El Ángel de la Guarda de Portugal en Fátima
“Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada…” (Benedicto XVI)
Bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad…
Fátima: “Bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad…”
Un año antes de las apariciones de la Virgen en Fátima, se dieron tres apariciones del Ángel, encargado por Dios de preparar las almas de los tres niños videntes para recibir el mensaje y la visita de la Virgen María.
Estas apariciones del Ángel, que tuvieron lugar a lo largo del año 1916, son consideradas por algunos como el primer gran secreto de Fátima.
Y esto porque ninguno de los niños, ni Lucía, ni Jacinta, ni Francisco, hablaron de este hecho. Solo Lucía va a narrar este extraordinario evento 20 años después de ocurrido.
Conviene decir que el Ángel ya había aparecido en tres oportunidades un año antes, es decir en 1915. Se había aparecido a Lucía y a otras dos niñas. Sin embargo en estas apariciones de 1915 el Ángel apareció silenciosamente sin decir o transmitir mensaje alguno.
Las otras tres apariciones de 1916 el Ángel aparece y habla, comunica y prepara a los videntes para la visita de Nuestra Señora.
Las apariciones del Ángel se enmarcan dentro de las llamadas “revelaciones privadas”, las cuales son una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el momento presente (cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Mensaje de Fátima, 26/06/2000).
Es un mensaje profético, entendiendo por tal aquel que explica la voluntad de Dios para el presente y ayuda a reconocer la presencia de Cristo en todos los tiempos.
Cuánta necesidad tenemos de la ayuda del Ángel para ayudarnos a comprender y vivir el mensaje de Fátima en este tiempo presente. Ya lo decía el papa Benedicto XVI: “Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada. Aquí resurge aquel plan de Dios que interpela a la humanidad desde sus inicios: “¿Dónde está Abel, tu hermano?” (Homilía del Papa Benedicto XVI el 13 de Mayo de 2010).
Al recorrer el camino con el Ángel brilla especialmente el Inmaculado Corazón de Nuestra Señora, su mensaje viene a ser como un catecismo sencillo de la fe católica.
A modo de resumen se puede mencionar que el contenido de la primera aparición de 1916 es una invitación a rezar; la segunda un llamado al sacrificio y la tercera ofrecerse por la salvación de los pecadores.
Es tan importante el mensaje del Ángel que el padre Jose de Sainte-Marie, en un artículo sobre el Acto de Consagración en Fátima del papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 1982, menciona que “la consistencia de estas tres últimas “visitas” del ángel es asombrosa, y lo que es más importante, al mismo tiempo nos da la clave de todo el misterio de Fatima: la salvación ofrecida a un mundo pecaminoso por la Misericordia Divina y el don de esa Misericordia a través de los Corazones de Cristo y de la Santísima Virgen”.
“Los Corazones de Cristo y de Maria tienen intenciones de misericordia hacia vosotros: esa declaración es extremadamente importante, pues invita, desde el principio mismo, a considerar el Corazón Inmaculado de María, como el centro del Mensaje de Fátima”.
Así el mensaje del Ángel es fundamental para entender el triunfo del Inmaculado Corazón: este mensajero celestial enseña y nos prepara para el triunfo del Corazón Inmaculado de Nuestra Señora.
Fuente: Aleteia
EL PAPA BENEDICTO XVI AFIRMÓ QUE LOS «SUFRIMIENTOS» ACTUALES DE LA IGLESIA, FORMAN PARTE DE LO QUE ANUNCIÓ EL TERCER SECRETO DE FÁTIMA.
El tercer secreto de Fátima, mensaje que la Virgen entregó a tres pastorcillos al aparecérseles el 13 de mayo de 1917 en la Cueva de Iria de aquella localidad portuguesa, suele interpretarse en los círculos católicos como algo referido a las persecuciones contra los cristianos.
«Además de la misión de sufrimiento del Papa, que en primera instancia se puede referir al atentado sufrido por Juan Pablo II (el 13 de mayo de 1981 en la plaza de san Pedro del Vaticano), en el mensaje de Fátima hay indicaciones sobre realidades del futuro de la Iglesia», dijo el Pontífice a bordo del avión que lo llevó a Portugal para cumplir una visita pastoral.Según Benedicto XVI, en el mensaje «además de los momentos indicados en las visiones, se habla de la realidad de pasión de la Iglesia, se anuncian sufrimientos de la Iglesia».«El Señor -agregó- dijo que la Iglesia sufrirá hasta el fin del mundo y esto hoy lo vemos de modo particular».
Para el Papa, es «realmente terrorífico» que la Iglesia «sufra hoy por ataques desde su interior, por el pecado que existe dentro de la misma Iglesia».
En relación a la intervención de la magistratura civil con los sacerdotes acusados de pedofilia, el Papa afirmó que «el perdón no sustituye a la justicia».
En Lisboa para cumplir su primera visita apostólica en Portugal, el Papa sostuvo que «el justo ordenamiento de la sociedad deriva de una acción sabia sobre la vida y el mundo».
La Iglesia está dispuesta a colaborar con quien no margina ni reduce a lo privado la esencial consideración del sentido humano de la vida».«No se trata -agregó el Pontífice- de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión de sentido a la cual se confía la propia libertad. Lo que distingue es el valor atribuido a la problemática del sentido y su implicación en la vida pública».
Fue el Martes 11 de mayo de 2010, antes de su viaje apostólico a Fátima, que el Papa Benedicto XVI, preciso el tema en cuestión, en una entrevista dada al Padre Lombardi: «En 2000, en la presentación, dije que una aparición, es decir, un impulso sobrenatural, que no proviene solamente de la imaginación de la persona, sino en realidad de la Virgen María, de lo sobrenatural, que un impulso de este tipo entra en un sujeto y se expresa en las posibilidades del sujeto. El sujeto está determinado por sus condiciones históricas, personales, temperamentales y, por tanto, traduce el gran impulso sobrenatural según sus posibilidades de ver, imaginar, expresar; pero en estas expresiones articuladas por el sujeto se esconde un contenido que va más allá, más profundo, y sólo en el curso de la historia podemos ver toda la hondura, que estaba, por decirlo así, «vestida» en esta visión posible a las personas concretas. De este modo, diría también aquí que, además de la gran visión del sufrimiento del Papa, que podemos referir al Papa Juan Pablo II en primera instancia, se indican realidades del futuro de la Iglesia, que se desarrollan y se muestran paulatinamente. Por eso, es verdad que además del momento indicado en la visión, se habla, se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa, pero el Papa está por la Iglesia y, por tanto, son sufrimientos de la Iglesia los que se anuncian. El Señor nos ha dicho que la Iglesia tendría que sufrir siempre, de diversos modos, hasta el fin del mundo. Lo importante es que el mensaje, la respuesta de Fátima, no tiene que ver sustancialmente con devociones particulares, sino con la respuesta fundamental, es decir, la conversión permanente, la penitencia, la oración, y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. De este modo, vemos aquí la respuesta verdadera y fundamental que la Iglesia debe dar, que nosotros —cada persona — debemos dar en esta situación. La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia. En una palabra, debemos volver a aprender estas cosas esenciales: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales. De este modo, respondemos, somos realistas al esperar que el mal ataca siempre, ataca desde el interior y el exterior, pero también que las fuerzas del bien están presentes y que, al final, el Señor es más fuerte que el mal, y la Virgen para nosotros es la garantía visible y materna de la bondad de Dios, que es siempre la última palabra de la historia”.
LA PRUEBA FINAL
Bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad…
Del Catecismo de la Iglesia Católica
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, «intrínsecamente perverso» (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando «los errores presentados bajo un falso sentido místico» «de esta especie de falseada redención de los más humildes»; GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
«Para juzgar a vivos y muertos»
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Jl 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. «Adquirió» este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado «todo juicio al Hijo» (Jn 5, 22; cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).