No juzguéis
¡Queridos hijos!, de nuevo os invito a amar y a no juzgar.
San Lucas 6, 36-38
Jesús dijo a sus discípulos:
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.
Juzgar, murmurar, intrigar, etc.,“…son también éstas, insidias de tentación diabólica, porque el que se ocupa en juzgar los defectos ajenos con severidad, nunca se hará acreedor al perdón de sus propios pecados; por lo que dice: «Y no seréis juzgados». Así como el piadoso y manso reprime el temor de los pecados, así el severo y cruel lo aumenta con sus propios crímenes.” (San Juan Crisóstomo)
El Señor pone como norma y remedio, para este vicio tan destructivo, el gesto de “Dar” (“Den y se les dará”). Cuando el corazón está inundado del fuego del amor Divino, no se da tiempo para medir los pecados y los fracasos del prójimo. No se detiene en lo que no tienen de virtuosos los demás, sino que con la urgencia de la caridad, disciernen que es lo que les pueden dar, en que pueden contribuir y edificar, para levantarlos e inundarles del amor de Dios.
“Nosotros, que nos ponemos a prueba los unos a los otros, perdonémonos mutuamente… No tengamos envidia de los demás y si somos blanco de la envidia de alguien, no nos volvamos feroces, sino al contrario, estemos más bien llenos de compasión los unos para con los otros, y a través de nuestra humildad curémonos los unos a los otros. No hablemos mal de los demás, no nos burlemos de nadie, porque somos miembros los unos de los otros.” (San Máximo. confesor)
“…Por eso, hijos míos, orad, orad, orad con el corazón, orad con amor, orad con buenas obras; orad para que todos conozcan a mi Hijo, para que el mundo cambie, para que el mundo se salve. Vivid con amor las palabras de mi Hijo; no juzguéis, sino amaos los unos a los otros para que mi Corazón pueda triunfar. Os doy las gracias…” (Mensaje 2 de Marzo, 2017)
El Señor nos ha dado el medio para salvarnos y nos ha dado el poder celestial de llegar a ser hijos de Dios.
Dice el Papa Francisco: “El Maligno es listo, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar el mundo. En realidad sólo la justicia de Dios nos puede salvar. Y la justicia de Dios se ha revelado en la Cruz: la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo. ¿Pero cómo nos juzga Dios? ¡Dando la vida por nosotros! He aquí el acto supremo de justicia que ha vencido de una vez por todas al Príncipe de este mundo; y este acto supremo de justicia es precisamente también el acto supremo de misericordia. Jesús nos llama a todos a seguir este camino: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36). Os pido algo, ahora. En silencio, todos, pensemos… que cada uno piense en una persona con la que no estamos bien, con la que estamos enfadados, a la que no queremos. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, oremos por esta persona y seamos misericordiosos con esta persona.” (Ángelus, 15-09-2013)
Debido a que solo el que esté libre de pecado puede tirar la primera piedra (San Juan 8, 7), “debemos renunciar a la falsa convicción de que somos inocentes. Debemos aprender la capacidad de hacer penitencia, de dejarnos transformar; de salir al encuentro del otro y de pedir a Dios que nos dé el valor y la fuerza para esa renovación. En nuestro mundo actual debemos redescubrir el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación. (Benedicto XVI, 21 de diciembre de 2009)
Mensaje, 2 de mayo de 2013
“¡Queridos hijos!, de nuevo os invito a amar y a no juzgar. Mi Hijo, por voluntad del Padre Celestial, estuvo entre vosotros para mostraros el camino de la salvación, para salvaros y no para juzgaros. Si vosotros deseáis seguir a mi Hijo, no juzguéis, sino amad como el Padre Celestial os ama. Cuando os sintáis muy mal, cuando caigáis bajo el peso de la cruz, no os desesperéis, no juzguéis, sino recordad que sois amados y alabad al Padre Celestial por Su amor. Hijos míos, no os desviéis del camino por el que os guío, no corráis imprudentemente hacia la perdición. Que la oración y el ayuno os fortalezcan para que podáis vivir como el Padre Celestial desea, para que seáis mis apóstoles de la fe y del amor, para que vuestra vida bendiga a quienes encontráis, para que seáis uno con el Padre Celestial y mi Hijo. Hijos míos, esta es la única verdad. La verdad que lleva a vuestra conversión, y luego a la conversión de todos los que vosotros encontráis, que no han conocido a mi Hijo, de todos los que no saben qué significa amar. Hijos míos, mi Hijo os ha dado pastores, ¡cuidadlos, orad por ellos! Os doy las gracias.”
Atentamente Padre Patricio Romero