El Muro de Berlín y San Juan Pablo II

El Muro de Berlín y San Juan Pablo II

9 de noviembre de 2023 0 Por Gospa Chile

Un fragmento del muro se conserva en el santuario de Fátima como agradecimiento a la Virgen María


En Varsovia (Polonia), en 1979, él (san Juan Pablo II) simplemente dijo: ‘No tengan miedo’, y luego rezó: ‘Que tu espíritu descienda y cambie la imagen de la tierra… de esta tierra’”, cuenta Walesa.

La proclamación de san Juan Pablo II como papa, en 1978, fue un punto clave para la caída del régimen soviético, así como de la del Muro de Berlín (Alemania), según Walesa, líder político polaco y cofundador del partido Solidaridad, que también contribuyó a este segundo acontecimiento.

La construcción del muro de Berlín comenzó en 1961, pero los problemas se remontan a finales de la Segunda Guerra Mundial, según el portal.

Históricamente se conoce que una vez derrotado el régimen nazi, los aliados se repartieron el control de Alemania y su capital Berlín. La parte oriental quedó en manos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y el occidente, de EE.UU., Reino Unido y Francia.

El muro fue construido por el régimen soviético para evitar el escape desde el territorio que controlaban hacia el lado occidental. La estructura se convirtió en un símbolo de la llamada ‘cortina de hierro’ entre los países occidentales y la URSS y sus países satélites.

Para Walesa, antes del pontificado de san Juan Pablo II “el mundo estaba dividido en dos bloques” y “nadie sabía cómo deshacerse del comunismo”. En Varsovia (Polonia), en 1979, él (san Juan Pablo II) simplemente dijo: ‘No tengan miedo’, y luego rezó: ‘Que tu espíritu descienda y cambie la imagen de la tierra… de esta tierra’”, cuenta Walesa.

El movimiento Solidaridad, bajo el liderazgo de Walesa y con la inspiración del papa, llegó a aglomerar a más de un tercio de los trabajadores de Polonia y tuvo un papel clave en el fin del comunismo en ese país y luego en la URSS.

El 9 de noviembre de 1989, luego de que las autoridades soviéticas permitieran el paso del este al oeste de Berlín, comenzó la demolición del muro.

Un fragmento de este se conserva en el santuario de Fátima como agradecimiento a la Virgen María por guiar a los pueblos hacia la libertad. 

La influencia del primer Papa eslavo de la historia aceleró, de algún modo, el cambio del statu quo en su nación. Desde Polonia la llama de la libertad se traspasó a los demás países al otro lado del telón de acero. Mijail Gorbachov, uno de los protagonistas de aquellos acontecimientos, así lo ha reconocido. En octubre de 2004, todavía en vida de Juan Pablo II, recibí una carta del que fuera último presidente de la URSS y secretario general del Partido Comunista Soviético: «Estoy totalmente de acuerdo con usted -escribía Gorbachov- en que Su Santidad Juan Pablo II ha desempeñado un papel sincero y activo en todo el proceso de la unificación de Europa». Y poco más adelante afirmaba: «Actúa como un gran político contemporáneo que persigue con coherencia alcanzar una victoria: la de conseguir que los principios humanísticos estén en la esencia de toda sociedad humana».

Cuando Wojtyla llega a Roma, en el otoño de 1978, la situación en los países del Este europeo era delicada. Leonidas Breznev, entonces secretario general del Partido Comunista Soviético, y una serie de dictadores al frente de los países satélites de Moscú, mantenían la paz en la zona de influencia reconocida a la URSS en la Conferencia de Yalta. En esa situación, una íntima convicción, fundamentada en la experiencia personal le llevaba al nuevo Papa a no aceptar sin más semejante estado de cosas. Se sentía refrendado por la historia. En enero de 1979, sólo tres meses después de su elección, inició lo que llegaría a ser una larga serie de viajes. La peregrinación a Polonia, en el corazón del Este europeo, resultó de capital importancia para la evolución de acontecimientos futuros.

En aquellos diez días de junio, la voz de Wojtyla a favor de la dignidad de la persona y su libertad contribuyó a acelerar la marcha de los acontecimientos. Para entonces la estructura comunista en Europa empezaba a desmoronarse. La reunión de millones de personas en torno a su compatriota tuvo un efecto decisivo desde el punto de vista de la psicología nacional. Veinte años después, durante su séptimo viaje pastoral a su patria, Juan Pablo II manifestó en Gdansk su convencimiento de que la transición experimentada en Polonia había sido la mecha que desencadenó el proceso. Después de recordar el trágico diciembre de 1970, los acontecimientos de agosto de 1980 y el dramático período del estado de guerra, terminó diciendo: «¿Hay un lugar más adecuado para hablar de esto que Gdansk? En efecto, en esta ciudad, hace diecinueve años, nació el sindicato «Solidaridad». Fue un acontecimiento que marcó un viraje en la historia de nuestra nación, e incluso en la de Europa. «Solidaridad» abrió las puertas de la libertad a los países esclavos del sistema totalitario, derribó el Muro de Berlín y contribuyó a la unidad de Europa, dividida en dos bloques desde la segunda guerra mundial. Nunca hemos de olvidar esto. Ese acontecimiento forma parte de nuestro patrimonio nacional».

Las revoluciones no violentas de 1989 ofrecen lecciones que van más allá de los confines de un área geográfica específica. En su discurso de la ONU (1995) Juan Pablo II dio una interpretación: demostraron que la búsqueda de la libertad es una exigencia ineludible que brota del reconocimiento de la inestimable dignidad y valor de la persona humana, y acompaña siempre el compromiso en su favor. Pueblos enteros tomaron la palabra; mujeres, jóvenes y hombres vencieron el miedo. Miles de personas manifestaron los inagotables recursos de dignidad, de valentía y de libertad que poseen. Para Wojtyla, aquellos acontecimientos fueron posibles por el esfuerzo de hombres y mujeres valientes que se inspiraban en una visión diversa y, en última instancia, más profunda y vigorosa: «La visión del hombre como persona inteligente y libre, depositaria de un misterio que la transciende, dotada de la capacidad de reflexionar y de elegir y, por tanto, capaz de sabiduría y de virtud». También había sido decisiva, para el éxito de aquellas revoluciones la experiencia de la solidaridad social: «Ante regímenes sostenidos por la fuerza de la propaganda y del terror, aquella solidaridad constituyó el núcleo moral del «poder de los no poderosos», fue una primicia de esperanza y es un aviso sobre la posibilidad que el hombre tiene de seguir, en su camino a lo largo de la historia, la vía de las más nobles aspiraciones del espíritu».

La historia podía haber sucedido de otro modo, como apuntaban los precedentes de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968). Sin embargo, pueblos enteros reivindicaron su libertad de forma pacífica, y vencieron. Fueron hechos que sorprendieron al mundo. Veinte años después de la caída del Muro de Berlín recordamos con agradecimiento a quienes lo hicieron posible.


Fuente:  José Ramón Garitagoitia Eguía  (ABC España): Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional Público. Su tesis sobre «El pensamiento ético-político de Juan Pablo II» (2002) fue publicada con un prólogo del último presidente de la URSS y Premio Nobel de la Paz, Mijail Gorbachov