Mi Hijo está vivo

Mi Hijo está vivo

11 de junio de 2024 0 Por Gospa Chile

La vida ha vencido: ¡mi Hijo está vivo!

por Padre Patricio Romero


MENSAJE 2 DE MAYO DE 2019 EN MEDJUGORJE

“Queridos hijos, con amor maternal los invito a responder al gran amor de mi Hijo, con un corazón puro y abierto, con total confianza. Yo conozco la grandeza de Su amor. Lo llevé dentro de mí, Hostia en el corazón, luz y amor del mundo.

Hijos míos, que yo me dirija a ustedes también es un signo del amor y de la ternura del Padre Celestial, una gran sonrisa llena del amor de mi Hijo, una invitación a la vida eterna. La Sangre de mi Hijo fue derramada por amor a ustedes. Esa Sangre preciosa es para su salvación, para la vida eterna. El Padre Celestial ha creado al hombre para la felicidad eterna. No es posible que perezcan, ustedes que conocen el amor de mi Hijo, ustedes que lo siguen. La vida ha vencido: ¡mi Hijo está vivo! Por eso, hijos míos, apóstoles de mi amor, que la oración les muestre el camino y la manera de difundir el amor de mi Hijo, la oración en su forma más sublime. Hijos míos, cuando procuran vivir las palabras de mi Hijo, también están orando. Cuando aman a las personas con las que se encuentran, están difundiendo el amor de mi Hijo. El amor es lo que abre las puertas del Paraíso.

Hijos míos, desde el comienzo he orado por la Iglesia. Por eso, también los invito a ustedes, apóstoles de mi amor, a orar por la Iglesia y sus servidores, por aquellos a quienes mi Hijo ha llamado. Les doy las gracias.”


“Responder al gran amor de mi Hijo, con un corazón puro y abierto, con total confianza.”

La respuesta que nos pide la Reina de la Paz para el amor de su Hijo manifestado en todo su ministerio y en la Cruz, es fruto de la Pascua, es decir, de un corazón que ha sido purificado por el ardor del Sagrado Corazón, que derriba la ceguera de la conciencia, le impulsa a la vergüenza de su soberbia y egoísmo, lo mueve a la reparación y al sacrificio generoso y le dispone a la entrega total, sin reservas, en un pleno abandono de la Voluntad Divina.

Y el Divino Redentor se aproxima a cada uno de nosotros, con latidos humanos y puros, de un amor que está impaciente de derramar su misericordia en el horizonte de nuestra existencia y vida. Su Madre y nuestra Madre da testimonio de esa realidad. Ella percibió el amor de Cristo, Verbo Encarnado, por nosotros; amor que se hace palpable por medio de la humana naturaleza que abraza en el vientre materno de la Virgen Santísima, donde se revistió de carne y sangre Jesús, Hostia Consagrada, y que vive y nos espera en todos los Sagrarios de la tierra.

“Yo conozco la grandeza de Su amor. Lo llevé dentro de mí, Hostia en el corazón, luz y amor del mundo.”

Nuestra Madre del cielo, nos llama a reconocer el maravilloso grado de vida interior en el santo amor, a la que nos convoca Jesús, haciéndonos partícipes de esa plenitud, con sus mensajes, pero también nos recuerda que su misma presencia en Medjugorje y en nuestros corazones, es una evidencia del Amor Omnipotente de Dios, que se expresa con la ternura paternal y la alegría pascual de Jesús. Estos dones son auténticas primicias del cielo, que es precisamente la verdadera felicidad para la vida humana, alcanzada y ganada con la sangre derramada de un Hijo, que es el Hijo de Dios y el Hijo de María.

Es signo de vivir en esta victoria de Cristo, sobre el pecado y la muerte, una vida profunda vida de oración. Esta es la forma más sublime de sumergirnos y de difundir el amor de Jesús. Por el contrario, sino hay oración, es señal de que está pereciendo la vida verdadera que brota de la Pascua del Señor.

Cuando existe vida de oración existe un verdadero amor a los hermanos, y se forjan lazos de caridad, de virtud y desprendimiento. El Evangelio se hace vida e impregna la relación del alma con Dios y con los seres humanos. Viviendo en el fuego del amor de Dios se viven ya las bienaventuranzas: “El amor es lo que abre las puertas del Paraíso.”

Esta es esencialmente la vida auténtica de la Iglesia: anunciar la salvación y el amor misericordioso del Señor, para llegar al cielo, haciendo de nuestra vida un cielo en la tierra. La gracia de Dios tesoro que llega a nuestras almas por medio del ministerio sacerdotal nos ayude para reconocer la necesidad de rezar por la Iglesia y sus servidores, como desde un comienzo lo ha hecho la Reina de la Paz.

Atte. Padre Patricio Romero