La Iglesia en brazos de María

La Iglesia en brazos de María

20 de mayo de 2024 0 Por Gospa Chile

Homilía en la Memoria de María Madre de la Iglesia

Pbro. Patricio Romero

La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo recpnoce la necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió perfectamente la santidad y constituye su modelo, lo que es reafirmado por el Concilio Vaticano II y el Catecismo.

El capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia.

San Lucas, al describir la vida de la primera comunidad cristiana destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Una descripcción, en la que Ella es mencionada junto a los Apóstoles y algunas mujeres: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14).

Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad en la oración y con la concordia.

¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que ella, la concordia y el amor?

Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido una misión, son igualmente miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo.

La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (cf. Hch 1,14), en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta aparentemente con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, pera esa separación es solo aparente, pues no habia nadie más que estuviese tan unida en comunión con el plan de salvación y al inminente sacrificio de su Hijo, el Cordero de Dios en el madero de la Cruz.

Este designio y misterio de Dios no ayuda a comprender con claridad, que la Iglesia ha sido concebida en el día de Pentecostés como el nuevo pueblo de Dios, que tiene una vida rica y abundante en dones, carismas y estados de vida, comunidad estructurada y «enviada» con una misión clara y apremiante , pero que todo esta realidad responde y tiene por fín primero el de que los corazones se configuren y unan plenamente en un esplendor de vida, verdad y amor, con el Corazón de Cristo, haciendo la voluntad del Padre Dios, como dice el Señor en Mateo 12, 50: “Éstos son mi Madre y mis Hermanos”.

Después de la ascensión, y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.

San Lucas define explícitamente a María «la madre de Jesús» (Hch 1,14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo el Señor.

Es muy probable que los ojos de la Fe, abiertos por el Señor en el día de Pascua, cuando se les apareció resucitado a los Apóstoles, que estaban con las puertas cerrradas, hubieran podido reconocer en la Madre del Señor no solo la realidad de que, de esa humanidad materna, pura y santa, por la abundancia de gracia, el Verbo habia gestado su humanidad, y era Ella que más los aproximaba al Maestro que había ascendido al cielo, sino que tambien en Ella estaba la sabiduría de quien, movida por el Espíritu de Cristo, tenía la experiencia de quien lo habia meditado todo en su Inmaculado Corazón, y asi había esperado con fidelidad, modestia y paciencia en las promesas del Redentor, en el nacimiento de su Hijo y Señor, había esperado y con el Corazón se habia unido y padecido el sacrificio de su Hijo en la Cruz, esperó en recogimiento y dolor la resurrección, y esperaría el cumplimiento de todo lo anunciado por su Hijo y Señor, en la comunión más profunda y eficaz.

¿Quien más que Ella, habia aprendido a discernirlo todo bajo la guía del Espíritu Santo? El mismo Espíritu Santo que hizo concebir por obra y gracia al Verbo de Dios en sus purísimas entrañas, había gestado ese vínculo en gracia y verdad con su Hijo, y con aquellos hijos que dió a luz por las voz de Cristo en el cadalzo de la cruz «He ahí a tu Hijo», y que serían concebidos como un cuerpo místico y pueblo santo de Dios, tambien en su corazón, de quien Ella tambien sería Madre en Pentecostés.

Pues si es Madre de la Cabeza tambien lo será del Cuerpo…

Dice San Juan Pablo II que los Hechos de los Apóstoles pone de relieve que María se encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (Hch 1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quien cumpla la voluntad de Dios -había dicho Jesús-, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34). (Catequesis de San Juan Pablo II (6-IX-95))

El ser Madre, en este contexto, anuncia la diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para que la Iglesia aprenda a proclamar con Ella el Magníficat

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.

María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.

María santísima tiene que realizar su misión materna en esta admirable comunión, que se ha de potenciar siempre entre el Redentor y los redimidos.

Ella nos enseña que la construcción del Reino de su Hijo no tiene obstáculos solo en los enemigos externos e internos a los que Benedicto XVI se refirió en Mayo del año 2010, aquellos que combaten la expansión del cristianismo, impulsan la secuarización y abandono de la Fe o tienen programas de desacreditación de la fe, la religión, la familia, la vida humana, la moral y el orden natural, asi como a las herejías, apostasias y escándalos y abusos. Tambien hay otros elementos que impiden o retardan los frutos que el Espiritu Santo quiere otorgar a la Iglesia, y estos son la tibieza, el afecto al pecado, el desprecio de la piedad o la vida espiritual, la falta de pureza del corazón y el abandono de la recta intención. Los ídolos internos, como dice el Papa Francisco, el propio yo, el programa de beneficio personal, el afán del propio prestigio, que llevan a la murmuración, la intriga, los celos, al maltrato de la confianza, el desprecio de la modestia y de la equidad en el proceder cotidiano, todo esto y más van vulnerando y apagando la llama del fervor y el afecto al camino de la perfección cristiana y santificación personal.

Sabio fue el Señor de escoger, preparar , aproximarnos y a la Maternidad de una Madre, que así como es insustituible en el desarrollo de la vida humana y temporal, tambien lo es en la vida cristiana, eclesial y espiritual.

Terminemos recordando la doctrina de San Luis María Grignion de Montfort:

Cuando María ha echado sus raíces en un alma, produce en ella maravillas de gracia, que solo Ella puede producir, porque solo Ella es la Virgen fecunda que nunca ha tenido ni tendrá igual en pureza y fecundidad.

María ha producido, con el Espíritu Santo, lo más grande que ha sido y será, que es un Dios-Hombre y, en consecuencia, producirá las cosas más grandes que habrá en los últimos tiempos. A Él está reservada la formación y educación de los grandes santos que habrá en el fin del mundo, porque solo esta Virgen singular y milagrosa puede producir, en unión con el Espíritu Santo, cosas singulares y extraordinarias.

Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la reconoce en un alma, vuela hacia ella, entra en ella de lleno, se comunica con esta alma abundantemente, pues María le da un lugar a su Esposo; y una de las grandes razones por las que el Espíritu Santo no obra ahora maravillas sorprendentes en las almas, es porque no encuentra en ellas una unión suficientemente estrecha, fiel e indisoluble, con su Esposa.


Mensaje, 2 de enero de 2014

“Queridos hijos, para poder ser mis apóstoles y ayudar a todos aquellos que están en la oscuridad, a que conozcan la luz del amor de Mi Hijo, debéis tener el corazón puro y humilde. No podéis ayudar a que Mi Hijo nazca y reine en los corazones de aquellos que no lo conocen, si Él no reina —si no es Rey— en vuestro corazón. Yo estoy con vosotros. Camino con vosotros como madre. Llamo a vuestros corazones, que no se pueden abrir porque no sois humildes. Yo oro, pero también orad vosotros, amados hijos míos, para que podáis abrir a Mi Hijo un corazón puro y humilde, y recibir los dones que os ha prometido. Entonces seréis guiados por el amor y por la fuerza de Mi Hijo. Entonces seréis mis apóstoles, que difunden los frutos del amor de Dios por todas partes. Desde vosotros y por medio de vosotros, obrará Mi Hijo, porque seréis uno con Él. Esto es lo que anhela Mi Corazón materno: la unión de todos mis hijos en Mi Hijo. Con gran amor bendigo y oro por los elegidos de Mi Hijo, por vuestros pastores. ¡Os doy las gracias!”