«Bienaventurados vuestros ojos porque ven» (Mt 13,16)
El amor no se conforma con no ver al que ama.
San Pedro Crisólogo, obispo
Serm. 147; PL 52, 594-596
Desde que Dios ha visto que el mundo estaba trastornado por el temor, ha puesto en acto su amor para llamarlo de nuevo a sí, su gracia para invitarlo, su ternura para abrazarlo. En tiempo del diluvio… llama a Noé para engendrar un mundo nuevo, lo alienta con dulces palabras, pone en él su familiar confianza, le instruye con bondad sobre el presente y con su gracia le consuela sobre el porvenir… Le ayuda en su trabajo y encierra en el arca lo que había de ser germen del mundo entero a fin de que el amor a su alianza alejara de él el temor…
Después Dios llama a Abraham de entre las naciones, engrandece su nombre y le hace padre de los creyentes. Le acompaña en su camino, le protege en país extraño, le colma de riquezas, le honra con victorias, le asegura con promesas, le arranca de las injusticias, le consuela en su hospitalidad y le maravilla con un nacimiento inesperado a fin de atraerle por la gran dulzura del amor divino; así le enseña a… adorar a Dios amándolo y ya no más temblando.
Más tarde, a través de sueños, Dios consuela a Jacob en su huída. Al regresar le provoca al combate y, durante la lucha, le estrecha entre sus brazos a fin de que ame al padre de los combates y ya no le tema más. Después llama a Moisés y le habla con amor de padre para invitarle a liberar a su pueblo.
En todos estos acontecimientos, la llama de la caridad divina ha abrasado el corazón de los hombres…, y estos, con el alma herida, han comenzado a desear ver a Dios con sus ojos de carne… El amor no se conforma con no ver al que ama. ¿No es cierto que todos los santos han considerado como cosa sin importancia todo lo que podían obtener a no ser el ver a Dios?… Que nadie, pues, piense que Dios se ha equivocado viniendo a los hombres a través de un hombre. Se ha encarnado entre nosotros para ser visto por nosotros.