
«Y se puso a escribir en el suelo con el dedo…» San Juan 8, 6
El gesto del Señor ante los fariseos acusadores, según lo explican los santos.
«Mientras se cuestionaban, Él escribió sobre la tierra, para «enseñar a la tierra»; pero cuando les dio esta respuesta, levantó los ojos, «miró a la tierra y ésta se estremeció» (Sal 103,32). Los fariseos, confundidos y temblorosos, se fueron uno tras otro…
La pecadora se queda a solas con el Salvador: la enferma con el médico, la gran miseria con la gran misericordia. Mirando a esta mujer, Jesús le dijo: «¿Nadie te ha condenado? -Nadie, Señor»… Pero ella permaneció delante del juez que está libre de pecado. «¿Nadie te ha condenado? – Nadie, Señor, y si tú mismo no me condenas, estoy salvada» En silencio, el Señor responde a esta inquietud: «Yo tampoco te condeno… La voz de sus conciencias les impedía a los acusadores castigarte, la misericordia me empuja a venir en tu ayuda». Reflexionar sobre estas verdades e «instruiros jueces de la tierra».» (San Agustín de Hipona)
«Mientras decían esto, Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Y como se quedaron esperando una respuesta, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. ¿Cabe sentencia más divina: que castigue el pecado el que esté exento de pecado? ¿Cómo podrían, en efecto, soportar a quien condena los delitos ajenos, mientras defiende los propios? ¿No se condena más bien a sí mismo, quien en otro reprueba lo que él mismo comete?
Dijo esto, y siguió escribiendo en el suelo. ¿Qué escribía? Probablemente esto: Te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo. Escribía en el suelo con el dedo, con el mismo dedo que había escrito la ley. Los pecadores serán escritos en el polvo, los justos en el cielo, como se dijo a los discípulos: Estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, y, sentándose, reflexionaban sobre sí mismos. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Bien dice el evangelista que salieron fuera, los que no querían estar con Cristo. Fuera está la letra; dentro, los misterios. Los que vivían a la sombra de la ley, sin poder ver el sol de justicia, en las sagradas Escrituras andaban tras cosas comparables más bien a las hojas de los árboles, que a sus frutos.» (San Ambrosio de Milán)
««Mas Jesús, inclinado hacia abajo, escribía con el dedo en la tierra».
Para manifestar que aquéllos únicamente debían escribirse en la tierra, y no en el cielo, donde había dicho que sus discípulos se alegrarán de haber sido inscritos. También puede decirse que, humillándose (como lo demostraba en la inclinación de su cabeza), hacía señales en la tierra; o que ya era tiempo de que su Ley se escribiese en la tierra y fructificase (y no en piedra estéril, como antes).
No dijo no sea apedreada, para que no pareciese que hablaba contra la Ley. Tampoco dijo sea apedreada, porque había venido, no a perder lo que había encontrado, sino a buscar lo que se había perdido. ¿Pues qué responderá? «El que entre vosotros esté sin pecado, tire contra ella la piedra el primero». Esta es la voz de la justicia. Sea castigada la pecadora, pero no por los pecadores. Cúmplase la Ley, pero no por medio de los mismos que la quebrantan.» (San Agustín)