El Espíritu Santo fuente de santidad

El Espíritu Santo fuente de santidad

25 de abril de 2024 0 Por Gospa Chile

Padre Livio, desde Radio María Italia


Queridos amigos,

toda vida espiritual es guiada por el Espíritu Santo que nos eleva a un plano de comunión con Dios.Es importante aprender a invocar al Espíritu Santo como fuente de santidad. El Espíritu Santo como luz de la verdad ilumina nuestra mente y, al mismo tiempo, como fuente de santidad, fortalece nuestra voluntad y purifica nuestro corazón.

Para quien tiene pecado y está lejos de Dios, es importante invocar al Espíritu Santo, fuente de conversión que despierta la voz de la conciencia. Dios quiere que todos se salven, escucha las oraciones de los creyentes y de los no creyentes y por eso va a visitar a las personas que están en tinieblas, despierta su conciencia que empieza a roer y hace caer lentamente las escamas de sus ojos, muestra la realidad del mal en en el que están sumergidos y muestra la Divina Misericordia. Se inicia así un itinerario de conversión, pero es el Espíritu Santo quien obra en esa persona.

El Espíritu Santo conduce al primer paso de la conversión que es la toma de conciencia del mal que llevamos dentro, nos muestra la Divina Misericordia a la que podemos encomendarnos y fortalece nuestra voluntad de tal manera que nos lleve a la decisión de cambiar de vida. . El Espíritu Santo conduce a la elección de cambiar de rumbo, de dejar el camino de la perdición y emprender el camino de la Salvación. El Espíritu Santo obra este milagro para que un ciego empiece a ver su situación existencial de perdición y muerte en la que se encuentra.

Sin embargo, darse cuenta de que está en el camino equivocado no es suficiente. Si no frenas y no cambias de dirección, la gracia de darte cuenta de que has tomado el camino equivocado se vuelve inútil. El Espíritu Santo también nos da la fuerza para dar el segundo paso, el de decidirnos a cambiar de vida. Cortar las raíces del mal es un paso doloroso y difícil. Al mismo tiempo, el libre albedrío, debilitado por el pecado, es incapaz de decidir sobre la conversión. En esta situación nuestros ojos están cegados y no vemos el mal, necesitamos la acción del Espíritu Santo para que nos muestre el peligro de perdición que pende sobre nuestras cabezas. Al mismo tiempo, nuestro libre albedrío es incapaz de decidir.

¿Cuántas veces hemos aplazado la conversión porque no supimos decidirnos?

Está claro que en este caso necesitamos una súplica al Espíritu Santo, que nos dé la fuerza para tomar decisiones que nos afecten, que nos cambien, que no dejen las cosas como estaban. Esta decisión es dolorosa pero a la vez saludable porque nos cura del mal.

El Espíritu Santo nos guía entonces por el camino de la purificación. Una vez cortadas las raíces del mal, es necesario deforestar y quitar todo el mal acumulado, comenzando por los pecados más graves, para llegar a una Confesión que sea verdaderamente una liberación.

Sin embargo, el diablo luego regresa y la batalla espiritual continúa por la vida. Cuando ha sido expulsado por un alma, cuando una persona se convierte, el demonio vuelve a tentar a esa alma acompañado de otros espíritus. Entonces necesitamos la gracia del Espíritu Santo para resistir las presiones del mundo, los llamados de la carne, las insinuaciones del diablo que quiere desmoralizarnos y hacernos tirar la toalla.

La oración al Espíritu Santo, también conocida como «Ven Espíritu Santo» o «Envíanos tu Espíritu», se recita siguiendo la secuencia basada en este texto:

Ven, Espíritu Santo, envíanos desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven, padre de los pobres, ven, dador de dones, ven, luz de los corazones.
Consolador perfecto, dulce huésped del alma, dulce alivio.
En el cansancio, descanso, en el calor, cobijo, en el llanto, consuelo.
Oh bendita luz, invade interiormente el corazón de tus fieles.
Sin tu fuerza, nada hay en el hombre, nada sin culpa.
Lava lo sórdido, moja lo seco, sana lo que sangra.
Dobla lo rígido, calienta lo frío, endereza lo extraviado.
Da a tus fieles que sólo en ti confían tus santos dones.
Dad virtud y recompensa, dad la santa muerte, dad el gozo eterno.
Amén


Padre Livio Fanzaga

De «La lectura cristiana de crónica e historia»