
Tiempo de oración por la paz
Mensaje del 25 de septiembre de 2025 a Marija Pavlović
«¡Queridos hijos! Que este tiempo sea un tiempo de oración por la paz. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!»
(Con aprobación eclesiástica)
Fuente: Centro Medjugorje

Enseñaba el Padre Slavko Barbaric:
«Nunca debemos olvidar que la paz es una gracia que Dios nos da, pero también el resultado de nuestra cooperación con la gracia de Dios. La paz significa primordialmente una relación con Dios, pero también una profunda actividad en relación con nosotros mismos al igual que con los demás. Quien desee convertirse en portador de la paz y quien tiene paz en su corazón debe amarse a sí mismo y respetar a los demás, comenzando desde los no nacidos hasta los más ancianos entre nosotros. Sólo quien ama, perdona, respeta, ayuda y protege a los demás es portador de la paz. Aquí debemos tener cuidado de no quedarnos tan solo en palabras, porque las palabras solas no nos ayudan a ser auténticos testigos en este mundo. ¡Se habla tanto de paz, pero aún así no hay paz! La paz sólo podrá venir cuando la hayamos recibido de Dios y así, a partir de esta paz, lograr la fortaleza interior para encontrarnos con los demás y hacer por ellos lo que queremos que nos hagan.» (Junio 28 de 1997)
«Estar en paz con Dios significa primeramente que Lo amemos, que a partir de este amor por Dios, también confiemos en El y busquemos, descubramos y aceptemos Su voluntad. Pero todos corremos el peligro o tenemos la tentación de querer imponerle nuestra voluntad. Sucede a menudo en nuestras oraciones que no buscamos de hecho la voluntad de Dios para nosotros, sino que, en vez de ello, queramos de Dios lo que pensamos que necesitamos o creemos que es mejor para nosotros. Así pues, puede suceder que una persona ore pero que todas sus oraciones estén en conflicto con o sean una lucha contra la voluntad de Dios. La persona que ora así de hecho está tratando de cambiar la voluntad de Dios más que la suya. La paz viene cuando aceptamos Su voluntad y comenzamos a colaborar con ella. Esta paz no excluye, por supuesto, el sufrimiento, no excluye la cruz. Las cruces o problemas surgen cuando nos inclinamos a acusar a Dios y podemos llegar tan lejos que no podamos perdonarlo y seamos incapaces de aceptar lo que experimentemos en ese momento. Dios quiere nuestra paz y, puesto que Su nombre es Emmanuel, desea estar con nosotros. El quiere ser nuestra fuerza y que nosotros, a partir de Su fortaleza, seamos capaces de sobreponernos en nuestra vida así como de amar y perdonar a los demás, lo cual nos permitirá también vivir en paz con ellos.» (Junio 28 de 1997)

» La persona que ora, que acude a la Confesión y la Misa, que lee la Biblia, que perdona siempre, lo hace para poder tener paz, porque cuando no perdona, la paz se vuelve imposible. Pero también estamos en peligro –y muchos se pierden aquí– de usar métodos equivocados para obtener la paz. Por ejemplo, cuando alguien consume alcohol o drogas, cuando odia a otro y simplemente se rehusa a perdonar, cuando es injusto o desconfiado o cuando destruye su propia vida y la vida de otros, lo hace siempre con el fin de tener paz. El peligro más grande es cuando usamos los métodos equivocados para [satisfacer] ese deseo en nuestro corazón. Pero Dios nos envía a María a fin de que podamos servirnos de los métodos auténticos para alcanzar la paz. En este camino hacia la paz, nunca debemos olvidar la oración y el ayuno, porque son los métodos más seguros de todos en este sendero. Con la oración y el ayuno, nuestro corazón se vuelve libre para reconocer la voluntad de Dios y aceptarla. También con la oración y el ayuno somos liberados de nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia, nuestro egoísmo y todas nuestras demás tendencias negativas. Quien ora y ayuna seguramente tendrá paz y quien tiene paz, desarrollará una nueva relación consigo mismo y con los demás.» (Junio 28 de 1997)
«La palabra en latín ‘meditare’ significa buscar el núcleo y esto quiere decir entrar en la profundidad. Si meditamos y entramos en nuestra profundidad, descubriremos el bien en nosotros mismos y, a partir de ese bien, construiremos nuevas relaciones con Dios y con los demás. Lo opuesto a esta meditación y a entrar en la profundidad para descubrir el sentido real de la vida es la superficialidad. Todos conocemos el peligro que corremos hoy en día de volvernos superficiales y sólo vivir en la liviandad. Aquí, de nuevo, encontramos excusas y decimos: «No tengo tiempo, debo correr.» Todos hemos permitido que el estrés nos presione y nos oprima y ya no tenemos el espacio para entrar en ninguna profundidad. Cuando el hombre no medita ni entra en su profundidad, se marchita. El corazón y el alma de la persona se quedan sin raices ni conexiones con la razón para vivir. Por eso es comprensible que tantas personas vivan hoy sin paz, habiendo perdido el sentido de la vida, sin poder sentirse gozosas y son tan pocas las que se mantienen fieles a su palabra. En medio de esa superficialidad, de ese estar sin raices y sin razón, muchas cosas malas ocurren. Es a través del alcohol y las drogas, de la destrucción de la familia, de la ausencia de fidelidad en el matrimonio que pierden de nuevo el propósito de la vida y son amenazadas por el suicidio. De este modo, muchos se vuelven agresivos porque su alma se ha secado. Es muy importante para nosotros, en este nuevo tiempo que Dios desea darnos, que nos conectemos con el propósito de nuestra vida. Dios es la única razón sobre la cual podeos construir nuestra vida. Sólo así la paz podrá venir a nuestra vida y sólo así seremos capaces de llevar la paz en nuestro corazón. La paz es en realidad otra palabra para el bien que hay en nosotros. La típica idea de paz es la satisfacción de los bienes espirituales, mentales y físicos. Pero esto, de nuevo, sólo es posible si nos mantenemos firmemente arraigados en Dios. Este estar firmemente arraigados en Dios es en realidad la fe y la fe significa estar en Dios, confiar en Dios. San Pablo describió esta experiencia cuando dijo: «Todo lo que comáis o bebáis, o cualquier cosa que hagáis, hacedlo para gloria de Dios…» Y es que si nos movemos en El, estamos en El. Esta seguridad o una similar es lo que el corazón humano anhela y esto es la paz. La paz es posible porque Jesús vino a nosotros, porque se hizo hombre, porque se hizo nuestro alimento, porque El es Emmanuel — Dios con nosotros. Pero El sólo se ofrece a nosotros, nunca se nos impone.» (Diciembre 27 de 1997)