
Tome su cruz y sígame…
«Los invito a tomar en sus manos la cruz…»
San Mateo 16, 24-25
Entonces dijo Jesús a sus discípulos, «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque el que su alma quisiere salvar, la perderá. Mas el que perdiere su alma por mí, la hallará.”
Mensaje, 25 de marzo de 2013
“¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia, los invito a tomar en sus manos la cruz de mi amado Hijo Jesús y a meditar acerca de Su Pasión y Muerte. Que vuestros sufrimientos estén unidos a Su sufrimiento y así vencerá el amor, porque El, que es el amor, por amor se dio a sí mismo para salvar a cada uno de ustedes. Oren, oren, oren hasta que el amor y la paz reinen en sus corazones. Gracias por haber respondido a mi llamado”.
“¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad, por donde desagradas a la Trinidad? Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo; mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios. Más deseo sentir la contrición que saber definirla.” (Imitación de Cristo 1, 2-3)
“¿Avanzan por la verdadera senda de la vida (Pr 6, 23), que es la estrecha y espinosa senda del Calvario? ¿No estarán caminando sin darse cuenta por la senda anchurosa del pecado, que conduce a la perdición? (Mt 7, 13-14). ¿Se acuerdan de que «hay un camino que le parece recto a uno pero, a fin de cuentas, conduce a la muerte»? (Pr 14, 28).” (Amigos de la Cruz, 5)
«Como a los discípulos, también a nosotros Jesús nos dirige la invitación: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). El cristiano sigue al Señor cuando acepta con amor la propia cruz, a pesar de que a los ojos del mundo aparece como un fracaso y una “pérdida de la vida” (cf. Ibid. 25-26), sabiendo que no la lleva solo, sino con Jesús, compartiendo su mismo camino de donación. Escribe el Siervo de Dios Pablo VI: “Misteriosamente, el mismo Cristo, para erradicar del corazón del hombre el pecado de la presunción y manifestar al Padre una obediencia íntegra y filial, acepta… morir en una cruz” (Ex. Ap. Gaudete in Domino (9 mayo 1975), AAS 67, [1975], 300-301). Aceptando voluntariamente la muerte, Jesús lleva la cruz de todos los hombres y se convierte en fuente de salvación para toda la humanidad. San Cirilo de Jerusalén comenta: “La cruz victoriosa ha iluminado a quien estaba ciego por la ignorancia, ha liberado a quien era prisionero del pecado, ha llevado la redención a toda la humanidad” (Catechesis Illuminandorum XIII,1: de Christo crucifixo et sepulto: PG 33, 772 B).»
«Confiamos nuestra oración a la Virgen María y a San Agustín, de quien hoy se celebra la memoria litúrgica, para que cada uno de nosotros sepa seguir al Señor en el camino de la cruz y se deje transformar por la gracia divina, renovando el modo de pensar para poder “distinguir cuál la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom.12, 2).» (Benedicto XVI, 28 de agosto de 2011)
Se constituye, por la gracia del Señor, en nuestra verdadera grandeza y en un tesoro que enriquece el corazón, y del cual nunca podrá ser despojado, el camino de la Cruz. Es en nuestra indigencia, donde nuestra rostro desfigurado, por nuestros pecados, hipocresías y vanidades, es desplazado y reemplazado por el rostro auténtico y resplandeciente del Señor. ¡Ahí esta nuestra verdad y vida!.
María, que nos quiere conducir por su escuela de humildad y auténtico amor, nos ayuda con paciencia maternal, a tomar la Cruz y seguir a Jesús.
“Dios Espíritu Santo ha comunicado a María, su fiel Esposa, sus dones inefables, y la ha escogido como dispensadora de todo lo que posee; de manera que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere, todos sus dones y sus gracias, y ningún don celestial se hace a los hombres sin que pase por sus manos virginales, pues tal ha sido la voluntad de Dios, que ha querido que lo tengamos todo por María; así será enriquecida, enaltecida y honrada por el Altísimo, la que se ha empobrecido, humillado y ocultado hasta el fondo de la nada por su profunda humildad durante toda su vida. He aquí los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres.” (Tratado de la V.D. 25)