Oración a Santa Rita de Casia
La patrona de los casos imposibles
Margarita Manchini, más conocida como Santa Rita, fue con su propia vida un ejemplo de gentileza, paciencia y esperanza en cada situación. Supo superar situaciones que parecían callejones sin salida gracias a sus cualidades, a su fe en Cristo y en el amor. Ella estaba enamorada de Jesús pero fue obligada a casarse, lo cual la llevó a sufrir en medio de conflictos y venganzas familiares. A pesar de ello, siempre supo aguardar con esperanza y perdonar. Por esta razón, Dios la recompensó: hizo de ella una de las principales santas de la Iglesia Católica y Jesús le permitió compartir su sufrimiento junto con Él. Los milagros obtenidos por su intercesión son innumerables. A continuación encontrarán dos oraciones que se pueden dirigir a Santa Rita para pedir su poderosa intercesión cuando estamos desesperados.
“Bajo el peso del dolor, a ti, querida Santa Rita, yo recurro confiado en ser escuchado. Libera, te ruego, mi pobre corazón de las angustias que lo oprimen y devuelve la calma a mi espíritu, lleno de preocupaciones.
Tú que fuiste elegida por Dios como abogada de los casos más desesperados, obtén la gracia que ardientemente te pido (pedir la gracia que se desea).
Si mis culpas son un obstáculo para el cumplimiento de mis deseos, obtenme de Dios la gracia del arrepentimiento y del perdón mediante una sincera confesión.
No permitas que durante más tiempo yo derrame lágrimas de amargura.
Oh santa de la espina y de la rosa, premia mi gran esperanza en ti y en todas partes daré a conocer tu gran misericordia con las almas afligidas.
Oh, esposa de Jesús Crucificado, ayúdame a vivir bien y a morir bien.
Amén”.
Oración a Santa Rita, la patrona de los casos imposibles
Oh poderosa Santa Rita, llamada abogada de los casos desesperados, socorredora en la última esperanza, refugio y salvación en el dolor, que conduce al abismo del delito y de la desesperación: con toda la confianza en tu celestial poder, recurro a ti en el caso difícil e imprevisto que oprime dolorosamente mi corazón.
Dime, oh Santa Rita, ¿no me vas a ayudar tu?,
¿No me vas a consolar? ¿Vas a alejar tu mirada y tu piedad de mi corazón, tan sumamente atribulado?
¡Tú también sabes lo que es el martirio del corazón, tan sumamente atribulado!
Por las atroces penas, por las amargas lágrimas que santamente derramaste, ven en mi ayuda.
Habla, ruega, intercede por mí, que no me atrevo a hacerlo, al corazón de Dios, Padre de misericordia y fuente de toda consolación, y consígueme la gracia que deseo
(indíquese aquí la gracia deseada).
Presentada es seguro que me escuchará: y yo me valdré de este favor para mejorar mi vida y mis costumbres, para cantar en la tierra y en el cielo las misericordias divinas.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
ORACIÓN
Oh Dios omnipotente, que te dignaste conceder a Santa Rita tanta gracia, que amase a sus enemigos y llevase impresa en su corazón y en su frente la señal de tu pasión, y fuese ejemplo digno de ser imitado en los diferentes estados de la vida cristiana. Concédenos, por su intercesión, cumplir fielmente las obligaciones de nuestro propio estado para que un día podamos vivir felices con ella en tu reino. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.
Santa Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.
Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.
Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.
Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.