Sanación de las heridas del corazón

Sanación de las heridas del corazón

3 de junio de 2024 0 Por Gospa Chile

Jeremías 33, 3: “Llámame y te responderé, te revelaré grandes cosas y cosas secretas que tú no conoces”.


Autor: Pbro. Javier Sánchez – Cervera

Fuente: Exaudi Noticias


El sacerdote Javier Sánchez-Cervera reflexiona sobre los tres pasos para la sanación interior de las heridas del corazón, basándose en el capítulo segundo de la primera Carta de san Pedro.


En en segundo capítulo de la primera carta de san Pedro se encuentra una frase misteriosa y sorprendente. Hablando de Jesús Pedro, dice: “Sus heridas nos han curado”. Es extraño. Normalmente las personas heridas no curan, lo que hacen es herir… pero hay uno que, lleno de heridas, sin embargo no fue herido y por eso puede sanar las nuestras. ¿Quieres saber más? Hoy vamos a hablar de las heridas del corazón y de cómo Jesús puede curarlas. Soy el padre Javier y esto es “Se buscan rebeldes”.

En Medjugorje vivió mucho tiempo un sacerdote muy santo, el P. Slavko Barbaric, quien estuvo atendiendo mucho tiempo a los niños videntes y a los peregrinos, hablando con ellos, tratando de entenderles mejor. Él, psicólogo y teólogo, escribió un libro sobre la confesión que, cuando lo vi, me abrió un campo enorme de conocimiento y de acción como sacerdote. Aquel libro se llamaba “Dame tu corazón herido”.

En realidad sabemos que Cristo “sana los corazones destrozados, venda sus heridas”, así lo dice el salmo 147 y de alguna manera Jesús mismo se lo apropia cuando lee en la Sinagoga de Nazaret el pasaje de Isaías 61, 1-2, y dice, referido a sí mismo, que “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

Jesús no quiere que suframos. A aquella mujer, la viuda de Naím, le dijo “No llores”. No quiere que suframos, no está de acuerdo con la enfermedad. Es su voluntad curarnos, sanarnos. Sanar el cuerpo es sencillo, y además lo pueden hacer los médicos tantas veces. Lo más difícil y lo que solo puede hacer Él es sanar el corazón, las heridas del corazón.

Para entender esto tenemos que comprender los distintos niveles que hay dentro de nosotros. San Pablo habla de “espíritu, alma y cuerpo”. Tenemos parte física, emocional y espiritual, y podemos ser heridos en los tres niveles. La herida en el cuerpo afectará a lo que está en la superficie, piel, carne, vasos sanguíneos, el músculo, los huesos. Las heridas internas afectarán a lo que tenemos dentro, inteligencia, voluntad, sensibilidad.

Pero, ¿qué es una herida del corazón?

Las heridas del cuerpo las conocemos bien. Son el resultado de un impacto del que no nos hemos podido proteger. Pues con el corazón pasa exactamente lo mismo, nos hieren los acontecimientos difíciles de los que no nos hemos podido proteger y nos dejan una marca.

Podríamos definir las heridas internas, del corazón o del alma: Todos los sufrimientos que una persona todavía siente en su corazón después de un evento desafortunado y que tienen consecuencias conscientes o inconscientes en su relación con los demás, en su comportamiento, en su cuerpo o en sus ideas.

Pueden ser cosas pequeñas, un disgusto, una mentira, una humillación, o cosas más grandes, el suicidio de alguien querido, el divorcio de mis padres, una decisión que ha hecho mucho daño a alguien. Lo que nos sucede es que de adultos comprendemos las cosas, sabemos reaccionar, tenemos el recuerdo de lo que nos ha pasado otras veces, y por eso nos podemos defender. Ante la humillación o la mentira, cuando hay un ambiente de tensión en casa o cuando he hecho daño a alguien, comprendo lo que sucede, sé que no siempre es así, entiendo su sentido y reacciono para que aquello no me afecte.

Sin embargo, tristemente, los niños pequeños, especialmente antes de los siete años, no comprenden, no saben reaccionar, no tienen recuerdos que les ayuden. Memoria, inteligencia y voluntad están como desarmadas y no pueden proteger al niño que recibe el impacto de un mal que, aunque no puede comprenderlo, penetra en su alma y deja una huella casi imposible de borrar.

Cuando esto sucede, todo en su interior se ve afectado. En la voluntad aparece el miedo, la inseguridad, la duda. En la memoria el evento se magnifica y se hace gigante, en la inteligencia se introduce una mentira y así la persona queda herida por lo que sucedió y a veces ni los mismos padres se han dado cuenta. Las causas son muy numerosas: Rechazo, abandono, muerte de seres queridos, traición, abusos sexuales, fracasos escolares, culpa.

Además, algunas veces, intentamos olvidar estos acontecimientos y, como por un fenómeno natural de protección, quedan enterrados dentro de nosotros. Como traumas que a veces ya no podemos ni recordarlos. Y, sin embargo, aunque no las recordemos, nos afectan y mucho si no se han sanado. Se suelen dar 5 causas de las heridas:

– Rechazo.

– Abandono.

– Humillación.

– Traición.

– Injusticia.

Cada una de ellas deja una huella enorme dentro de nosotros. Por ejemplo, la persona que ha experimentado rechazo, por la herida tiene tendencia a huir de las relaciones para evitar que le vuelvan a hacer daño. El que sufrió abandono tiende a generar relaciones de dependencia. Como ha sentido que no existe, ahora tiene que existir para el otro de manera absoluta sin posibilidad de separación.

La herida de la humillación es más tardía porque se necesita más desarrollo para entender la humillación que se sufre, pero, cuando se padece, con frecuencia estas personas se odian a sí mismas. La herida de la traición, que también es tardía, suele generar una enorme necesidad de control sobre todos para evitar volver a ser traicionado. La herida de la injusticia puede crear mentalidades rígidas que no pueden ver más allá de la norma en ningún caso.

Necesitamos reconocer nuestras heridas, porque nos persiguen a donde vayamos. Generan resentimientos, hacen que las heridas se infecten en nuestro interior. Y pueden reducir enormemente nuestra libertad. El proceso por el que nuestras heridas son curadas se suele llamar “sanación interior”. Hay que ser valientes para buscar esa sanación interior porque conlleva encontrarse con uno mismo y con las cosas del pasado.

Hay una frase de santa Hildegarda de Bingen que me encanta, y dice que “las heridas se cambian en perlas”.

Isaias 61, 1-3

“El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad”. Cautivos y presos: Heridas internas que le hacen sufrir y les impiden vivir una vida normal. ¡Es una cárcel con la puerta abierta! Pero no podemos salir de esta cárcel.

Exteriormente todo bien pero por dentro hay heridas abiertas, heridas profundas no curadas. Encerrados, presos de nuestro pasado, de todo el mal que hemos recibido. Todas estas heridas en su mayor parte las recibimos cuando somos muy pequeños, de cero a siete años, porque un niño no ha aprendido a defenderse, no sabe defenderse y por eso recibe mucha violencia y no sabe defenderse ni qué hacer con ello. Por eso lo esconde dentro de sí mismo. Absolutamente permeable.

Y no solo la violencia que recibimos en primera persona, también la que vemos en otros nos puede causar una herida profunda. Además, en cada herida se planta una semilla de mentira. El propósito de Dios, de la sanación interior, es arrancar esta mentira. Pero no es suficiente.

Yo tengo un pequeño jardín y tengo mala hierba`, pero no basta arrancar la mala hierba porque volverá a salir a menos que se plante la buena hierba. Las heridas interiores es lo mismo. En cada herida hay una semilla de mentira. Dios nos tiene que llevar a descubrir la herida, arrancar la mentira en ella y sembrar la semilla de verdad, de la verdad de Dios en mí.

Nuestro gran aliado es el Espíritu Santo. Él dice a través de Jeremías 33, 3: “Llámame y te responderé, te revelaré grandes cosas y cosas secretas que tú no conoces”. El Espíritu Santo no se equivoca. La única persona que nos puede ayudar a recordar cuál es el origen de esta herida es el Santo Espíritu.

“Por sus llagas hemos sido curados (cf. 1 P 2,24); en sus heridas, queridos hermanos y hermanas, encontramos el bálsamo de su amor misericordioso; porque Él, Buen Samaritano de la humanidad, desea ungir cada herida, curar cada recuerdo doloroso e inspirar un futuro de paz y de fraternidad en esta tierra”.

Tres pasos para ala sanación

  1. Identificar el evento que te provocó la herida. Pedírselo al Espíritu Santo, porque él está muy interesado, puede ser que, a consecuencia de la herida, tú no lo creas, pero es así. Muéstraselo.
  2. Preguntar a Jesús dónde estaba en ese momento. A tu lado, ir con Él para sanar los recuerdos. Descubrir su amor para recuperar la libertad, quitar el miedo.
  3. Pedirle que desenmascare la mentira que se introdujo en tu inteligencia.


Autor: Pbro. Javier Sánchez – Cervera

Fuente: Exaudi Noticias