Beato Bartolo Longo (1841-1926), un alma convertida

Beato Bartolo Longo (1841-1926), un alma convertida

22 de octubre de 2024 0 Por Gospa Chile

Del infierno del espiritismo al cielo de la conversión y el Rosario


El beato Bartolo Longo nació el 11 de febrero de 1841 en el sur de Italia.

Su padre era un médico afortunado. Su madre tenía una profunda devoción mariana.

Estudiante brillante pero insolente, quería convertirse en abogado y comenzó a estudiar derecho a la edad de 16 años.En esa época, el cuerpo profesoral de la Universidad de Nápoles era anticlerical y positivista. Bajo su influencia, Bartolo Longo se aleja de los sacramentos y la oración, pero la cuestión de la divinidad de Cristo no cesa de atormentarlo.

Un confidente lo invita a una sesión de espiritismo. El 29 de mayo de 1864, durante una sesión, Bartolo cuestionó «al espíritu»:

«¿Es Jesucristo Dios?»

«Sí», dijo el médium.

«¿Son ciertos los preceptos del Decálogo?»

«Sí, excepto el sexto» (No cometerás adulterio).

«¿Cuál de las dos religiones es la verdadera: la católica o la protestante?»

«Ambas son falsas», respondió el médium.

Bartolo se convirtió en un ferviente seguidor del espiritismo. Él escribirá:

«El espíritu maligno que me asistió, quería apoderarse de mi alma acostumbrada a la piedad desde mis primeros años, y pedirme adoración y obediencia ciega. Fingió ser el Arcángel Miguel, imponiéndome la recitación de los salmos y ayunos estrictos. Declaró que su nombre, como señal de poder y protección, apareciera como membrete en todos mis papeles y que lo llevara en mi corazón, inscrito en letras rojas en un triángulo de pergamino.

Físicamente exhausto por sus prácticas espiritistas, Bartolo Longo tenía la mente cada vez más confundida.

Fue entonces cuando conoció a un amigo piadoso de la infancia y que él respetaba. Cuando le comentó su situación, éste le aconsejó que se arrepintiera y se confesara.

«¿Si no quieres morir en un manicomio y, además, ser condenado?»

Lo animó a encontrarse con un sacerdote santo, el padre Radente

La noche que siguió estas recomendaciones, Bartolo vio, en sueños, a su madre pasar por su cama, recomendándole que regresara a Cristo. Al día siguiente, muy conmovido, Bartolo ingresó a una iglesia dedicada al Santo Rosario para encontrarse con el Padre Radente. Éste supo encontrar las palabras para que la confesión fuese sincera y profunda.

Después, Bartolo afirmará a los que no creen en la acción del demonio mediante el espiritismo: «Yo lo experimenté y fui liberado por un milagro de la Virgen María.»

Una nueva vida, al servicio de la Virgen, comienza. Comienza a rezar el Rosario todos los días, una oración a la que será fiel hasta el final de su vida. Bartolo ingresa a la Tercera Orden Dominicana [Tercera orden: Bartolo no es religioso, se mantiene secular], bajo el nombre de «fratel Rosario» (hermano Rosario). Tiene 31 años. Bajo la dirección del padre Radente, comienza a estudiar las obras de Santo Tomás de Aquino.

Durante este tiempo, continúa practicando la profesión de abogado.

Pero su salud dilapidada ya no le permite el trabajo regular. Las personas caritativas están preocupadas por él. La condesa Mariana de Fusco, que se ha quedado viuda, le invita a venir a vivir a su casa como tutora de sus hijos. Ella posee, junto a las ruinas de la antigua Pompeya, cerca de Nápoles, tierras que no tiene la posibilidad de cuidar. Para ayudarla, «Fratel Rosario» le ofrece administrarlas.

Entonces toma conciencia de la terrible miseria espiritual y material de esta región. ¿Qué hacer frente a tantas necesidades?

Comienza por fundar una cofradía del Santísimo Rosario; viaja por el campo, entra a las granjas para enseñar a la gente a orar, distribuye medallas y rosarios. Poco a poco, la práctica religiosa vuelve.

Luego, por consejo del obispo, construye una iglesia que consagra a María.

Instala sobre el altar mayor una pintura de la Virgen que no tarda en arrojar desde el cielo una verdadera lluvia de milagros. León XIII dirá: «Dios usó esta imagen para otorgar innumerables gracias que conmovieron al universo».

Con la afluencia de peregrinos al nuevo santuario, llegan los exvotos de reconocimiento y también las limosnas.

Bartolo aprovecha la oportunidad para fundar un orfanato donde recoge a huérfanos e hijos de prisioneros, dándoles educación, trabajo e instrucción religiosa. Tres años después de esta fundación, escribió a los criminólogos de la época, según los cuales los hijos de criminales sin duda se convertirían en criminales:

«¿Qué hicisteis cuando sacaste a Cristo de las escuelas? Habéis producido enemigos del orden social, subversivos. Por el contrario, ¿qué hemos ganado al poner a Cristo en las escuelas de los hijos de los prisioneros? ¡Hemos transformado en jóvenes honestos y virtuosos a esos desdichados a quienes deseabais abandonar a su triste miseria o arrojarlos a un manicomio! «.

Sin embargo, la colaboración de Bartolo con la condesa de Fusco da de qué hablar y les enreda a ambos en una verdadera campaña de difamación. Ellos consultan a León XIII quien les responde: «Cásense». Y nadie tendrá nada que decir. El 19 de abril de 1885, el Hermano Bartolo Longo se casó con la condesa de Fusco. Estas nupcias que se mantienen virginales, como las de María y José, no impedirán a los dos esposos amarse profundamente en Dios.

Gracias a ellos, el trabajo de Pompeya continúa y se extiende. Pronto se construyeron alrededor de treinta casas al lado del santuario, luego un hospital, una imprenta, una estación, un observatorio, una oficina de correos, etc. La miseria de antaño dio lugar a una laboriosa prosperidad.

«Uno está obligado a hablar de un milagro», exclama un día quien en otro momento había iniciado a Bartolo en el espiritismo.


Tomado de: Dom Antonio Maria osb, abad, « Bartolo Longo »