Cuando el Verbo se hizo carne
El que está más allá de los límites de nuestra naturaleza, ha querido ser limitado por ella.
San Amadeo de Lausanne (1108-1159) monje cisterciense, obispo
Homilía Mariana III, (Homélie mariale III, Huit homélies mariales, Paris, Cerf, 1960).
Cuando se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1,14), cuando se desprendió tomando forma de esclavo (cf. Flp 2,7), el Verbo vino por sí mismo y descendió por debajo de él mismo Su desprendimiento fue un descenso. Sin embargo, descendió sin ser privado de él mismo, se hizo carne sin dejar de ser Verbo, tomó la humanidad, sin afectar la gloria de su majestad. (…)
El resplandor del sol penetra en el vidrio sin romperlo y el rayo visible se sumerge en un líquido puro y tranquilo sin separarlo ni dividirlo, para sondear todo hasta el fondo. Lo mismo, el Verbo de Dios ha llegado a la morada virginal y ha salido, quedando intacto el seno de la Virgen. (…) El Dios invisible se hace hombre visible y siendo impasible e inmortal, se muestra sensible y mortal. El que está más allá de los límites de nuestra naturaleza, ha querido ser limitado por ella. El que con su inmensidad abarca al conjunto del cielo y la tierra, es rodeado por el seno de una madre. Al que no pueden contener los cielos de los cielos, lo abraza el seno de María.
Si buscas saber cómo esto se realiza, escucha al arcángel explicar a María el desarrollo del misterio: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (cf. Lc 1,35). Porque prefiriéndote a ti más que a todos, eres tú que ha elegido. De este modo, sobrepasas por la plenitud de gracia a todos los que fueron o deben ser plenos de gracia, antes o después de ti.