Hora Santa Jueves Santo

Hora Santa Jueves Santo

28 de marzo de 2024 0 Por Gospa Chile

Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados.


Hora Santa Jueves Santo

Celebrante:

Oración al Espíritu Santo 

Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón. 

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.  

¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén 

I° Momento

Lector 1:

Esta Hora Santa está especialmente dedicada para reparar el gran pecado de aquel público, en todas partes numeroso, que pretende la alianza híbrida, imposible, de la piedad y de una mundanidad social pecaminosa. He aquí una lección de amor verdadero y de reparación solemne, pero también una lección, misericordiosa y severa a la vez, para tantos católicos que oran y confiesan en el templo, pero que violan la ley del Señor en su vida social. 

Lector 2:

Del Evangelio de San Mateo 26, 19-30

Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce.

Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.»

Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?»

El respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.

El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»

Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has dicho.»

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.»

Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos,

porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados.

Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»

Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Lector 1:

Consideremos un poco cual es el amor que el Señor nos tiene y por el que somos tan profundamente amados.

Os ruego que os fijéis en el encanto que pone el Salvador para expresarnos el ardor de su pasión de amor, tanto en sus palabras y afectos como en sus obras.

En sus palabras lo vemos claro, pues nunca habló tanto de ningún tema como del amor suyo hacia nosotros y del deseo que tiene de que le amemos. Ved que celoso esta de nuestro amor:»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todos tus pensamientos, con todas tus fuerzas, con todo tu espíritu y con todo lo que tu eres, es decir, todo lo que tu puedas.

En el Santísimo Sacramento parece que nunca se cansa de invitar a los hombres a recibirlo, pues nos inculca en forma admirable todo el bien que tiene preparado para los que se acercan a ÉI dignamente. «Yo soy el Pan de vida» y tantas otras frases… Y hablando de su muerte, dice: «Con gran deseo he deseado celebrar esta Pascua con vosotros y nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». ¿No creéis, queridas Hijas, que tenemos una gran obligación de responder, en cuanto podamos, a este amor incomparable con el que hemos sido y somos amados por Nuestro Señor?

Esta claro que se lo debemos; por lo menos pongamos empeño en dárselo. Amar a Dios con todo el corazón, ¿que otra cosa es sino amarle con todo nuestro amor, nuestro ardiente amor? Para llegar a esto, no debemos amar demasiadas otras cosas, al menos con particular afecto.

Amarle con todo lo que somos es abandonarle todo nuestro ser para permanecer totalmente sometidos a su Amor.  (Sermón de San Francisco de Sales)

Lector 2:

Ya que no podemos sorprender al Verbo, como San Pablo, en la magnificencia de su gloria inaccesible, sorprendamos al Rey de los cielos en la gloria de su calabozo el Jueves Santo por la noche… Ved la escena que llenó de estupor a los ángeles: a guisa de palacio, un sótano-cárcel…; por trono, un escaño…; por diadema, el dolor…; por cetro, la burla…; por corte, la soldadesca, ebria de vino, una horda ebria de odio mortal… Blanco de las iras, de los sarcasmos y los golpes, manso, majestuoso y humilde, con ojos suplicantes y faz de angustia, bañado en sangre, pero sediento de más dolor, está Jesús… 

“Y así, en esa misma cárcel de amor y de gloriosa ignominia, te sorprendemos, Señor, esa tarde después de veinte siglos… Tu Corazón ha hecho el milagro de perpetuar indestructible el calabozo del Jueves Santo… No han cambiado, ¡oh, Rey de Reyes!, ni los arreos de tu majestad escarnecida, ni los grillos de amor que te aprisionan, ni la cohorte que te ultraja, ni menos aún has cambiado Tú, Jesús, Amor de amores, inmutable en tu propósito de ser nuestro cautivo hasta la consumación de las edades… Los que queremos cambiar la rebeldía de pecado en cautiverio de caridad, somos nosotros… 

Por esto: 

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

(Todos) 

 Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

Rey-Cautivo, pon cadenas de fe a nuestra triste libertad, y conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

(Todos) 

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

Rey-Cautivo, pon cadenas de amor a nuestro ingrato corazón, y conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

(Todos) 

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

Rey-Cautivo, pon cadenas de gracia a nuestros sentidos rebeldes y conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

(Todos) 

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

Rey-Cautivo, pon cadenas de fortaleza a nuestra voluntad tan tornadiza, y conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

(Todos) 

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

Rey-Cautivo, pon cadenas de santo temor a nuestro espíritu orgulloso, y conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

(Todos) 

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

Rey-Cautivo, pon cadenas de ternura y de piedad a nuestra naturaleza tan frágil e inconstante, y conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

(Todos) 

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado. 

¡Háblanos, Jesús y viviremos! 

¡Háblanos, Jesús y te amaremos! 

¡Háblanos, Jesús y triunfaremos! 

Sólo Tú tienes, Maestro, palabras de vida, de amor y de verdad… Callen las criaturas, para oírte a Ti, y sólo a Ti. Ábranse los cielos para escucharte, Divino Verbo, a Ti, y sólo a Ti… 

Háblanos ya, Jesús, Amor de nuestros amores… 

Canto: 

Silencio (10 min)

II° Momento

Lector 1

Del Evangelio de San Mateo 26, 36-47

Llegó Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: «Siéntense aquí, mientras yo voy más allá a orar.»

Tomó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia.

Y les dijo: «Siento una tristeza de muerte. Quédense aquí conmigo y permanezcan despiertos.»

Fue un poco más adelante y, postrándose hasta tocar la tierra con su cara, oró así: «Padre, si es posible, que esta copa se aleje de mí. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»

Volvió donde sus discípulos, y los halló dormidos; y dijo a Pedro: «¿De modo que no pudieron permanecer despiertos ni una hora conmigo?

Estén despiertos y recen para que no caigan en la tentación. El espíritu es animoso, pero la carne es débil.»

De nuevo se apartó por segunda vez a orar: «Padre, si esta copa no puede ser apartada de mí sin que yo la beba, que se haga tu voluntad.»

Volvió otra vez donde los discípulos y los encontró dormidos, pues se les cerraban los ojos de sueño.

Los dejó, pues, y fue de nuevo a orar por tercera vez repitiendo las mismas palabras.

Entonces volvió donde los discípulos y les dijo: «¡Ahora pueden dormir y descansar! Ha llegado la hora y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores.

¡Levántense, vamos! El traidor ya está por llegar.»

Estaba todavía hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce. Iba acompañado de una chusma armada con espadas y garrotes, enviada por los jefes de los sacerdotes y por las autoridades judías.

Lector 2:

¿Qué es lo que pide Jesús?

Mira a Jesucristo atentamente como si estuvieras en el Cenáculo, míralo salir de la cena, después de haber concluido su discurso y dirigirse al huerto con sus discípulos. Entra y juzga por ti mismo, y juzga con qué afecto, con qué ternura, con qué familiaridad les habla y los exhorta a la oración; y como en seguida él mismo se adelanta un poco, como a un tiro de piedra, se arrodilla humilde y respetuosamente ruega a su Padre. Detente aquí algún tiempo y repasa piadosamente en tu memoria las grandes maravillas del Señor tu Dios.

El señor ora. Hasta ahora varias veces se le ha visto orar, pero oraba por nosotros como nuestro abogado. Ahora ora por Él mismo. Compadécete y admira su profundísima humildad. En efecto, es Dios, coeterno e igual a su Padre; y helo aquí, olvidando en cierto modo su divinidad, rogando como un hombre, y se presenta suplicando al Señor como el último del pueblo…

…El señor Jesús ruega largo tiempo a su Padre, y dice: “Padre clementísimo, yo te suplico que escuches mis ruegos y no desatiendas mis súplicas. Mírame y óyeme, porque estoy atribulado, mi espíritu inquieto y mi corazón turbado. Inclina hacia mí tu oído, y escucha mi ruego. Te plugo, Oh Padre mío, enviarme al mundo para satisfacer la injuria que el hombre te había hecho y al punto acepté para cumplir tu voluntad; sin embargo, Padre mío, si es posible, líbrame de esta amargura cruel que mis enemigos me preparan. Han seducido a mi discípulo, se han servido de él para perderme, y le han dado en pago treinta monedas de plata. ¡Oh! Padre mío, yo te ruego que apartes de mi este cáliz… Mas no se haga mi voluntad sino la tuya. Padre mío, levántate para ayudarme, apresúrate a socorrerme”. En seguida va adonde estaban sus discípulos, los recuerda y los exhorta a buscar nuevas fuerzas en la oración. Después volvió a su oración dos y tres veces, repitiendo la misma súplica, y añadió: “Padre, si has decretado que sufra el suplicio de la cruz, que tu voluntad se haga. Pero te encomiendo a mi Madre amadísima y a mis discípulos. Hasta ahora yo he velado sobre ellos: continua haciéndolo Tú, Padre mío”. Y mientras oraba, salió de su sagrado cuerpo un sudor de sangre que empapó la tierra. (San Buenaventura)

Lector 1:

Jesús Sacramentado, Rey de los siglos y conquistador del mundo desde el banquillo del Sagrario, no permitas que algunos de los nuestros perezcan de sed a dos pasos de tu Corazón, Fuente de aguas vivas…, no consientas que desfallezcan de hambre, rechazándote a Ti, el Pan consagrado y vivo descendido del cielo… 

(Lento y con gran unción) 

Sin consultar, Jesús, su ignorancia, que te rechaza; ni su debilidad, que te elimina, consultando únicamente tu infinita piedad y la compensación de fe y reparación de amor que por ellos te ofrecemos tus amigos, conjurámoste, Señor Sacramentado, a que los salves: ¡oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

(Todos) 

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

¿Recuerdas, Jesús Infante, las ternezas con que en el pesebre te cuidó tu Madre?… ¿Recuerdas la primera sonrisa, el primer abrazo, el primer ósculo de amor inmenso de María?… Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae las almas que queremos al Sagrario… ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

(Todos) 

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

¿Recuerdas, Jesús Infante, que en los brazos de María recibiste las adoraciones de pastores y de reyes?… ¿Recuerdas ese Trono de su pecho inmaculado, donde se quemó a tu gloria el más rico incienso de adoración reparadora?… Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae a las almas que queremos al Sagrario… ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!  

(Todos) 

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

¿Recuerdas, Jesús Infante, aquel tu cielo de Nazaret…, tus plegarias cuando pequeñito, sobre las rodillas de María, sus cantares de paloma al lado de tu cuna?… ¿Recuerdas todavía cuando sorprendiste ya entonces las perlas de sus lágrimas en aquellos ojos virginales?… Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae las almas que queremos al Sagrario… ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!… 

(Todos) 

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

¿Recuerdas, Jesús adolescente, el afán amoroso con que esa Reina inmaculada te buscó tres días?… ¿Recuerdas el fulgor de su mirada, las palpitaciones de inmenso júbilo de su Corazón, al encontrarte a Ti, su único tesoro?… Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae las almas que queremos al Sagrario… ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!… 

(Todos) 

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

¿Recuerdas, Jesús Rey y Salvador, tu despedida de María el Jueves Santo?… ¿Recuerdas su dolor al encontrarte, camino de la muerte?… ¿Recuerdas lo que dijo Ella con su mirada en los estertores ya de la agonía?… Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae las almas que queremos al Sagrario… ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!… 

(Todos) 

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor! 

Canto: 

Silencio (10 min) 

III° Momento

Lector 1:

Del Evangelio de San Mateo 11, 25-

En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado.

Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos.

Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer.

Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré.

Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso.

Pues mi yugo es suave y mi carga liviana.»

Lector 2:

¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?… 

¡Qué sé yo que Tú no me hayas enseñado?… ¿Qué valgo yo si no estoy a tu lado? 

¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?… 

Perdóname los yerros que contra Ti he cometido. 

Pues me creaste sin que lo mereciera… Y me redimiste sin que te lo pidiera… Mucho hiciste en crearme, mucho en redimirme, y no serás menos generoso en perdonarme. 

Pues la mucha sangre que derramaste, 

Y la acerba muerte que padeciste, 

No fue por los ángeles que te alaban, 

Sino por mí y demás pecadores, que te ofenden… 

Si te he negado, déjame reconocerte; 

Si te he injuriado, déjame alabarte; 

Si te he ofendido, déjame servirte. 

Porque es más muerte que vida 

La que no está empleada en tu santo servicio… 

¡Adorable Señor, Rey de agonía en el Getsemaní de hoy!

Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás, a tu paso, las flores de los campos y los lirios de los valles de tu patria, y en pago, hemos sido nosotros las zarzas y las espinas de tu corona. Pero no te canses de nosotros; acuérdate que eres Jesús, para estos pobres desterrados… 

Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás las mieses, las viñas y los jardines de Samaria y Galilea, y nosotros te hemos pagado siendo tantas veces la cizaña culpable de tu Iglesia; pero… no te canses de nosotros; acuérdate que eres Jesús, para estos desterrados… 

¡Oh, Jesús amado! Tu Corazón nos ha bendecido como no bendijiste jamás las aves del cielo, ni los rebaños de Belén y Nazaret, y nosotros te hemos pagado huyendo de tu redil y temiendo la blandura de tu cayado amorosísimo…; pero no te canses de nosotros; acuérdate que eres Jesús, para estos pobres desterrados. 

¡Oh!, en esta hora venturosa, déjanos, porque hemos sido ingratos contigo, Jesús Sacramentado; déjanos ofrecerte un himno de alabanza en el tono inspirado del Profeta-Rey; en su lira te cantamos con la Madre del Amor Hermoso; Espíritus angélicos y santos de la corte celestial, bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado: Hosanna al Creador, convertido en creatura y en Hostia por amor. 

Canto:

 Celebrante:

Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por enviarnos a María, quien desea conducirnos a Ti. Con Ella Te pedimos, danos la gracia de que nuestro corazón se abra a Ti en la oración. Danos la gracia de que nuestra oración se convierta en un amoroso pasar el tiempo delante de Ti, que nuestro corazón y nuestra alma lleguen a gustar de estar delante de Ti como una flor ante los rayos del sol. Padre, envía el calor y el amor de Tu Espíritu a nuestro corazón y al corazón de todos los demás, para que el hielo pueda derretirse y su frío desaparezca. Que Tu amor y Tu calor vengan a nosotros, a todos los hombres y desde todos nosotros regrese a Ti. Libéranos, oh Padre, de cualquier temor y desconfianza para que estemos dispuestos a aceptar la gracia de la conversión. Perdónanos por no haber reconocido la importancia de la gracia en estos tiempos y porque muchas veces Te hemos experimentado como un Dios distante. Abre nuestros ojos y nuestros corazones para que podamos reconocerte en Tu palabra y en la Eucaristía, que podamos reconocerte en la naturaleza y de modo especial en todos los seres humanos con quienes entremos en contacto. Especialmente, abre nuestro corazón a los más pequeños, a los pobres y a los enfermos, porque en ellos Te encontramos más fácilmente. Bendice a nuestras familias y a la Iglesia entera. Envía a Tu Espíritu, por intercesión de María, y renueva y refresca al mundo entero. Te damos gracias por ser nuestro Padre, porque Tú deseas concedernos en este tiempo la gracia de ser leales a Ti para que podamos ser testigos de Tu amor.

Padre, líbranos de todo lo que ha tomado el primer lugar en nuestra vida y que impide que Tú ocupes ese lugar. Padre, sana nuestras relaciones a fin de que seamos curados y lleguemos a ser santos. Danos amor unos por otros, Te lo suplicamos y sana las relaciones que están lastimadas en las familias, a fin de que cada esposo pueda decirle a su esposa: «Te deseo el bien», que cada esposa pueda decirle a su esposo: «También yo te deseo el bien,» que los padres unidos puedan decir a sus hijos eso mismo y también éstos puedan responderles igual. Que el bien encuentre espacio en las familias, de tal modo que en todas las familias, por Jesucristo, Tu Hijo, puedan vivir en paz y en el bien. Concede el gozo a todos los corazones y especialmente a los que en estos momentos están tristes porque nadie los ama, porque piensan que nadie les desea el bien y por favor, libera todos los corazones del odio y de cualquier sentimiento negativo, para que la alegría ilumine a todas las personas. Y danos el espíritu de oración para que nuestro corazón esté constantemente extendido hacia Tu Hijo Jesús. Te suplicamos que nos envíes a Tu Espíritu Santo para que El pueda transformarnos en nuevas personas que viven en Ti y actúan a partir de Ti, por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén. 

Canto Final: 

Se termina en silencio sin despedida litúrgica, se  continúa  orando de forma individual…