Salmo 114: ¿Quién es justo ante el Señor?

Salmo 114: ¿Quién es justo ante el Señor?

21 de marzo de 2025 0 Por Gospa Chile

Una opción ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar (cf. Sal 14,2).


1  Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

2  El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales

3  y no calumnia con su lengua,
el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,

4  el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,
el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,

5  el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.


«El que tiene intenciones leales…»


EL HUESPED DE YAVHÉ.  COMENTARIO DE MAXIMILIANO GARCÍA, BAC


[La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de El huésped de Yahvé. Es una síntesis de moral; véanse los preceptos del Decálogo en Ex 20. El santuario de Jerusalén recibe a veces el nombre de «tienda», a imagen del antiguo santuario del desierto, que la Fiesta de las Tiendas (Ex 23) recordaba cada año. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Condiciones de pureza del que ha de estar ante el Señor. Es un hermoso salmo que nos declara cómo la santidad de vida es la condición para poder acercarse al Dios santo.]

El huésped de Yahvé. En esta bellísima composición encontramos el código moral del fiel que aspira a vivir en intimidad con Dios en el santuario de Jerusalén. No se insiste en las purezas rituales levíticas, sino en las morales del corazón; «es como el ceremonial de corte exigido al que se propone entrar en intimidad con Yahvé» (B. Ubach). Sólo el hombre íntegro, justo y fiel puede tener acceso a la corte del Dios de Israel. La composición se cierra con una promesa de bendición. La exposición del tema es similar al Salmo 24,3-6 y a Is 33,14-16. Por otra parte, el v. 5 reproduce fielmente el precepto de Lev 25,37 (ley de santidad) y se parece a Dt 27,25. Por estas dependencias, no pocos autores suponen que el salmo es posterior al exilio. Según el título del mismo, sin embargo, se atribuye la composición al propio David, como los anteriores de esta primera colección del Salterio. Los autores que mantienen la paternidad davídica del salmo creen que el salmista lo compuso con motivo del traslado del arca a la colina de Sión, la «montaña santa».

La composición tiene un aire sapiencial, y quizá se cantaba con ocasión de las peregrinaciones al santuario de Jerusalén. Rítmicamente parece dividida en dos estrofas, precedidas de un preludio y seguidas de un epifonema.

Condiciones para ser huésped de Yahvé en el templo (vv. 1-3). La distribución tiene un aire de composición dramática. Primero, en el preludio (v. 1), una voz plantea un interrogante: ¿quién puede ser huésped de Yahvé en su santuario? Dios es santo, y, por tanto, para acercarse a Él es necesario cumplir determinadas condiciones que no le hagan indigno de la presencia del Altísimo. En Lev 11,44 se dice al pueblo de Israel: «Sed santos como yo soy santo». Nada contaminado puede entrar en relación con Yahvé, que vive en una atmósfera de santidad y pureza. Para acercarse a Él es preciso «santificarse» con ritos especiales de purificación y, sobre todo, tener ciertas cualidades morales excepcionales. El salmista aquí no tiene preocupaciones de índole ritual y sólo exige la preparación moral para acercarse a Dios. La morada en el templo de Yahvé ha sido considerada siempre como una garantía de seguridad y de felicidad íntima espiritual. El salmista no restringe su perspectiva a los sacerdotes y levitas -funcionarios oficiales del recinto sagrado-, sino que se refiere a todo el que se acerca a la casa de Dios. Para poder acercarse dignamente y ser huésped del santuario se debe llevar una vida en conformidad con las prescripciones divinas, obrando con justicia y rectitud, lo que implica sinceridad en las relaciones con el prójimo, ausencia de engaño y abstención de todo lo que pueda causar daño o injuria al prójimo. Se enumeran diez condiciones para la integridad de la vida moral en su manifestación de palabra y obra.

Exigencias de fidelidad (vv. 4-5). Para ser digno de Dios es necesario tener una valoración religiosa de los hombres; es decir, no se debe uno dejar llevar de las apariencias, honrando a los que triunfan en la sociedad a pesar de ser réprobos ante Dios. Los honores deben reservarse a los temerosos de Yahvé, los que conforman su vida a sus mandatos, sabiendo sacrificar muchas veces sus intereses materiales por seguir la ley de Dios. Los tiempos del salmista eran difíciles, y prevalecían los que hacían caso omiso de los preceptos divinos. Lo más fácil era adular a los poderosos que se habían creado una posición social por su carencia de escrúpulos morales. Estos, en realidad, son para el salmista réprobos ante Dios, y por eso deben ser menospreciados por el que pretenda ser huésped de Yahvé. Al contrario, los temerosos de Dios eran comúnmente despreciados porque por sus escrúpulos religiosos y morales no habían logrado ascender en la escala social; sin embargo, ellos son los predilectos a los ojos divinos, y por eso deben ser honrados por el que aspira a ser amigo de Dios y entrar en su casa.

La integridad de vida exige también fidelidad a los juramentos prestados, aunque su cumplimiento sea en perjuicio propio (v. 4c). La usura es también algo de lo que debe estar alejado el amigo de Dios. En hebreo, el préstamo a interés es llamado «mordedura», expresión gráfica del perjuicio que causa al que se ve obligado a recibir dinero a crédito. La usura estaba prohibida en la Ley cuando se hacía entre israelitas, pero estaba permitida con los extranjeros. Aquí el salmista no distingue, pero en su perspectiva parece que se refiere a las relaciones con los connacionales. En realidad, a pesar de la Ley, la usura era una plaga en la sociedad hebrea, como nos lo dicen los profetas.

El salmista también prohíbe la venalidad en la administración de la justicia. Era corriente que los jueces dictaminaran por cohecho en contra de los intereses de los más débiles económicamente. Vemos, pues, cómo al salmista no le preocupan los problemas de pureza ritual, sino los valores ético-religiosos, lo que está en consonancia con la predicación profética. El ideal que propone es muy alto, pero el premio por parte de Yahvé no se hará esperar: al que tal hace, nadie jamás le hará vacilar (v. 5c). Tal es el epifonema con que se concluye esta bella composición salmódica. Probablemente es una adición de tipo litúrgico, cuando se adaptó el salmo al culto del templo. El que es fiel a Dios cumpliendo sus preceptos, será inconmovible, porque está anclado en lo eterno, que es el mismo Dios.

[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]