Oración de San Alfonso María Ligorio para después de la Misa

Oración de San Alfonso María Ligorio para después de la Misa

25 de julio de 2024 0 Por Padre Patricio

Me arrojo pues yo también a tus pies, oh Rey divino, oh Jesús dulcísimo…


Amantísimo Jesús, mi Redentor y mi Dios, te adoro presente en mi pecho bajo las especies del pan y del vino a través de las cuales te has hecho alimento y bebida de mi alma. Sea infinitamente bendita tu venida a mi alma, y te doy gracias por ello con todo mi corazón, y me duele porque no soy capaz de dártelas dignamente.

¿Y qué acción de gracias podría dar un pobre aldeano a su rey que fuera a visitarlo a su cabaña, a no ser que se arroje a sus pies y permanezca ante él postrado para alabar y admirar semejante bondad?

Me arrojo pues yo también a tus pies, oh Rey divino, oh Jesús dulcísimo, y te adoro desde el abismo de mis miserias: uno mi adoración a la que te ofreció María al recibirte en su sacrosanto vientre, quisiera amarte con el amor con que ella te amaba.

Oh amable Redentor, obedeciendo hoy a mis palabras sacerdotales descendiste del Cielo a mis manos sobre el Altar. ¿Y yo? ¡cuántas veces desobedeciendo yo vuestros preceptos, te desprecié con ingratitud, renunciando a vuestra gracia y a vuestro amor! Oh buen Jesús, espero no obstante que a estas horas me habrás ya perdonado; pero en el caso de no haberlo hecho aún por no merecerlo yo, perdóname ahora, mientras que me arrepiento de todo corazón, oh bondad infinita, de haberte ofendido. Ojalá, Jesús mío, que te amase siempre. Al menos desde el día que celebré mi primera Misa debía haberme inflamado de amor únicamente por ti: tú me elegiste entre tantos miles de hombres para ser tu sacerdote y amigo. ¿Qué más debiste hacer para lograr mi amor? Y te agradezco, amor mío, el que me des el tiempo necesario para hacer lo que hasta ahora omití. Quiero amarte con todo mi corazón. No quiero que haya en mi corazón otro afecto que el que te profeso, a ti que tanto me apremiaste a amarte.

Dios mío y de todas las cosas. Oh mi Dios, ¿para qué quiero riquezas? ¿Para qué honores? ¿Para qué los placeres del mundo? Tú eres todo para mí. Tú serás en lo sucesivo mi único bien, mi único amor. Te diré con San Paulino: «Tengan para sí los ricos sus riquezas y los reyes sus reinos; Cristo es mi gloria y mi reino». Disfruten los ricos sus riquezas y tierras y los reyes conserven sus reinos, que para mí la única riqueza y el único reino a que aspiro, eres tú solo, oh Jesús mío.

Padre eterno, por el amor de este Hijo tuyo que te he ofrecido en sacrificio esta mañana, y que he recibido en mi corazón, dame la santa perseverancia en tu gracia, y el don de tu santo amor: asimismo te ruego por mis parientes, amigos y enemigos, por las almas del Purgatorio y por todos los pobres pecadores.

Madre mía, María santísima, obtenme la santa perseverancia y el amor de Jesucristo.