LA CONFESIÓN

LA CONFESIÓN

2 de febrero de 2024 0 Por Gospa Chile

Esclavitud de Amor a María Santísima Reina de la Paz. Día 12

«Los invito a todos a reconciliarse con Dios!»


Veni Creator Spíritus

Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia,
los corazones que creaste.
Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre;
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.
Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.
Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglos
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén.


San Lucas 11, 1-10

“Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino; danos cada día el pan cotidiano; perdónanos nuestros ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, y no nos dejes caer en tentación.
Y les dijo: Si alguno de vosotros tuviere un amigo y viniere a él a medianoche y le dijera: Amigo, préstame tres panes, pues un amigo mío ha llegado de viaje y no tengo qué darle. Y él, respondiendo de dentro, le dijese: No me molestes; la puerta está ya cerrada y mis niños están ya conmigo en la cama; no puedo levantarme para dártelas. Yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, a lo menos por su desvergüenza se levantará y le dará cuanto necesite. Os digo, pues: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre.”


Mensaje, 24 de marzo de 1985

“¡Queridos hijos! Hoy deseo invitarlos a todos ustedes a la Confesión, aún cuando se hayan confesado hace pocos días. Deseo que vivan mi fiesta en sus corazones. Pero ustedes no podrán hacerlo, a menos que se entreguen completamente a Dios. Por tanto, los invito a todos a reconciliarse con Dios! Gracias por haber respondido a mi llamado!”


“¿Cuál es nuestra deuda sino el pecado? Luego, si no hubieras recibido nada, no deberías al que te prestó; por tanto, eres pecador, porque tuviste dinero, con el que has nacido rico, hecho a imagen y semejanza de Dios, pero perdiste lo que tenías. Así, mientras deseas conservar tu orgullo, pierdes el tesoro de la humildad y recibiste del demonio la deuda que no era necesaria; el enemigo tenía tu resguardo, pero el Señor lo crucificó, y lo borró con su sangre. Puede el Señor defendernos contra las asechanzas del enemigo, que engendra la culpa, puesto que perdonó el pecado y pagó nuestras deudas. Por esto sigue: «Y no nos dejes caer en la tentación»; esta es, la tentación que no podemos vencer; pero quiere que, como atletas, suframos la tentación que la condición humana pueda resistir.” (San Agustín)


Ave Maris Stella

Salve Estrella del mar, Santa Madre de Dios
y siempre Virgen, feliz Puerta del cielo.
Tú que has recibido el saludo de Gabriel,
y has cambiado el nombre de Eva,
establécenos en la paz.
Rompe las ataduras de los pecadores,
da luz a los ciegos, aleja de nosotros los males
y alcánzanos todos los bienes.
Muestra que eres Madre: reciba nuestras súplicas
por medio de Ti, Aquél que, naciendo por nosotros,
aceptó ser Hijo tuyo.
¡Oh, Virgen incomparable! ¡Amable como ninguna!
Haz que, libres de nuestras culpas,
permanezcamos humildes y castos.
Danos una vida limpia,
prepáranos un camino seguro; para que,
viendo a Jesús, nos alegremos eternamente contigo.
Demos alabanza a Dios Padre,
gloria a Cristo Soberano y también al Santo Espíritu,
a los Tres un mismo honor. Amén.


“Los hombres hacen voto en el bautismo –dice Santo Tomás- de renunciar al diablo y a sus pompas”. Y “este voto, había dicho San Agustín, es el mayor y más Indispensable”. Lo mismo afirman los canonistas: “El voto principal es el que hacemos en el bautismo”. Sin embargo, ¿Quién cumple este voto tan importante? ¿Quién observa con fidelidad las promesas del santo bautismo? ¿No traicionan casi todos los cristianos la fe prometida a Jesucristo en el bautismo? ¿De dónde proviene este desconcierto universal? ¿No es, acaso, del olvido en que se vive de las promesas y compromisos del santo bautismo y de que casi nadie ratifica por sí mismo el contrato de alianza hecho con Dios por sus padrinos?” (Tratado de la V.D. 127)


DE LA HOMILIA DE S. S PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI (29 de marzo de 2007)

“…En el corazón de todo hombre, mendigo de amor, hay sed de amor. En su primera encíclica, Redemptor hominis, mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II escribió: «El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él plenamente» (n. 10).

El cristiano, de modo especial, no puede vivir sin amor. Más aún, si no encuentra el amor verdadero, ni siquiera puede llamarse cristiano, porque, como puse de relieve en la encíclica Deus caritas est, «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1).

El amor de Dios por nosotros, iniciado con la creación, se hizo visible en el misterio de la cruz, en la kénosis de Dios, en el vaciamiento, en el humillante abajamiento del Hijo de Dios del que nos ha hablado el apóstol san Pablo en la primera lectura, en el magnífico himno a Cristo de la carta a los Filipenses. Sí, la cruz revela la plenitud del amor que Dios nos tiene. Un amor crucificado, que no acaba en el escándalo del Viernes santo, sino que culmina en la alegría de la Resurrección y la Ascensión al cielo, y en el don del Espíritu Santo, Espíritu de amor por medio del cual, también esta tarde, se perdonarán los pecados y se concederán el perdón y la paz.

El amor de Dios al hombre, que se manifiesta con plenitud en la cruz, se puede describir con el término agapé, es decir, «amor oblativo, que busca exclusivamente el bien del otro», pero también con el término eros. En efecto, al mismo tiempo que es amor que ofrece al hombre todo lo que es Dios, como expliqué en el Mensaje para esta Cuaresma, también es un amor donde «el corazón mismo de Dios, el Todopoderoso, espera el «sí» de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de febrero de 2007, p. 4). Por desgracia, «desde sus orígenes, la humanidad, seducida por las mentiras del Maligno, se ha cerrado al amor de Dios, con el espejismo de una autosuficiencia imposible (cf. Gn 3, 1-7)» (ib.).

Pero en el sacrificio de la cruz Dios sigue proponiendo su amor, su pasión por el hombre, la fuerza que, como dice el Pseudo Dionisio, «impide al amante permanecer en sí mismo, sino que lo impulsa a unirse al amado» (De divinis nominibus, IV, 13: PG 3, 712). Dios viene a «mendigar» el amor de su criatura. Esta tarde, al acercaros al sacramento de la confesión, podréis experimentar el «don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1999), para que, unidos a Cristo, lleguemos a ser criaturas nuevas (cf. 2 Co 5, 17-18)…”

“…con el bautismo habéis nacido ya a una vida nueva en virtud de la gracia de Dios. Ahora bien, dado que esta vida nueva no ha eliminado la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado, se nos da la oportunidad de acercarnos al sacramento de la confesión. Cada vez que lo hacéis con fe y devoción, el amor y la misericordia de Dios mueven vuestro corazón, después de un esmerado examen de conciencia, para acudir al ministro de Cristo. A él, y así a Cristo mismo, expresáis el dolor por los pecados cometidos, con el firme propósito de no volver a pecar más en el futuro, dispuestos a aceptar con alegría los actos de penitencia que él os indique para reparar el daño causado por el pecado.

De este modo, experimentáis «el perdón de los pecados; la reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido; la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de conciencia, y el consuelo del espíritu; y el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano» de cada día (Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, n. 310).

Con el lavado penitencial de este sacramento, somos readmitidos en la plena comunión con Dios y con la Iglesia, que es una compañía digna de confianza porque es «sacramento universal de salvación» (Lumen gentium, 48).


Magnificat

Proclama mi alma
la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios,
mi salvador;
porque ha mirado la humillación
de su esclava.
Desde ahora me felicitarán
todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho
obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán
y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.


Oración de San Juan XXIII

¡San José, guardián de Jesús y casto esposo de María, tu empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber. Tu mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos. Protege bondadosamente a los que se vuelven confiadamente a ti. Tu conoces sus aspiraciones y sus esperanzas. Ellos se dirigen a ti porque saben que tu los comprendes y proteges. Tu también supiste de pruebas, cansancio y trabajo. Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida, tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de verdadera alegría debido al íntimo trato que gozaste con el Hijo de Dios que te fue confiado a ti a la vez a María, su tierna Madre. Amén.


ACTO DE CONTRICIÓN

¡Oh, Dios Omnipotente!, arrepentido por las muchas culpas que he cometido contra tu divina majestad en este día, vengo a solicitar de tu misericordia infinita tu generoso perdón. Por la valiosa intercesión del Santísimo Patriarca Señor San José te suplico humildemente que me concedas nuevas gracias para servirte y amarte, a fin de que después de haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.


CATECISMO DE SAN JOSÉ

  1. ¿Se puede decir que fue un verdadero matrimonio el de san José y María? Aunque san José y la augusta María hicieron votos de perpetua virginidad, no es menos cierto que hubo entre ellos un verdadero matrimonio. En efecto, se dice en las santas Escritura, que José era el esposo de María, de quién nación Jesucristo; luego es evidente que por estas palabras ha querido revelarnos el Espíritu Santo, y en efecto nos revela, que hubo un perfecto casamiento entre José y María. Todos los teólogos, dice Suarez, expresan que esta verdad es de fe y la Iglesia la enseña como tal, lo mismo que todos los doctores (1). Luego debemos creer y podemos decir con toda certidumbre, que la unión de José y María ha sido un verdadero matrimonio, y por consiguiente que estos dos esposos se pertenecían mutuamente el uno al otro. Sin embargo, digamos que este matrimonio ha sido virginal en la promesa, virginal en el amor, virginal en la paternidad.

Aquí se rezan Credo, 7 Padre Nuestros, Ave Marías y Gloria en honor de los dolores y gozos de la Reina de la Paz y del Señor San José.


M E M O R A R E

Acordaos, ¡oh castísimo esposo de la Virgen María, San José, mi amable protector, que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo. Lleno de confianza en vuestro poder, llego a vuestra presencia, y me recomiendo con fervor!
¡Ah! No desdeñéis mis oraciones, oh vos, que ha­béis sido llamado padre del Redentor, sino escu­chadlas con benevolencia, y dignaos recibirlas favo­rablemente. Así sea.

Trescientos días de indulgencias (una vez por día) apli­cables a los difuntos. (Breve de N. S. P. el Papa León XIII.)


ORACIONES

Oh custodio y padre de vírgenes San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María. Por estas dos queridísimas prendas, Jesús y María, te ruego y te suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva siempre con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.

Haz, oh José, que nuestra vida transcurra tranquila y que siempre sea segura bajo tu patrocinio.

¡Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía!
¡Jesús, José y María, asistidme en vida y en mi última agonía!
¡Jesús, José y María, expire en paz con Vos el alma mía!

San José, mi padre y señor, tú que fuiste guardián fiel del Hijo de Dios y de su Santísima Madre, la Virgen María, alcánzame del Señor la gracia de un espíritu recto y de un corazón puro y casto para servir siempre mejor a Jesús y a María. Amén.