La escuela de la humildad
Que no se ensorberbezcan nuestros corazones…
Un antecedente que hace evidente que no se es verdaderamente un devoto de la Reina de la Paz es la vanagloria. Jesús condena firmemente la vanagloria; actuar para ser admirado por los demás, nos sitúa a merced de la aprobación humana, lo que rompe los valores que fundan la autenticidad de la persona.
El Señor Jesús, por el contrario, se presenta al mundo como un siervo, despojándose totalmente de sí mismo y rebajándose hasta ofrecer en la cruz la más elocuente lección de humildad y de amor. Jesús dicta la sentencia del auténtico triunfo al enseñarnos que: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23, 11)».
“Toda la victoria del Salvador, que ha subyugado al diablo y al mundo, ha comenzado por la humildad y ha sido consumada por la humildad. Ha inaugurado en la persecución sus días señalados, y también los ha terminado en la persecución. El Unigénito de Dios ha aceptado, por la sola humillación de su majestad, nacer voluntariamente hombre y poder ser muerto por los hombres.
La humildad es entonces, de verdad, un privilegio. Y Dios omnipotente ha destruido a la muerte y al autor de la muerte (cfr. I Tim. I, 10), no rechazando lo que le hacían sufrir los perseguidores, sino soportando con gran dulzura y por obediencia a su Padre, las crueldades de los que se ensañaban contra Él: ¿cuánto más hemos de ser nosotros humildes y pacientes, puesto que, si nos viene alguna prueba, jamás se hace esto sin haberla merecido? ¿Quién se gloriará de tener un corazón casto y de estar limpio de pecado? Y, como dice San Juan, “si dijéramos que no tenemos pecado nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría con nosotros” (I Joann. I, 8). ¿Quién se encontrará libre de falta, de modo que la justicia nada tenga de que reprocharle o la misericordia divina que perdonarle?
San Gregorio Magno afirma, que “la práctica de la sabiduría cristiana no consiste ni en la abundancia de palabras, ni en la habilidad para discutir, ni en el apetito de alabanza y de gloria, sino en la sincera y voluntaria humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y ensenado como verdadera fuerza desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz. Pues cuando sus discípulos disputaron entre sí, como cuenta el evangelista, “quién sería el más grande en el reino de los cielos, Él, llamando a si a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: en verdad os digo, si no os mudáis haciéndoos como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de estos, éste será el más grande en el reino de los cielos” (Matth. XVIII, 1-4).
Decía Santa Teresita del Niño Jesús: «Debiéramos estar muy contentas de que el prójimo nos vitupere alguna vez, pues si nadie se ocupase de hacerlo, ¿qué sería de nosotras? Va en ello nuestra ganancia…».
“Lo contrario de la humildad-explica Benedicto XVI- es la soberbia, como la razón de todos los pecados. La soberbia es arrogancia; por encima de todo quiere poder, apariencias, aparentar a los ojos de los demás, ser alguien o algo; no tiene la intención de agradar a Dios, sino de complacerse a sí mismo, de ser aceptado por los demás y —digamos— venerado por los demás. El «yo» en el centro del mundo: se trata de mi «yo» soberbio, que lo sabe todo. Ser cristiano quiere decir superar esta tentación originaria, que también es el núcleo del pecado original: ser como Dios, pero sin Dios; ser cristiano es ser verdadero, sincero, realista. La humildad es sobre todo verdad, vivir en la verdad, aprender la verdad, aprender que mi pequeñez es precisamente mi grandeza, porque así soy importante para el gran entramado de la historia de Dios con la humanidad.”
Insiste el Papa Emérito: “Yo creo que las pequeñas humillaciones que día tras días debemos vivir son saludables, porque ayudan a cada uno a reconocer la propia verdad, y a vernos libres de la vanagloria, que va contra la verdad y no puede hacernos felices y buenos. Aceptar y aprender esto, y así aprender y aceptar mi posición en la Iglesia, mi pequeño servicio como grande a los ojos de Dios. Precisamente esta humildad, este realismo, nos hace libres. Si soy arrogante, si soy soberbio, querré siempre agradar, y si no lo logro me siento miserable, me siento infeliz, y debo buscar siempre este placer. En cambio, cuando soy humilde tengo la libertad también de ir a contracorriente de una opinión dominante, del pensamiento de otros, porque la humildad me da la capacidad, la libertad de la verdad.”
Nunca debemos creernos indispensables. Dios tiene sus caminos y sus maneras… El puede permitir que todo marche al revés aun en manos de la hermana más bien dotada. Dios no mira más que su amor. Bien ustedes pueden trabajar hasta el agotamiento, incluso matarse trabajando pero si su trabajo no está tejido por el amor, resulta inútil. ¡Dios no tiene ninguna necesidad de sus obras! -explica Santa Teresa de Calcuta-.
Así como Cristo, el Hijo de Dios, desciende para servirnos y ésta es su esencia, que consiste en inclinarse hacia nosotros con un verdadero amor, en el sí a la verdadera elevación de la humillación. Así estaremos entonces en el camino de Cristo, en el camino correcto si en Su lugar, y como él, nos convertimos en personas que ‘descienden’ para entrar en la verdadera grandeza, la grandeza de Dios que es la grandeza del amor”. “La Cruz, en la historia, es el último lugar”, y el “crucifijo no tiene cabida”, “es un don nadie”, sin embargo, Juan en el Evangelio ve “esta extrema humillación”, como “la verdadera exaltación”. “De esta manera, Jesús se hace grande; sí, está a la altura de Dios porque la altura de la Cruz es la altura del amor de Dios, la altura de la entrega de sí mismo y la dedicación a los demás. Así, este es el lugar para ser divino, y queremos orar a Dios que nos de el don de entender esto más y aceptar con humildad, cada uno en su manera, este misterio de la exaltación y la humillación”. (Benedicto XVI)
La humildad auténtica es signo de vivir de modo real y concreto los Mensajes de la Reina de la Paz. La Gospa lo enseña en el Mensaje del 20 de Septiembre de 1985:
“¡Queridos hijos! Hoy los invito a vivir con humildad todos los mensajes que Yo les estoy dando. Queridos hijos, no se ensorberbezcan por el hecho de vivir los mensajes. No anden por ahí diciendo: ‘Nosotros los vivimos!’ Si llevan los mensajes en el corazón y los viven, todos se darán cuenta y no habrá necesidad de palabras las cuales sirven sólo a aquellos que no escuchan. Ustedes no tienen necesidad de decirlo con palabras. Ustedes, queridos hijos, sólo tienen que vivir y dar testimonio con su vida. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
Pidamos a nuestra Madre Celestial, nos educa en el camino de la humildad, aprendiendo en la escuela de santidad de su Corazón Materno las lecciones de su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, manso y humilde de Corazón.
Pbro. Patricio Romero