Gracias Madre Elvira

Gracias Madre Elvira

17 de julio de 2023 0 Por Gospa Chile

¡Usted hizo que los peregrinos de Medjugorje nos sintieramos parte de la hermosa «Comunidad de el Cenáculo»!


«Quise que los jóvenes que acogía no solo escucharan hablar de Dios sino que vieran su paternidad concreta. Entonces le dije a Dios: “¡Yo los recibo, Tú muéstrales que eres Padre!” ¡Y en todos estos años, se los puedo testimoniar con alegría, nunca nos ha desilusionado!”


40 años de la Comunidad Cenáculo

La siguiente información fue tomada de la página de la Comunidad Cenáculo

RITA AGNESE PETROZZI, conocida como MADRE ELVIRA, es identificada por muchos como la “hermana de los drogados”. Nace en Sora (FR) el 21 de enero de 1937. Ama definirse como “hija de gente pobre”. Durante la segunda guerra mundial, junto a su pobre familia, emigra a Alessandria, donde vive la incomodidad de la miseria de la posguerra, siendo en su casa la “sierva” de todos. A los 19 años entra en un convento en Borgaro-Torino, en las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret; allí, de Rita Agnes se transforma en sor Elvira. A mediados de los setenta siente nacer en su interior como “un fuego, un empuje interior” para dedicarse a los jóvenes perdidos, desorientados, que ve en aquellos años. Luego de una larga, paciente y confiada espera, el 16 de julio de 1983, funda en Saluzzo (CN), la Comunidad Cenacolo, que no es sólo una obra asistencial o social, sino que es una familia fundada en la fe, donde el hombre herido puede encontrar un amor que lo recibe gratuitamente, lo ayuda a sanar las heridas, lo sostiene y lo guía para encontrar el Camino de la Verdad, un amor exigente que lo educa a la belleza de la Vida verdadera.

LOS ORÍGENES DE MADRE ELVIRA

“Repasando mi historia a la luz del encuentro con Dios, hoy bendigo el haber nacido en una familia pobre y numerosa, emigrada del sur en la época de la guerra 1940-45, desde Sora hasta Alessandria. Agradezco ser “hija de gente pobre” y haber vivido con mis padres y hermanos una a vida de sacrificio. Luego viví la “pobreza” de la dependencia al alcohol de mi padre, y lo que le costó a mi madre trabajar muchas horas fuera de casa para mantenernos: ella trabajaba de enfermera y todo el “peso” de la familia caía sobre ella; siempre lo llevó con fuerza y dignidad. Cuando llegaba a la noche cansada por el trabajo, con muchos problemas, sus hijos la escuchábamos cantar con serenidad y confianza: nos enseñó que la vida vale más que cualquier problema, que cualquier dificultad, ¡la vida vale más que cualquier sufrimiento!

Desde pequeña, la vida me enseñó a pensar primero en los demás, y hoy reconozco que esta fue mi mayor riqueza y mi primera formación humana y cristiana. Recuerdo otro estribillo que mi madre siempre me repetía cuando estaba con mis amigas, que tenían más comodidades y bienestar que nosotros. Cuando en casa teníamos un pedazo de pan – y en ese tiempo de la guerra no era fácil para nosotros tenerlo- o cuando había cerezas, “mama” me decía: “Rita, recuerda: ¡las bocas son todas hermanas! Y no te puedes llevar algo a la boca sin convidar a los otros.” Así, en la incomodidad de la pobreza, igual nos educaba con gestos de solidaridad, que ya hablaban de familia, de comunidad, de comunión: cuando se da a los demás es cuando nos transformamos en esa familia universal que pueden rezar de verdad el “Padre Nuestro”.


Ahora comprendo que Dios guiaba mi vida también a través de la fragilidad de mi padre, que a pesar de todo fue mi maestro de vida, porque me enseñó lo que significa el sacrificio, qué es la humillación…y hoy me siento una mujer libre, consciente que en nosotros está siempre el recurso del Amor de Dios que nos permite resurgir de cada situación. Experimenté que al encontrar a Dios el pasado se ilumina y se hace riqueza de vida y experiencia. No me da vergüenza decir que la fragilidad de mi padre fue mi universidad, mi escuela de vida, que formó mi corazón para poder después tender una mano a personas como él o, muchas veces, más frágiles que él.”

EL DESEO DE DAR VIDA A LA COMUNIDAD

Yo era una religiosa feliz, enamorada del Señor y de la vida, pero en cierto momento comenzó algo en mí que no lo decidí yo, “como un fuego”, un empuje interior que me orientaba hacia los jóvenes. Los veía desilusionados, perdidos, desorientados; frente a la Eucaristía me parecía “percibir” su grito de dolor. Me daba cuenta que eran marginados y abandonados por esta sociedad de consumo. Me di cuenta que en las familias ya no había diálogo ni comunicación, que faltaba la confianza entre los cónyuges y entre padres e hijos: dejaban solos a los hijos y yo los veía tristes por las calles. En la oración me parecía “percibir” su grito de dolor. Los jóvenes iban de aquí para allá y sufrían. Sentía un impulso que no podía reprimir más, que crecía y crecía. No era una idea, ni yo sabía qué era lo que me pasaba pero sentía el deber de dar a los jóvenes algo que Dios había puesto en mí para ellos. La llamada a abrir las puertas a los descarriados, a los drogados, a los desesperados que se encontraban en las estaciones, en las calles, en las plazas, seguramente no era “una idea mía”. Lo que está sucediendo, la historia que estamos viviendo, no podría nacer de las ideas o de la intuición de una pobre mujer como yo. Soy la primera en sorprenderme de lo que está pasando: ¿cómo podría haber inventado yo una historia así?”

EL NOMBRE DE LA COMUNIDAD

“Quería un nombre que incluyera a la Virgen. Entonces nos preguntamos: ¿dónde aparece María en la Biblia? Uno de los lugares era el Cenacolo: María estaba allí con los apóstoles, encerrados y llenos de miedo después de la muerte de Jesús, como los jóvenes de hoy, tímidos, miedosos, mudos. Pero Su presencia materna los reúne y los hace rezar y después, llega el Espíritu Santo, la fuerza de Dios, y se transforman en testigos valientes. Por eso la llamamos Comunidad Cenacolo porque es la misma transformación que deseamos que suceda en el corazón de los jóvenes que recibimos hoy.
Nos gusta definirnos como una Comunidad de pecadores públicos, pecadores amados y salvados por el Señor, que hoy quieren revelar al mundo la infinita y grandiosa misericordia de Dios. Este es nuestro mensaje, queremos ser la esperanza viva de una misericordia siempre presente, siempre activa, siempre nueva, sobre mí y sobre ellos, sobre todos.”