandecer al Hijo de Dios que le regaló a su propia Madre, para que siendo sacerdote de sus misterios, los viva a los pies de la Cruz pero sonriente, mirando con ojos de ternura, la mirada bondadosa y maternal de la Reina de la Paz”.

Hay que convencerse de que, solo los corazones inflamados por el fuego del amor de Dios, pueden plenificarse en el gozo del amor. Sino es así, siempre estarán heridos por el egoísmo y los celos.
Entonces se preguntarán, ¿no hay corazón y amor humano que nos ame plenamente? ¿para que se nos dió este corazón que padece y se alegra?… y la respuesta resplandece en el mismo Evangelio cuando el anciano Simeon dice, como expresión de plenitud que “puede morir en paz”, por que ya ha visto, ya ha recibido y palpado todo lo que puede anhelar el corazón humano, todo el amor que puede contener y recibir y mucho más.

Por que se nos otorgó este corazón que anhela y se nutre del verdadero amor, en vista de un Corazón humano, pero que es también Divino, que en la plenitud de los tiempos se manifestaría para amarnos entrañablemente, hasta llegar a su propia muerte, y ese amor es el Corazón del Señor. Y todos los demás corazones nobles y justos que nos han cobijado son expresión parcial de este único Corazón de Cristo, que para aproximarse más a nosotros, humanamente y modestamente se nos presenta cobijado en una familia, y en los brazos maternales de María, que es también para los saerdotes, nuestra mamá.

Ahí esta la importancia de la oración que nos da la capacidad de ir más allá de las inconsistencias temporales y llegar a las estabilidades eternas. Hay que orar pero con el corazón. Eso nos enseña María, que lo conserva todo en su corazón Inmaculado. No solo de memoria, no solo de lectura sino que con el Corazón. Porque será lo que está en el corazón lo que vamos a balbucear en el momento final, en el lecho del dolor y de la muerte.

Será lo que abunda en el corazón lo que determinará nuestras decisiones más afortunadas.

Y eso eso exige la humildad y la modestia, del trabajo abnegado, permanente, no ocasional, del esfuerzo en lo pequeño y modesto, de la casa, de la cocina, de la oficina, del pobre en la calle. Pero para que se ame en lo pequeño se necesita amar al que se hizo pequeño y que está en el sagrario.

Un sacerdote y toda alma necesita de la oración del Corazón. Necesita de horas ante el Sagrario en el dialogo solitario entre Dios, donde el silencio se transforma en un idioma de amor, de alabanza, de suplica de perdón y de gratitud. Todo lo que necesita un corazón sacerdotal y el de todos nosotros se encuentra ante el Sagrario en la oración.
Es deber de todos ustedes velar para que los sacerdotes oren, recen. Muchas veces las almas reclaman tiempo para ellas, lo que es muy entendible y necesario, pero hay un error en no reclamar el tiempo tanto de los sacerdotes como de todos nosotros para el Señor, por que solo en la medida que estemos volcados a la luz, nuestras palabras, gestos, diligencias y acciones serán iluminadoras. Reclamen tiempo para el Señor, de sus propias familias y de ustedes mismos así como de parte de sus sacerdotes, de mi mismo, y así nos daremos un tiempo adecuado, edificante, redentor y lleno de misericordia de los unos a los otros. Sino, solo será un tiempo estratégico para la eficiencia competitiva.

Y permítanme pedirles también que reclamen de nuestra parte la modestia de Cristo, no las grandezas y alabanzas humanas.

Bien sabe el Señor, que el participar del apostolado del Reino de su Madre Santísima no es un calculo o una estrategia, ni el buscar un afán para ocupar el tiempo o algún protagonismo.

Hay quienes son sabios y eficientes en el tema. Pero si donde uno calla las piedras gritarían, es el Señor quien ha instalado las banderas de la Reina de la Paz y su Inmaculado Corazón. En Ella todo dolor de hace suave y llevadero con el fin de alcanzar el Reino del Señor y no caer en los engaños de la tiniebla.

Les ruego que demos testimonio, en nombre de Cristo del amor de María y busquemos celebrar y vivir el don de ser conquistados por el amor materno del Inmaculado Corazón, para el bien personal y de nuestra Patria que clama continuamente “venga a nosotros tu Reino María, venga a nosotros el Reino del Sagrado Corazón” Ojalá así sea.


Pbro. Patricio Romero

Homilía Jornada Oración por Sacerdotes enfermos, Gospa Chile