El poder del Amor Redentor del Señor

El poder del Amor Redentor del Señor

16 de junio de 2023 0 Por Gospa Chile

Homilía a los Hijos e Hijas de San Francisco de Sales,


Padre Patricio Romero

Convento Salesas Misioneras de María Inmaculada

 Segun la Doctora en psiquiatría Doña Zelmira Seligmann en las  XI Jornadas de Psicología Cristiana, San Francisco de Sales sienta las bases de lo que es una psiquis sana, cuando muestra el orden que debe existir en la personalidad normal. Afirma que todas las cosas y todo el universo, tienen un orden monárquico, de manera que se relacionan entre sí y, en última instancia, con Dios que es el rey soberano. Por lo cual todas las cosas deben desear a Dios y tender a Él como a su fin. También en el hombre hay movimientos, sentimientos, inclinaciones, hábitos, pasiones, facultades y potencias que son regidos por una natural monarquía que es la voluntad. Es sin duda la voluntad la que debe gobernar –de distintas maneras– las potencias del alma.  
La voluntad puede dominar los actos externos mientras nada lo impida (como por ejemplo: mover los brazos, las piernas, etc.)
La voluntad domina también el entendimiento, la memoria y la fantasía, no por la fuerza sino por su autoridad, es decir por la inlfluencia, fuersa de la intensidad de la presencia que significa un «Patrón» que moldea el resto ya que sino ejerce ese influjo no puede ser rectamente obedecida.
Se le obedce por conveniencia, por temor o por desroden afectivo pero no por adhesión de la voluntad.
Y ¿cómo puede gobernar la voluntad los paetitos desordenados   y sus movimientos? nos dice San Francisco de Sales:
Hay afectos más elevados y otros más inferiores. Nuestra voluntad elige lo que quiere amar y se vuelve según lo que amamos, por eso toda la personalidad se configura según lo que amamos. San Francisco de Sales pone énfasis en que tenemos libertad para elegir el amor que, por así decir, guiará toda nuestra vida y formará nuestra personalidad, de manera que sea sana o equilibrada. Depende de lo que amamos, nuestra salud o enfermedad mental. Pero también advierte sobre la capacidad para cambiar, si uno se resuelve a ello.  
Dice así:
La voluntad, que puede elegir el amor a su arbitrio, en cuanto se ha abrazado con uno, queda subordinada a él; mientras un amor viva en la voluntad, reina en ella, y ella queda sometida a los movimientos de aquél; mas, si este amor muere, podrá la voluntad tomar enseguida otro amor. Hay, empero, en la voluntad, la libertad de poder desechar su amor cuando quiera, aplicando el entendimiento a los motivos que pueden causarle enfado y tomando la resolución de cambiar de objeto. De esta manera, para que viva y reine en nosotros el amor de Dios, podemos amortiguar el amor propio; si no podemos aniquilarlo del todo, a lo menos lograremos debilitarlo, de suerte que, aunque viva en nosotros, no llegue a reinar. (San Francisco de Sales, Compendio del Tratado del amor a Dios, 14)

San Francisco de Sales nos deja muchos consejos para que sigamos el verdadero amor, el de Dios, que es el centro y el fin último de nuestras vidas y el único que garantiza la salud anímica. Pero esto significa una continua rectificación de la voluntad y una purificación del mismo amor.
En una carta a Santa Juana Francisca de Chantal, su predilecta hija espiritual (con quien funda la Orden de la Visitación), le deja la regla de oro para el crecimiento del alma: “ES NECESARIO HACER TODO POR AMOR Y NADA POR TEMOR; ES NECESARIO AMAR MÁS LA OBEDIENCIA QUE TEMER LA DESOBEDIENCIA. Le dejo el espíritu de libertad…” (4). Pero aquella libertad de los hijos de Dios, cuyas únicas cadenas deben ser las de la caridad y de la perfecta amistad cristiana; que es “el vínculo de la perfección” como dice San Pablo (Col 3,14). Todos los otros vínculos son temporales ( y por ser temporales, son inestables, condicionados, oportunistas y que vulneran la virtud y estabilidad interior), pero el del amor crece con el tiempo y se hace más fuerte envejeciendo. 

El amor sobrevive aún a la muerte, porque “el amor es tan fuerte como la muerte” (Cantar de los cantares, 8,6). Las cadenas del verdadero amor, que es el Amor a Dios primero y luego a nuestros amigos espirituales, cuanto más nos apretan, tanto mayor alegría y libertad nos dan: “su fuerza es suavidad y su violencia es dulzura; nada es más flexible y nada más tenaz que estas cadenas”. 
Y son justamente las cadenas de este amor a Dios y a su Divina Voluntad, las que nos traen la perfecta paz, la tranquilidad al alma y salud psíquica.


Y por eso nos propone que nos examinemos de la siguiente manera:

“¿Qué afectos tienen atado nuestro corazón? ¿Qué pasiones le dominan? ¿Qué cosas principalmente le alteran? Porque por las pasiones del alma conocemos su estado, pulsándolas unas tras otras. Así como el que toca el laúd, que pulsando todas las cuerdas descubre cuáles están desentonadas, y las afina, tirando y aflojando, así, después de haber pulsado el odio, el deseo, la esperanza, la tristeza y el gozo de nuestra alma, si encontramos estas pasiones fuera de tono para la pieza que queremos tocar, que es la gloria de Dios, podemos afinarlas, mediante su gracia y el consejo de nuestro padre espiritual.”(7)
San Francisco de Sales afirma categóricamente que –si encontramos afectos y pasiones desordenadas– podemos cambiarlos. Porque si nos quedamos mucho tiempo con ese desorden psíquico, corremos el riesgo de hacernos cada vez más vanidosos,  hasta que llegará un momento en que el orgullo se volverá el dueño de nuestra vida y las patologías se habrán instalado. Es necesario adquirir el dominio de nuestra alma, “poco a poco, paso a paso”, como han hecho los santos que trabajaron durante muchos años con este fin. Es necesario tener paciencia con todos, pero en primer lugar con nosotros mismos.(8)  Aunque lleve su tiempo, hay que liberarse de las aficiones y apegos a los defectos e imperfecciones. Muchas personas no pueden cambiar porque “se casan” (por así decir) con sus defectos y vicios, y así se va estructurando una personalidad enferma, que se hace feroz y que aunque no tenga graves vicios, no soporta cuando alguien no se riga bajo su dominio, alguien no le preste pleitecía o alguien puede prescindir de su cercanía.
Esta es la diferencia entre la obediencia cristiana, que se funda en una referencia interior a la auotridad divina que se dona y se entrega hasta la cruz. No se da lugar para buscar satisfacción en el ejercer poder, en el dominar las conciencias, en el concentrar los afectos y alabanzas, sino que busca, por el sano y santo ejercico de la aurtidad de la glesia que las almas reconozcan la verdad, busquen el bien y amen a quien es la verdad y el bien…
De ahi que se ejerce rectamente, sin engaño, sin disimulo, justamente, no desacreditando o intrigando, con agrumentos de fuerza, no por caprichos, ganancias o narcisismo, llegando al extremo de hacer callar a los demonios o a los enfermos que anunciaban que ÉL era el Hijo de DIos, el Omnipotente, porque queria que lo reconiceran antes por amor a la verdad, al bien por anhelo de salvación y bienaventuranza.
El camino de orden y salud psíquica empieza con la “devoción”, que es cuando ese amor se da en plenitud.  Dice el santo Obispo de Ginebra, que cuando el verdadero amor “llega a tal grado de perfección, que no solamente nos hace obrar bien, sino obrar bien con cuidado, con frecuencia y prontitud, entonces es cuando se llama devoción”. (9) 

Lo expresa bellamente el Santo Doctor:

“El azúcar endulza los frutos verdes y hace que no sean desagradables ni dañosos los excesivamente maduros. Ahora bien, la devoción es el verdadero azúcar espiritual, que quita la aspereza a las mortificaciones y el peligro de dañar a las consolaciones; quita la tristeza a los pobres y el afán a los ricos, la desolación al oprimido y la insolencia al afortunado, la melancolía a los solitarios y la disipación a los que viven acompañados; sirve de fuego en invierno y de rocío en verano; sabe vivir en la abundancia y sufrir en la pobreza; hace igualmente útiles el honor y el desprecio, acepta el placer y el dolor con igualdad de ánimo, y nos llena de una suavidad maravillosa”.(10) 
La devoción es la única que puede traer paz al alma y remedio a las inquietudes, dice San Francisco de Sales en una carta a la Sra. Brûlart (11), quien le consultaba por su constante nerviosismo. La devoción –le explica a esta hija espiritual– no es otra cosa que la inclinación y prontitud para hacer el bien, aquello que agrada a Dios y no la propia voluntad o capricho. Las personas normales que siguen a Dios, se puede decir que caminan; los devotos corren, y si son muy devotos, vuelan.
Su segunda regla de oro aparece en la célebre máxima: «NO DESEES NADA… NO RECHACES NADA”…. nada fuera de la Voluntad de Dios.

 San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, Guadalupe, Buenos Aires, 1946, 495

El Fin de la Vida Cristiana es el Vivir en el amor de Dios.  Para vivir en el Amor de Dios hay que estar unidos a Dios.  Pero para unirnos a Dios son esenciales los sacramentos,  no los sucedanios.


Dice San Francisco de Sales: 
(De «ENTRETENIMIENTOS ESPIRITUALES DES. FRANCISCO DE SALES, BARCELONA. LIBRERÍA RELIGIOSA, AVIÑÓ, 20.1908.) 



Los efectos de los sacramentos:

Los efectos de los sacramentos son diversos, aunque todos tienen un fin y una misma pretensión, que es unirnos a Dios. Por el sacramento del Bautismo nos unimos con su divina Majestad como los hijos con los padres. Por el de la Confirmación nos unimos como los soldados con su capitán, recibiendo fuerzas para pelear y vencer a nuestros enemigos en todas las tentaciones. Por el de la Penitencia nos unimos con Dios como amigos reconciliados. Por el de la Eucaristía como la comida con el estómago. Por el de la Extremaunci6nnos unimos a Dios como el hijo que viene de lejanas tierras, y pone un pié en casa de su padre para juntarse con él, con su madre y con toda su familia. Estos, pues, son los efectos diferentes de los sacramentos, pero todos se encaminan a la unión de nuestra alma con Dios. 

En este pequeño Opúsculo el Santo Doctor de la Iglesia se detiene a la importancia de prepararse Ahora solo hablaremos de dos, que son Penitencia y Eucaristía. Primeramente es muy necesario saber por qué recibiendo tan a menudo estos dos sacramentos,  recibimos también las gracias que suelen comunicar a las almas, gracias que van juntas con los sacramentos. Yo lo diré en una palabra: por falta de la debida preparación; y así conviene saber cómo debemos prepararnos para recibir bien estos dos sacramentos y también los demás. La primera preparación es la pureza de intención, la segunda la atención, y la tercera la humildad. En cuánto a la pureza de intención, esta es totalmente necesaria no solo en la recepción de los sacramentos, si que también en todas nuestras obras. 
La segunda preparación es la atención. Ciertamente debiéramos llegarnos a los sacramentos con mucha atención tanto por la grandeza de la obra, como por lo que cada uno de ellos requiere de nosotros. Pongo por ejemplo: cuando vamos a la confesión debemos llevar un corazón amorosamente doloroso; y a la santa Comunión un corazón ardientemente amoroso. No digo que por esta grande atención no hayamos de tener la más mínima distracción, porque esto no está en nuestra mano; pero digo que se ha de tener un cuidado muy especial de no distraerse voluntariamente. La tercera preparación es la humildad, virtud muy necesaria para recibir abundantemente las gracias que corren por las canales de los sacramentos, porque las aguas suelen correr más fácil y presurosamente cuando las canales están puestas pendientes y mirando abajo. Pero, a más de estas tres preparaciones, os quiero decir en una palabra: que la principal es la total renuncia de nosotros mismos en las manos de Dios, sometiendo sin reserva alguna nuestra voluntad y todos nuestros afectos a su dominio. 
La segunda parte de esta preparación consiste en vaciar nuestro corazón de todas las cosas para que Nuestro Señor lo llene todo de sí mismo. Verdaderamente la causa de no recibir la gracia de la santificación, pues una sola comunión bien hecha es bastante y suficiente para hacernos santos y perfectos, no es otra sino que no dejamos reinar a Nuestro Señor en nosotros como su bondad desea. Viene a nosotros este amado de nuestras almas y halla nuestros corazones llenos de deseos, de aficiones y de pequeñas voluntades; esto no es lo que busca, sino que estén vacíos, para hacerse dueño y gobernador de ellos. Hagamos, pues, de nuestra parte lo que esté en nuestra mano para prepararnos bien a recibir este pan sobresubstancial, dejándonos totalmente a la divina Providencia no solo por lo que mira a los bienes temporales sino principalmente a los espirituales, derramando en la presencia de su divina Bondad todas nuestras aficiones, deseos e inclinaciones, para estarle enteramente sujetos, y estemos seguros de que Nuestro Señor cumplirá de su parte la promesa que nos ha hecho de transformarnos en sí, levantando nuestra bajeza hasta unirla con su grandeza. 
La Reina de la Paz María Santísima, pedagoga de la santidad y del verdadero amor nos alcance de su Hijo N S  ese don. Amén.


Padre Patricio Romero

24 de Enero del 2023