El sufrimiento de Sor Lucía y los Santos Pastorcitos de Fátima

El sufrimiento de Sor Lucía y los Santos Pastorcitos de Fátima

10 de mayo de 2024 0 Por Gospa Chile

¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que él quiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?

—Sí, queremos.

—Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.


Es este Sagrado Diálogo de la Madre del Señor y Madre nuestra con los pastorcitos de Fátima, los Beatos Jacinta y Francisco y Sor Lucía, podemos comprender la presencia del misterio de la Cruz, como instrumento que confirma la presencia y la acción sobrenatural de Dios, en nuestra vida y en la vida de la Iglesia.

Entre las más dolorosas cruces, en la vida cristiana, hay algunas que son casi insoportables. Son aquellas que se enclavan en lo más apreciado: La familia.


Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza las calumnias, las malas interpretaciones, las injurias, las persecuciones y hasta algunos días de prisión. Durante aquel momento tan angustioso en que fue amenazado de muerte por las autoridades del gobierno si no declaraban falsas las apariciones, Francisco se mantuvo firme por no traicionar a la Virgen, infundiendo este valor a su prima y a su hermana. Cuantas veces les amenazaban con la muerte ellos respondían: “Si nos matan no importa; vamos al cielo.” Por su parte, cuando a Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla, con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros, “No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso.”

En Portugal y en el mundo, ya se declaraba una saña persecutoria contra la Iglesia, llegando al grado prohibir cualquier acto de culto fuera de los templos, se había prohibido el uso de sotanas y hábitos religiosos, ni qué hablar de las procesiones públicas, e incluso no se podían tocar las campanas; por eso, sus capitostes no podían permitir el crecimiento de la ola de fe y piedad popular que despertaron las apariciones en Fátima.

La prensa católica guardaba silencio sobre las apariciones, y la del bando liberal había comenzado con sus clásicas ironías, lo que dio aún más difusión a los sucesos de Fátima. Además, las buenas tres a cinco mil personas que asistieron a la Cova da Iria para la aparición de julio, dieron difusión a la promesa del milagro anunciado por Nuestra Señora para octubre. Por eso la prensa oficial lisboeta motorizó a los poderes en la región: ‘Las autoridades, ciertamente, han escuchado sobre estos hechos, y si aún no saben nada más sobre ellos, nuestra información puede servirles como un grito de alarma.’

Sometidos a interrogatorios del poder civil, ateo y anti católico, feroces ante todo tipo de manifestación pública de piedad. Abusivos y totalitarios. Sumando los interrogatorios eclesiásticos, sin excluir las desacreditaciones que hacían clérigos y religiosas por la precaria formación escolar de los niños, que aunque siendo analfabetos, gozaban de educación en la virtud y la fe, de parte de sus familias.

Para la mayoría, como cuenta el Padre Manuel Nunes Formigão, entusiasta escéptico de las Apariciones, en un principio, la noticia era irresistible curiosidad. Para él mismo, Fátima no era más que una mera superstición. Fue uno de los sacerdotes con mayor dificultad en aceptar tales acontecimientos. Tenía muchos deseos de ir a Fátima pero confesó que sentía cierta “repugnancia” porque temía darle excesiva importancia a una situación que no debía pasar de una superstición. Sin embargo, fue designado por el Patriarca interino de Lisboa, el arzobispo Mons. Juan Evangelista Lima Vidal, para ir a la Cova da Iria y anotar todo lo que allí ocurriera, sin carácter oficial. Impresionado por la piedad, sin embargo, regresó más incrédulo respecto a los videntes, y redactó varios artículos críticos para los periódicos, usando el seudónimo de Visconde de Montelo, en los que describe a los niños como “serranos y analfabetos”.

Pero cuando comenzó con los interrogatorios a los pastorcitos, en los que reconoció una clara coherencia en lo esencial de las declaraciones de los niños, su dura postura se fue debilitando. Ello, unido al asombroso fenómeno ocurrido el 13 de octubre, señalado por muchos como el más extraordinario milagro del sol, se constituyó en el sello divino que certificó, para el reconocido teólogo, la veracidad de las apariciones.

En el Estudio apologético sobre los videntes, el padre Formigão escribe: “No se puede dudar de la sinceridad de los niños. ¿Cómo podían representar una comedia tres niños simples e ignorantes, una de diez años de edad, otro de nueve y la otra de siete? ¿Cómo podían mantener sus afirmaciones, a pesar de las amenazas que les hacían, de las persecuciones de las que fueron objeto y de la prisión que sufrieron?”.

Y continúa: “No pretendieron aprovecharse de sus visiones, ni siquiera para satisfacer su vanidad. Ellos no hablaban de ese asunto sino cuando eran interrogados. Hasta es un hecho constatado por muchas personas que ellos huían y se escondían no raras veces, cuando eran buscados para ser sometidos a interrogatorios. […]

El Padre Formigão se transformó en amigo espiritual de los videntes y particularmente testigo de la Santidad de la pequeña Jacinta.

Entre las más dolorosas cruces, en la vida cristiana, hay algunas que son casi insoportables. Son aquellas que se enclavan en lo más apreciado: La familia.

No solo la afirmación del párroco de que aquello era obra del Demonio fueron fue signo de contradicción en el corazón de Lucía. También la incredulidad de su Madre (según algunos investigadores, incredulidad persistente probablemente hasta el fin de sus días).

Todos en casa sintieron las privaciones y las pruebas que ese acontecimiento les acarreó, pero Lucía era señalada como la principal culpable. ¡Lo que más le dolía era que la tuviesen por mentirosa! A esto se añadió el sufrimiento de la separación de la familia y de la casa paterna. La Madre pensó que, al alejarse la hija del hogar, “aquello” terminaría por lo que estaba dispuesta a dejarla ir para la casa de las señoras que se lo pedían. El padre la dejaba ir sólo por unos días pero no definitivamente. Al fallecer el padre, la madre permitió el traslado de Lucia, procurando su educación, seguridad, pero también el arribo de la tranquilidad y estabilidad temporal para su familia.

Lucía, sin embargo, nunca cuestionó la actitud de su mamá. Siempre la comprendió, justificó e imploró por ella, para que acogiera al Inmaculado Corazón de María en su corazón.