La paz que solo Dios da…
“Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”.
Al encuentro del Divino Espíritu, que será la verdadera contención en la paz.
En el Evangelio según San Juan 14,27, Jesús dice a los discípulos:
“Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”.
Ya que no deja a los apóstoles sostenidos en las precarias fuerzas humanas, sino que sostenidos por los auxilios divinos, que Él vino a derramar en sus corazones.
El Señor los exhorta a la Fe para caminar animados por la esperanza, dando testimonio del amor del Dios, expresado en la Cruz, para salir al encuentro del Divino Espíritu, que será la verdadera contención en la paz.
Solo bajo el resplandor del Divino Paráclito se alcanza la quietud interior. No es posible sin su presencia, ya que como dijo San Gregorio: “Ni aun el mismo Creador habla al hombre para su enseñanza, si no hace preceder al Espíritu Santo por la unción”.
Esto lo confirma el Señor, cuando afirma: “la paz os dejo”, porque en su misericordia no nos privó de la recta intención y del noble amor que otorgó al ser humano, para buscar el bien y la paz con el prójimo; pero como esta “paz” igual es vulnerable, ya que, como dice San Agustin, esta “siempre en peligro” por que no conocemos lo que abunda al interior de los corazones, promete otorgarnos su paz, pero hace la distinción: «No os la doy yo como la da el mundo, ¿qué otra cosa es esto sino no como la dan los hombres que aman al mundo? Estos se conceden la paz a fin de gozar del mundo sin molestias; y cuando conceden la paz a los justos, de tal manera que dejan de perseguirlos, la paz no puede ser verdadera donde no hay verdadera concordia, porque sus corazones están muy separados.”(San Agustín)
Dijo la Reina de la Paz: “¡Queridos hijos! Hoy les doy las gracias y deseo invitarlos a la paz de Dios. Yo deseo que cada uno de ustedes experimente en su corazón esa paz que sólo Dios da… (Mensaje, 25 de junio de 1987)
Con claridad y fuerza afirmó, S.S. Pío XII, que: “procurar que se reconozca más claramente el materno imperio de la Madre de Dios, contribuirá mucho para que se conserve, se consolide y se haga duradera la paz de los pueblos, amenazada casi a diario con acontecimientos plenos de ansiedad. ¿No es Ella el Arco Iris puesto sobre las nubes hacia Dios como señal de pacífica alianza (Génesis 9, 13)? Contempla el arco iris y bendice al que lo hizo: es muy hermoso su resplandor; ciñe el cielo con el cerco glorioso de sus vivos colores; las manos del Altísimo son las que lo han formado (Eclesiástico 43, 12-13). De modo que el que honra a la Señora de los cielos y de los mortales -y nadie se tenga exento de este tributo de reconocimiento y de amor- invóquela como Reina muy excelsa, mediadora de paz, respete y defienda la paz, que no es lo mismo que justicia impune, ni licencia desenfrenada, sino más bien, concordia bien ordenada bajo el signo y mando de la voluntad de Dios; a fomentar y hacer crecer tal concordia Nos impulsan las maternas exhortaciones y órdenes de la Virgen María.”
El Padre Slavko, comentando el Mensaje del 25 de Mayo de 1997, dijo: “Quienes creen en Dios, refiriéndome con esto a quienes han confiado su corazón y su vida entera a El, vivirán y, dicho de otro modo, DEBEN vivir en paz. Quien tiene demasiado temor o no tiene del todo gozo en su vida, posee la mejor prueba de que no está viviendo en la santidad de Dios. Esto, sin embargo, no significa que a veces no podamos estar tristes o perder temporalmente la paz. Pero si se trata de una falta constante de paz interior, entonces algo anda mal en nuestro interior. Jesús habló igualmente del gozo que se puede tener cuando se sufre o al cargar la propia cruz. Esto es ciertamente una gran lección para nosotros, pero seguramente si Dios dice que es posible, es porque lo es. Mientras más nos aparte del gozo cualquier situación en nuestra vida, más tenemos que orar y ayunar, y así encontraremos la fortaleza para superar todas las situaciones posibles con paz y con gozo.”
Madre nuestra, Madre de la Iglesia, custodia nuestros corazones, muchas veces impacientes, ante los vulnerables caminos de la sociedad humana, herida dramáticamente por el pecado, pero convocada por el Misericordioso Corazón de tu Hijo, al Reinado de los Sagrados Corazones, nuevo Pentecostés y esplendor verdadero de la humanidad. Acércanos, en torno a tu amor materno, para estemos plenamente disponibles a la acción del Espíritu Santo, y reconocer con prontitud “el Sol que viene de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. (Lc. 1, 79)
Padre Patricio Romero
Chile